UN REY VERDADERO FRENTE
A UN REY DE A MENTIRAS
Domingo 24 de noviembre de
2024, Cristo Rey
Daniel 7,13-14; Juan 18,33-37
Carlos Pérez B., Pbro.
En este último
domingo del año litúrgico celebramos la fiesta de Jesucristo Rey del Universo,
la fiesta de su reinado eterno. Es la meta de nuestra historia, del caminar de
esta humanidad, la plenitud de los tiempos.
Hoy
contemplamos, no bien vista a ojos humanos, una imagen muy peculiar de
Jesucristo nuestro Señor. Nuestro rey comparece ante otro rey en calidad de
condenado a muerte, como un delincuente. Uno es el rey de los judíos, el otro
es el rey del universo. Podemos asegurar que el primero se presentó regiamente
vestido, con sus ejércitos a sus órdenes. El otro, compareció completamente
despojado. Sus discípulos lo abandonaron, que, de todas maneras, habían subido
a la ciudad de Jerusalén completamente desarmados. No eran un ejército que
hubieran podido hacer frente ni a las autoridades judías y sus guardias, muchos
menos a un ejército poderoso como el romano. Y, sin embargo, en ese momento se
fraguaba la salvación del mundo, por ese camino tan desconcertante.
Éste es el
misterio del evangelio en el que nosotros, y todo nuestro mundo, hemos de
entrar, con el corazón, con el entendimiento, con todo nuestro espíritu una vez
que nos apasionemos por la voluntad salvadora de Dios nuestro Padre, el que
dispone que las cosas sean así.
Primero Pilato
le pregunta a Jesús si él es el rey de los judíos. Es una pregunta burlona
porque el rey de los judíos era Pilato. Por eso Jesús no contesta una pregunta
tan tonta. Eso hace trastabillar a Pilato, quien ahora le pregunta qué ha
hecho. La respuesta de Jesús la debemos entender bien, para no distorsionarla:
"mi reino no es de este mundo”. Es así, el reinado de Jesús no es un reinado o
gobierno humano, pero sí tiene que ver integralmente con todos los seres
humanos, no con los ángeles (ver Hebreos 2,16). ¿Jesucristo es equiparable a
los gobernantes humanos? Qué poca cosa sería eso, aun cuando fuera el
gobernante del país más poderoso del momento, porque eso sería a fin de
cuentas, un gobierno momentáneo, como los son todos, los de aquel tiempo y los
de nuestro tiempo.
Los gobernantes
humanos se establecen con una finalidad muy específica: someter a los pueblos.
Lo dice Jesús con toda claridad en otro evangelio: "ustedes saben que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan
como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder” (Marcos
10,42). Y no necesitamos que el evangelio nos lo diga, porque es la triste y
dolorosa experiencia que vivimos en nuestro mundo: ¿Por qué suceden las
guerras? Por el afán de poder de quienes se sientan en el trono del mando. Por eso
se reprimen a los pobres y a los disidentes, con lujo de poder. Por eso vemos
que los de arriba se hacen de los bienes de su correspondiente nación,
despojando a los de más abajo.
En cambio, a
Jesucristo, a lo largo de los cuatro evangelios, no lo vemos gobernando con
tiranía o con poder humano a las gentes, ni a los poderosos ni a los
desposeídos. Nunca le quitó ni siquiera una moneda a nadie. Al contrario, sus
milagros y enseñanzas fueron siempre gratuitos, y toda su persona.
¿Para qué
sirven o deberían servir los reyes y demás gobernantes? Para proteger a los más
débiles de los más fuertes. Es lo que hace un buen padre o buena madre de
familia, proteger y defender a los hijos más pequeños de los más grandes. ¿No
lo hemos vivido así en nuestras familias? Los padres alimentan por igual a los
hijos, distribuyen sus bienes privilegiando a los más débiles y necesitados. Pues
las autoridades, las leyes, las instituciones, deberían servir para eso, para
que los más poderosos no despojen u opriman a los más desprotegidos. Pero no lo
hacen así. Están ahí en el poder porque aman el poder.
Qué bella
descripción hace un salmo de la Biblia de nuestro Señor y Mesías: "Oh Dios, da al rey tu juicio, al hijo de
rey tu justicia; que con justicia gobierne a tu pueblo, con equidad a tus
humildes… Él librará al pobre suplicante, al desdichado y al que nadie ampara;
se apiadará del débil y del pobre, el alma de los pobres salvará. De la
opresión, de la violencia, rescatará su alma, su sangre será preciosa ante sus
ojos” (Salmo 72).
Éste es el
reino que Jesús proclamaba de viva voz y con parábolas, el reino que comenzó a
hacer realidad por medio de sus milagros. Su obra no se puede quedar en
particularidades, era y es una bella realidad y un mejor proyecto de salvación
de Dios para toda la humanidad. Y nosotros entramos en ese proyecto de manera
activa, somos sus convidados con este llamado tan gratuito: SÍGANME. Ésta es
nuestra religión católica y cristiana, trabajar al servicio de Jesús en la
construcción de su reino. Y como lo decimos en la Misa: el reino eterno y
universal, reino de la verdad y de la vida, reino de la santidad y de la
gracia, reino de la justicia, del amor y de la paz. En este espíritu lo
celebramos hoy.