EL AMOR PERMANECE PARA SIEMPRE
Domingo 6 de octubre de
2024, 27° ordinario, ciclo B
Génesis
2,18-24; Salmo 128; Marcos 10,2-16.
Carlos Pérez B., Pbro.
Primero quiero hacer
unas puntualizaciones sobre el pasaje evangélico que hemos escuchado.
1ª En este pasaje no
se menciona la palabra ‘matrimonio’. Se habla de la unión del hombre y la mujer,
y esta unión se remonta hasta la creación misma del ser humano. El sacramento
tiene 2 mil años.
2ª La pregunta que
le hacen los fariseos es sobre el repudio, no sobre el divorcio: ¿puede el
hombre repudiar a su mujer? La palabra ‘divorcio’, como la entendemos y la
practicamos hoy día es algo muy diferente. En aquellos tiempos de los judíos,
el hombre era el único que tenía derecho a repudiar, rechazar, correr de la
casa a su mujer. La mujer carecía completamente de ese derecho. El divorcio, en
cambio, es un acuerdo de ambos, en nuestras leyes modernas. Hombres y mujeres,
en calidad de iguales, tienen derecho a deshacer el contrato llamado
matrimonio.
3ª En aquel contexto
religioso, cultural y legal, Jesucristo sale en defensa y protección de las
mujeres, porque éstas quedan en un completo desamparo: no se pueden valer por
sí mismas, o se amparan con otro hombre, o tienen que vivir de la limosna, como
las viudas.
4ª Moisés no les
permitió a los judíos repudiar a sus mujeres, ese derecho ya lo tenían desde
antes de Moisés. Lo que hizo Moisés fue darles un mandato, el de extenderles a
las mujeres un acta de repudio, para que pudieran juntarse con otro hombre sin
ser acusadas de adulterio.
Así es que, con
todas estas notas, debemos acoger así la buena noticia de hoy. La buena noticia
la toma nuestro Señor del Génesis, libro atribuido a Moisés. Nosotros
apreciamos una expresión machista en esa frase de la Biblia, pero en aquellos
tiempos no se podía de otra manera: "el hombre abandonará a su padre y a su madre,
y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”. Y nuestro Señor lo puntualiza con su
autoridad suprema: "de modo que ya no son
dos sino una sola carne”. Ésta es la buena noticia, éste es el ideal de la
unión entre el hombre y la mujer. Si en la actualidad tenemos una mirada y una
consideración tolerante hacia los fracasos en esta unión, no quiere decir que
sea lo mejor. ¿Quién puede dudar que lo mejor es que dos personas se unan por
un verdadero, fecundo y duradero amor? ¿Quién puede afirmar que sea bueno el
abandono, el divorcio, el fracaso, la desintegración de una familia?
Les repaso lo que he venido comentando en los
domingos pasados: Jesucristo viene formando, educando a sus discípulos en su
espiritualidad (en el Espíritu). Escuchamos el domingo pasado: "atravesaban Galilea, pero él no quería que nadie lo supiera, porque iba
enseñando a sus discípulos” (Marcos 9,30). En este sentido se inscribe la
enseñanza sobre la unión entre el hombre y la mujer, y sobre los niños, que
también escuchamos hoy. Los discípulos tienen que ser formados en eso, por eso
se disgusta Jesús con ellos, como también se disgusta misericordiosamente con
nosotros porque no aprendemos de él.
Los creyentes, y
todos los seres humanos (porque las enseñanzas de Jesús son universales), hemos
de educarnos en esta mentalidad, la de Jesús. La unión entre el hombre y la
mujer no ha de responder meramente al aspecto sexual-genital. Desde niños,
desde adolescentes (la entrada en la pubertad), hemos de educarnos en el amor.
Parece que cada vez más nos estamos formando en el egoísmo. Personas egoístas
no pueden establecer una unión profunda y permanente, porque interpretamos el
amor hacia nuestro ego: yo me caso contigo porque me amo a mí mismo, y tú me
complaces mi ego. No. Tanto en el hogar, como en el catecismo, como en nuestros
grupos, tenemos que educarnos en el amor al otro-otra: me caso contigo porque
quiero hacerte feliz, y si tú eres feliz, yo también lo seré. Así contemplamos
el amor de Jesús en los santos evangelios.
¿Y qué pasa cuando
las cosas no salen así porque uno de los dos no está en esa sintonía? Pues en
la Iglesia y en la sociedad hemos de aceptar que, por encima de la institución
matrimonio, está la felicidad de las personas, la esposa-esposo, los hijos.
Muchos en la Iglesia le pedimos a nuestra jerarquía eclesiástica que se
considere con más amplitud, con sentido pastoral, no legal, la cuestión de la
nulidad de los matrimonios no bien establecidos. Desde los inicios de la
Iglesia se han ido introduciendo motivos de nulidad. La comunidad de san Mateo
introduce, al texto de san Marcos, la porneia (¿adulterio, fornicación,
prostitución?) como una excepción a la enseñanza de Jesús. Luego, san Pablo y
san Pedro, en sus cartas, añaden el bien de la parte que se convierte al
cristianismo, como causa de nulidad. Lo que nosotros decimos es que nuestra
Iglesia debería de considerar las cosas desde el corazón de pastor de nuestro
Señor, y no tanto desde el aspecto meramente legal, lo cual no era lo
prioritario en la acción salvadora de Jesucristo.
Jesús no ama
nuestras metidas de pata, pero sí nos ama a las personas que tan frecuentemente
nos equivocamos. Y lo decimos ante tantos casos de fracasos matrimoniales.