ENTREGARSE A SÍ MISMOS POR
LA SALVACIÓN
Domingo 10 de noviembre de
2024, 32° ordinario, ciclo B
1 Reyes
17,10-16; Marcos 12,38-44.
Carlos Pérez B., Pbro.
Qué imágenes tan sorprendentes nos ofrecen los evangelistas
del Hijo de Dios encarnado, como la de este domingo: un pobre galileo que se
atreve, frente a nuestra mustia y estrecha religiosidad tanto judía como
católica, a desenmascarar a los escribas, personas de mucho respeto en aquellos
tiempos (o los clérigos de hoy), y a ponerse a observar a las personas que
depositan sus ofrendas en las alcancías del templo.
Estamos con Jesucristo en los atrios del templo de
Jerusalén. Vinimos caminando con él desde Galilea, por las páginas del
evangelio según san Marcos, los domingos del tiempo ordinario de este año. Ahí
en los atrios del templo recibió a varios grupos por haber expulsado a los
vendedores del templo, una llamada de atención que fue y un golpe directo
contra las autoridades del templo y de la religión judía. Primero comparecieron
con él los sumos sacerdotes, escribas y ancianos del sanedrín, en plan de
conflicto, luego los fariseos y los herodianos, enseguida los saduceos y
finalmente el escriba, éste último en buen plan, para preguntarle por el primero
de los mandamientos de la ley de Dios, buena noticia que escuchamos el domingo
pasado.
Después de estas comparecencias, Jesús se queda con
el pueblo que lo escucha con agrado. No dice san Marcos si los escribas estaban
todavía presentes escuchándolo, pero hace una advertencia que es muy útil para
nosotros, para nuestra Iglesia, para nuestra religión: ¡cuidado con los
escribas! Y luego, destaca el desprendimiento de una viuda pobre.
Apreciemos la manera como aparece Jesús aquí. Toda
su persona es una enseñanza, una buena noticia para nosotros y para todo
nuestro mundo. Primero digamos que Jesús no rehúye el conflicto, todo lo
contrario, había llegado a Jerusalén para enfrentarlo, para desenmascarar a la
religiosidad antigua y dejarnos la nueva, la adecuada manera de relacionarnos
con Dios, la manera de entrar en sintonía con sus planes de salvación.
Segundo, contemplemos a Jesús como el Maestro más
sencillo del mundo. No lo vemos como un personaje elegantemente vestido, por
eso puede criticar a los escribas. No es un Maestro que cierre sus ojos a la
manera de ser de las personas. Ya antes nos había llamado a abrir nosotros los
ojos (Marcos 8,15), porque Jesucristo quiere creyentes de ojos abiertos, y de
entendimiento también. Él es una persona de ojos abiertos, observador, no criticón,
sino profundamente observador. Y de su observación saca enseñanzas para
nosotros, de su observación de los escribas, de su observación de una pobre
viuda.
Dejémonos hacer por la claridad de Jesús para decir
las cosas. Jesucristo no es un Maestro que se queda callado, que es incapaz de mencionar
las cosas malas que hacen las personas, La religión, es preciso tomarlo muy en
cuenta, se presta mucho para la hipocresía, para el engaño, para la presunción,
para el culto al Yo. En esto, el catolicismo, y el cristianismo en general, no
son muy diferentes del judaísmo como lo practicaban los escribas. Les gusta
pasear con amplios ropajes en público y hacer alarde de largas oraciones, para
apoderarse de los bienes de las viudas. ¿No nos gusta también a nosotros los
clérigos y otros católicos notables lo mismo? El profeta Elías (primera
lectura) no despojó a la viuda de Sarepta, al contrario, salió al quite de su
penuria. Su visita fue una bendición para ella. Qué decir de la visita de Jesús
a su pueblo. Sintió una compasión eficaz por la viuda de Naím (Lucas 7,11) al
devolverle a su hijo único que había muerto.
Volvamos una y otra vez, contemplemos al detalle la
escena de hoy: Jesús se sentó frente a las alcancías del templo. Seguramente se
sentó en el suelo. Si fuera un monseñor o un eclesiástico de categoría, hasta
le hubieran ofrecido una cómoda silla. ‘No se aferró a su categoría de Dios,
sino que se presentó como uno de tantos’, nos dice san Pablo en Filipenses
2,6-7. ¡El Hijo de Dios sentado en el suelo mirando a las personas! Así es. No
lo vemos en el templo rezando y persignándose, como sería de esperar en un buen
o buena católica. Quizá nos atreveríamos a decirle: ‘cuando entres al templo,
cúbrete la cara, no mires a nadie, no critiques a nadie, no entres en conflicto
con nadie, concéntrate sólo en Dios’. Pero Jesús no vive su religiosidad como
nosotros. El conflicto, la observación, la crítica sana, fueron parte de su ser
buena noticia. Y de estar observando a las personas que echaban sus limosnas en
el templo, saca una enseñanza enorme para nosotros. Esta viuda pobre es también
una buena noticia para todo nuestro mundo ("los pobres me han evangelizado”,
bien decía un evangelizador de los pobres). Ella no ha dado de lo que le sobra,
sino todo lo que tenía para vivir. Sin quitarle valor a la viuda, muchos vemos
en esta mujer al mismo Jesucristo, quien no llegó a Jerusalén para dejar en el
templo lo que le sobraba, sino todo su ser, toda su persona por la salvación
del mundo.
A todo católico le hemos de hacer llegar este
llamado: ¿qué le das a Dios para la salvación del mundo, algunas monedas, lo
que te sobra, el tiempo que te queda libre? ¿Por qué no le entregas tu persona
en algún apostolado, en alguna actividad evangelizadora?