ESCUCHAR A DIOS QUE NOS HABLA Y NOS ENVÍA A
SER LIBERACIÓN DE LOS POBRES
Domingo 26 de enero de 2025,
3° ordinario. Domingo de la Palabra
Nehemías 8,2-10; Lucas 1,1-4 y 4,14-21.
Carlos Pérez B., Pbro.
En este 3er. domingo
ordinario celebramos, por convocatoria del Papa Francisco, el ‘domingo de la
Palabra’, no para festejar a la Palabra solamente este día, sino para
motivarnos a una vida cristiana que consista en escuchar a un Dios que nos
habla para que pongamos nuestra vida en sintonía con su Palabra. Las lecturas
de hoy domingo nos mueven precisamente a la escucha obediente a la Palabra.
Vayamos haciendo una Iglesia en la que todos sus miembros estemos a la escucha
de la Palabra.
Quisiera convencer al
obispo, a los sacerdotes y diáconos, a los laicos en ministerios y en grupos de
nuestra Iglesia que nos metamos a una persistente y permanente campaña para ir
convenciendo decididamente a todas y todos nuestros católicos a que lean por lo
menos una página diaria de los santos evangelios. Claro que de buenas a
primeras no convenceremos a la totalidad de nuestros católicos, pero iremos
construyendo una religiosidad más de escucha que de rezos, y no porque los
rezos sean malos sino porque en el rezo nosotros hablamos, y en la escucha, es
Dios el que habla. Esto desde luego que sería sólo el primer paso. Poco a poco
iremos aprendiendo juntos a entrar obedientemente en la voluntad de Dios a partir
de nuestra lectura cotidiana.
El verdadero discípulo
escucha a su Maestro, lo escucha con obediencia, con docilidad. Repito, a veces
pareciera que en la Iglesia estamos muy conformes con hacer católicos de
devociones o de eventos. ¿Por qué no los invitamos constantemente a que se
hagan discípulos de Jesucristo?
Qué hermosa escena escuchamos en la
primera lectura, en el libro de Nehemías: "Esdras leyó desde el amanecer hasta el
mediodía… Todo el pueblo estaba atento a la lectura del libro de la Ley”. El pueblo se emocionaba hasta las
lágrimas al escuchar la Palabra de Dios: "todos lloraban al escuchar las palabras de la
ley” (Nehemías 8,3.9).
Este es el pueblo precisamente que queremos formar y cultivar en nuestra
Iglesia católica, en cada uno de sus miembros.
Y en el evangelio hemos comenzado la
lectura continuada de san Lucas que haremos en los domingos del tiempo
ordinario de este año. En cuaresma y en pascua leeremos varios pasajes de este
evangelio pero no de manera continuada. Ahora escuchamos el comienzo de este
evangelio y el comienzo del ministerio de nuestro Señor. Qué adecuado nos viene
este pasaje en este domingo de la Palabra. Jesucristo fue a Nazaret, y el
sábado acudió a la sinagoga como era su costumbre. Se levantó para hacer la
lectura de la Palabra de Dios. Le dieron el rollo del profeta Isaías y él
encontró un pasaje que se aplicó a sí mismo, y desde luego que, decimos los
cristianos, el profeta, inspirado por el Espíritu Santo, lo escribió
precisamente para identificar el mesianismo de Jesucristo.
¿Qué leyó Jesús en el capítulo 61 de
Isaías? "El Espíritu del Señor está sobre
mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar
la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a
los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor”.
Jesucristo no era el celebrante oficial en la sinagoga de su pueblo,
sólo se levantó para hacer la lectura. Eran pocas las personas que sabían leer
y escribir en Galilea. Jesús estaba formado, en su época de familia y en sus
años de desierto, en la escucha y discernimiento de la Palabra. Él no encontró
de casualidad el pasaje que leyó, sino que lo buscó. En aquel tiempo la Biblia
no tenía capítulos ni versículos, pero Jesús la conocía bien.
Cuando Jesús nos llama en su seguimiento, nosotros debemos entender que
es para entrar en su actividad evangelizadora y liberadora de la humanidad.
Esta presentación que hace Jesús de sí mismo, nos saca plenamente de dudas: nuestra
religión no consiste primeramente en rezar, en tener devociones, en
celebraciones. Jesucristo no se dedicó a eso. La actividad de Jesús fue
liberadora, de los pobres, de los oprimidos, de los cautivos. Y claro, todos
tenemos nuestras pobrezas, nuestras esclavitudes, pero liberar a otros (desde
Jesucristo) nos libera a nosotros mismos. Pensemos en todos los ámbitos de la
vida humana: la política, el ambiente laboral, el ambiente campesino, la
cultura, los medios de comunicación, el arte, la ciencia; la guerra, el crimen
organizado, la delincuencia, no hay nada humano que le sea ajeno al evangelio
de Jesús.
Insistamos: no vivamos una religiosidad a nuestro gusto, sino dejémonos
conducir por el mismo Espíritu que ungió a Jesucristo, y asumamos en todo
nuestro ser el programa de nuestro Maestro.