Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     




NUESTRA RELIGIÓN: SEGUIR A JESÚS

Domingo 13 de octubre de 2024, 28° ordinario, ciclo B

Sabiduría 7, 7-11; Salmo 90; Marcos 10,17-30.

Carlos Pérez B., Pbro.

 

Se me hace muy importante que recordemos que Jesús y sus discípulos "iban caminando por Galilea; él no quería que se supiera, porque iba enseñando a sus discípulos” (Marcos 9,30s). Enseñar a sus discípulos y a los católicos todos de este tiempo, es una tarea prioritaria de nuestro señor Jesucristo. Precisamente aquí, en el pasaje evangélico que hemos escuchado, vemos claramente que, en lo que respecta a Jesús, no se trata de que seamos meramente personas muy religiosas, sino discípulos que se dejan enseñar por él y que le siguen sus pasos.

En este plan, de enseñanza del Maestro, tomamos lo que nos dijo el domingo pasado sobre la unión del hombre y la mujer, sobre nuestra relación con los niños, y ahora, con nuestra opción por su Persona.

Así lo escuchamos: se le acercó un hombre rico (san Mateo 19 nos dice que era un joven, Lucas y Marcos nos dan a entender que se trataba de un adulto). Este hombre le pregunta a Jesús por lo que debe "hacer” para alcanzar la vida eterna, una pregunta típicamente judía. Los judíos no piensan que la vida eterna es una gracia de Dios, y que ésta no se puede alcanzar con ningún mérito humano (aunque sí hay que corresponderle al Dador de todas las gracias caminando por sus caminos, que son caminos de salvación). Contemplemos a Jesús que mira a las personas con amor. Así lo hace con nosotros, a pesar de que nuestros apegos también andan por otro lado, y quizá le demos la espalda como este hombre.

Primero, Jesús le repasa algunos mandamientos, curiosamente no los que tienen que ver con Dios sino los que tienen que ver con el prójimo. Desde luego que este típico y estrecho judío ya vivía esos mandamientos. Quizá infinidad de católicos no podamos decir lo mismo. Pero le faltaba una cosa, así tal cual, ‘le faltaba’. También a nosotros los católicos. En san Mateo leemos: "si quieres ser perfecto”. Esta palabra "perfecto”, ha dado lugar a que los católicos, cómodamente, pensemos que Jesús nos da la opción de ser mediocres, a la inmensa mayoría, y de que sólo algunos elijan ser perfectos, como los santos, por ejemplo. Pero, en sintonía con Marcos y Lucas, la perfección es el seguimiento de Jesús, la economía de la gracia, de la salvación.

¿Qué es lo que le faltaba a este judío? Generalmente, a nosotros los católicos, al igual que a los discípulos, nos impactan las exigencias que nos impone Jesús: "vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos”. Y por ello, ponemos infinidad de pretextos: que después los hacemos más flojos de lo que son, que esto sería el fracaso de nuestra economía social, que deberían de trabajar, que a mí me ha costado mucho lo que tengo, etc.

Pero la renuncia a los bienes materiales en sí misma no es nuestra religión cristiana. Si vendiéramos todos nuestros bienes y los entregáramos a los pobres, haríamos una obra admirable, ciertamente una gracia de Dios, pero falta algo muy importante, decisivo. (Algo parecido dice san Pablo en una de sus cartas: "Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha”, 1 Corintios 13,3). Lo nuestro es conocer a Jesús, enamorarnos de él, escucharlo con oídos y corazón de discípulos, seguir sus pasos. Ésa es la vida eterna, no tanto para uno mismo, sino para toda la humanidad.

Nuestro Señor vivió en carne propia sus enseñanzas: nació en un portal de Belén, recostado en un pesebre, vivió como un pobre galileo, en un desconocido pueblito llamado Nazaret, fue el anunciador y realizador, pobre y pueblerino, de la buena notica del reino de Dios para los pobres, y a partir de ellos, para toda la humanidad, y su pobreza extrema es su muerte en la cruz. Así es que, si queremos la salvación, no tanto personal y privada, sino, como él, la salvación para toda la humanidad, hemos de tomar ese camino, caminar detrás de él, escuchándolo, comprometiéndonos con sus milagros, con su misericordia, su perdón, su caridad y su prioridad para con los pobres, dando todo, hasta nuestra propia existencia, para la felicidad de los demás, tal como él lo hizo y lo sigue haciendo. Parafraseando lo que escuchamos en la primera lectura, decimos: Jesucristo vale más que todo el poder y toda la riqueza del mundo, y vivir con él entre los pobres, es nuestra felicidad y la del mundo entero.


 

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