Cuaresma
"En el tiempo favorable te escuché y en el día de salvación te ayudé”. El vocablo cuaresma viene del latín: quadragesima, que significa "cuarentena”, un período de cuarenta días. Su nombre deriva del uso bíblico del número cuarenta que señala la vida terrena limitada y caduca. Históricamente, se remonta a los tiempos apostólicos, aunque canónicamente aparezca después, a caso en un intento de imitar a Cristo en el desierto.
Fundamentalmente, la Cuaresma nos abre paso hasta llegar al Misterio de la Cruz mediante la oración y la mortificación cristianas.
Antes de adentrarnos en las profundidades de la oración, debemos hablar de su fundamento que es la humildad. San Agustín, en su Sermón 56, 6,9 nos dice: ”La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración”. Y en sus Quaestiones 64, 4 precisa: "La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él”. Por lo tanto, la humildad es la raíz de donde arranca todo ayuno y oración, de los cuales se obtiene la fe.
El corazón es el lugar de la verdad; ahí es donde elegimos entre la vida y la muerte. Es lo más profundo del ser; es donde la persona se decide o no por Dios. Y así, lógicamente, nuestra oración debe nacer de lo más profundo de nuestro ser, allí donde el alma está desnuda delante de Dios; por eso es sincera.
Sólo la oración que se hace en íntima unión con la voluntad de Dios es la que agrada al Padre celestial. Avanzaremos en nuestra vida espiritual si oramos y ayunamos sinceramente, renunciando no sólo a la comida y a la bebida sino también al Yo egoísta y a la ambiciosa voluntad propia.
Según la intención de la iglesia, el ayuno de los cuarenta días antes de la Fiesta de Pascua debe tener para nosotros el significado de una especie de catarsis, es decir, de una purificación interior. Esto es absolutamente indispensable, antes de entrar de lleno en el gran suceso del misterio: sufrir, morir, y resucitar con Cristo. Recordemos que el gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad de quien necesita ser redimido por la misericordia de Dios.
Ayunemos para liberarnos voluntariamente de las necesidades de la vida terrena y así redescubrir la necesidad imprescindible de la vida que nos ofrece el Señor Jesús, al alimentarnos con su cuerpo y su palabra.
¿Acaso, por una malquerencia nacida en el ánimo por desengaños sufridos en la consecución de los deseos o en los vanos empeños de la vanidad, permaneceremos en un desconcertante alejamiento de la Salud?
Si la oración es una relación, una unión con Dios; necesariamente brota el deseo, la necesidad de estar con Él. Si tu deseo se enfría, la oración se apaga. Al conseguir encontrarte a ti mismo, encontrarás a Dios; si huyes de ti mismo huirás de Dios. Por eso en la interioridad del hombre, es decir, en el templo del corazón humano se da una significativa unión entre Dios y el hombre.
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