¿QUIÉN ES JESÚS PARA CADA
CATÓLICA-O?
Domingo 15 de septiembre de
2024, 24° ordinario, ciclo B
Isaías
50,5-9; Santiago 2,14-18; Marcos 8,27-35.
Carlos Pérez B., Pbro.
En nuestra lectura
dominical continuada del evangelio según san Marcos, hemos llegado a un punto
central, fundamental de la vida y del ministerio, de la misión o mesianismo de
nuestro señor Jesucristo. Quisiera comentarlo de manera un poco amplia, sobre
todo con la finalidad que vayamos aprendiendo todos a estudiar integralmente
los santos evangelios.
Jesucristo nos
dirige la pregunta fundamental que ha de responder personalmente y honestamente
todo católico: "¿Quién dice la gente,
quién dicen ustedes que soy yo?” ¿Quién soy yo para ti? Jesucristo puede
ser simplemente una palabra, un slogan que se repite, una idea, una imagen
plástica, una devoción, un santito milagroso en la "fe” de muchos católicos.
Por eso viven-vivimos nuestra fe de una manera muy ligera, light, superficial,
ocasional.
Es una pregunta tan
fundamental que el evangelista nos la presenta de esta manera:
Primero, está la
llamada de atención de Jesucristo en los versículos previos: "Abran los ojos y guárdense de la levadura de los
fariseos y de la levadura de Herodes” (Marcos
8,15). Como los discípulos no entienden lo que les dice, añade Jesús: "¿Aún no comprenden ni entienden? ¿Es que
tienen la mente embotada? ¿Teniendo ojos no ven y teniendo oídos no oyen?... e
insiste: ¿Aún no entienden?” (Marcos 8,17-21). Porque su identidad, su
misión, su mesianismo requieren discernimiento, detenimiento para entender
progresivamente a Jesús y para seguirlo como él quiere que lo sigamos.
Segundo, Jesús cura a un ciego, en clara alusión a
la ceguera de nosotros sus discípulos: "quedó
curado, de suerte que veía de lejos claramente todas las cosas” (Marcos
8,25). Esta sección del evangelio según san Marcos contiene los tres anuncios
de la pasión de Jesucristo, capítulos 8, 9 y 10, anuncios que vienen enmarcados
por la curación de dos ciegos, el de Betsaida, del capítulo 8, y el de Jericó,
del capítulo 10, que se relacionan con la consiguiente reacción adversa (ceguera)
de sus discípulos. Conviene que repasemos toda esta sección completa.
Como tercer momento está la pregunta fundamental
hecha en tierra de paganos, ‘¿quién dicen que soy?’ Simón Pedro es el que se
atreve a contestar: "Tú eres el Cristo”,
esto en el plan de san Marcos (en san Lucas 9 leemos que Simón Pedro contesta, "Tú eres el Cristo de Dios”, en san
Mateo 16, "Tú eres el Cristo, el Hijo de
Dios vivo”, en san Juan 6, "nosotros
creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. Cada evangelista sigue su
propio plan).
¿Sabía Simón Pedro lo que estaba respondiendo?
Claro que no. La respuesta parece muy acertada, pero cuando Jesús les anuncia
que el verdadero Cristo (su verdadero mesianismo) tendrá que ‘padecer
mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser
entregado a la muerte y resucitar al tercer día’, es entonces que Pedro se pone
a regañar a Jesús porque de ninguna manera le parece adecuado este camino para
su Maestro. Y eso que este camino del Cristo ya había sido anunciado desde la
antigüedad por los profetas (hoy escuchamos el tercer cántico del Siervo de
Yahveh en la primera lectura). Suponemos que en Pedro hay cierta claridad de
que Jesús ha venido a salvar al pueblo judío del dominio de los romanos, no
sabemos si entendía que se trataba además de una salvación profunda, universal
e integral de toda la humanidad. En san Marcos sólo leemos que Pedro reprende a
su Maestro, mientras que en san Mateo leemos lo que le dijo Simón Pedro a
Jesús: "¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te
sucederá eso!”. La respuesta
de Jesús a esta oposición a su camino, es por demás severa, enérgica: "¡Colócate detrás de mí, Satanás! Porque tú
no juzgas según Dios, sino según los hombres”. Esta traducción es más
correcta que la que trae el leccionario.
Y la consecuencia es
que el verdadero Cristo requiere verdaderos discípulos, seguidores. Así es que
no solamente se trata de ‘creer’ en el Dios verdadero, como una idea que sólo
se nos mete a la cabeza (la fe se demuestra con obras, escuchamos en la 2ª
lectura), sino de poner toda nuestra vida en sintonía con los planes de Dios,
que siempre son de salvación.
Jesucristo no tanto
quiere ‘creyentes’, devotos, adoradores, sino seguidores: "El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con
su cruz y que me siga”. Ésa debe ser nuestra vida cristiana: escuchar a
Jesús en los santos evangelios, conocerlo, amarlo, seguirlo con toda nuestra
vida por los caminos que él nos indica, no por los que a nosotros nos gusta.