NO HAY PUEBLOS O RAZAS
IMPURAS
Domingo 8 de septiembre de
2024, 23° ordinario, ciclo B
Isaías
35,4-7; Santiago 2,1-5; Marcos 7,31-37.
Carlos Pérez B., Pbro.
El domingo pasado nuestro señor Jesucristo nos
preparó, con una pregunta y una enseñanza, para esta salida suya hacia tierra
de paganos, tanto la región de Tiro y Sidón como la Decápolis. Paganos eran
considerados así, por los judíos, las gentes que no creían en el Dios
verdadero, el Dios de la Biblia, sino que tenían otros dioses, otras
religiones. Todo esto está en el capítulo 7 de san Marcos, para si lo quieren
repasar completo.
¿Qué es lo que hace impuro al ser humano?, era la
pregunta que nos responde Jesús, primero de palabra y ahora con los hechos. Los
judíos consideraban que todos los pueblos paganos eran impuros, como
animalitos, como cerdos, como perros. Así declara categóricamente que lo que
hace impuro al ser humano no es lo que le viene de fuera sino lo que le sale de
dentro. Éstas son sus palabras: "¿No
comprendéis que todo lo que de fuera entra en el hombre no puede contaminarle, pues
no entra en su corazón, sino en el vientre y va a parar al excusado? - así
declaraba puros todos los alimentos -. Y decía: Lo que sale del hombre, eso es
lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen
las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias,
maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas
estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre” (Marcos 7,18ss).
Así es que, con esta convicción en el corazón,
Jesucristo se va primero para el lado de la costa del mar Mediterráneo, la
región de Tiro y Sidón, y ahí se le acerca una mujer sirofencia, es decir, no
judía, para pedirle la curación de su hija. A esta petición Jesús le responde
sorpresivamente: "No está bien tomar el
pan de los hijos y echárselo a los perritos” (Marcos 7,27). Esta mujer se
vale de esta consideración judía y sabiamente le saca el milagro a Jesús: "también los perritos comen bajo la mesa
migajas de los niños”. Por ello, le responde Jesús: "Por lo que has dicho, vete; el demonio ha salido de tu hija”. En
el evangelio según san Mateo (cap. 15), Jesucristo reconoce la fe grande de
esta mujer. ¿No era impura? Era creyente, como ni los judíos lo eran.
Enseguida, Jesús se va la región de la Decápolis,
al otro lado del lago de Galilea, región también de paganos. Ya en el capítulo
5 nos había platicado san Marcos que Jesús curó ahí a un endemoniado, en una
escena de cerdos, que a todos nosotros nos parecen cochinos (antes de
comérnoslos). Pues ahora lo vemos realizando otros dos milagros. ¿No nos había
dicho el evangelista que Jesús se sentía impedido para realizar milagros cuando
se topaba con la falta de fe, como le sucedió en Nazaret?
El evangelio de hoy nos ofrece una imagen rica en
detalles que nosotros debemos recoger como una buena noticia, un evangelio, en
sentido pleno: estos paganos le presentan a este hombre sordo y balbuceante.
Bella imagen vecinal, de fraternidad. Le piden que le imponga las manos, pero
Jesús hace mucho más. ¿No son creyentes estos paganos? Jesucristo le mete sus
dedos en los oídos y le pone saliva de la suya en su lengua, traspasando toda
norma de higiene. Pero, qué ternura sentimos en estos gestos. Lo digo siempre,
como una mamá hace con su criatura. Luego viene le declaratoria solemne,
llena de autoridad de la buena: "¡Effetá!”
Así hemos sentido la palabra de Jesús en otros momentos. No es la autoridad
humana que somete y se impone sobre las personas, sino esa Palabra llena de
gracia y de salud para los más pobres: "cállate
y sal de él” (al espíritu impuro), "quiero,
queda puro” (al leproso), "levántate, toma
tu camilla y vete a tu casa” (al
paralítico), "calla, enmudece”
(al viento y al mar), "espíritu inmundo,
sal de este hombre”, "Talithá kum”
(a la muchachita), etc.
Jesús quiere que los
seres humanos escuchemos y que sepamos expresarnos. Hay varias clases de
sordos, hay varias clases de mudos. A los discapacitados físicos: que los
sepamos tratar con respeto, con ternura, como nuestro Maestro. El apóstol
Santiago, en la segunda lectura de hoy, nos llama a no discriminar a los
pobres. Nos pregunta: "¿acaso no ha
elegido Dios a los pobres de este mundo para hacerlos ricos en la fe y
herederos del Reino que prometió a los que lo aman?” En la sociedad, las
estructuras han ido cambiando: las leyes, las banquetas, los semáforos, los
accesos a los edificios, las atenciones personales. Esto no se ha dado porque
nosotros, como Iglesia, hayamos empujado. Ha sido más bien porque los
movimientos sociales han luchado.
Hay sordos y mudos
en la Iglesia y en la sociedad, porque han sido silenciados. Atendamos este
renglón con energía: en esta Iglesia sinodal, debemos promover que todos
nuestros laicos, especialmente los pobres, vayan creciendo en la escucha y en
su expresión… lo contrario no es de Jesús. Qué triste espectáculo hemos visto
en estos días: el congreso de la unión se ha exhibido como una agrupación de
sordos a todos los clamores que se levantan en la calle y en los medios de
comunicación. Es el poder humano que se impone. Hay muchas razones, de
numerosos colectivos, que proponen una reforma distinta a la que está siendo
votada. Nuestros legisladores solitos se desacreditan ante el pueblo.
Pero, sin lugar a
dudas, la sordera que más nos preocupa, en nuestros católicos, es a la Palabra
de Dios, lo insisto en este mes de la Biblia. ¿Por qué seguimos apoyando un
catolicismo ligero, un catolicismo de eventos o de devociones? ¿No hemos tomado
suficiente conciencia de que la escucha de un Dios que nos habla, de un Maestro
que nos enseña es la parte primordial de nuestra vida de fe? Y si no llevamos
el Evangelio más delante, a todo el mundo, somos católicos mudos.