JESUCRISTO
QUIERE PESCADORES DE PERSONAS
Domingo 9 de febrero de 2025,
5° ordinario - C
Isaías 6,1-8; 1 Corintios 15,1-11; Lucas 5,1-11.
Carlos Pérez B., Pbro.
La Palabra que
proclamamos hoy en la liturgia está centrada en un tema fundamental de nuestra
fe cristiana: el llamado que Dios nos dirige a TODAS, a TODOS, tanto cristianos
como seres humanos en general.
Escuchamos la vocación o el llamado de
Dios al profeta Isaías, primera lectura. En el evangelio escuchamos la manera
como llamó Jesús a Simón Pedro. Lo mismo vemos en la segunda lectura en la que
san Pablo nos ofrece su testimonio sobre su vocación: Jesucristo "se
me apareció también a mí”.
Esto nos remite a los capítulos 9, 22 y 26 del libro de los Hechos en que más
ampliamente contemplamos cómo llamó Jesús a san Pablo.
Pongamos nuestra mirada en la persona
de Jesús: cada uno de sus detalles, cada una de sus acciones, de sus gestos es
una buena noticia para este mundo, un evangelio.
Jesucristo está a orillas del lago de
Galilea o Genesaret. Ahora no lo vemos en la casa de Simón, o en la sinagoga de
Cafarnaúm, mucho menos en el templo de Jerusalén. Jesucristo anuncia la buena
nueva de Dios en un lugar ‘profano’, pero que él convierte en sagrado con su
presencia.
La gente se agolpa en torno suyo para
oír la Palabra de Dios. ¿También nosotros nos agolpamos en torno a Jesús para
escuchar su palabra? Hoy día tenemos la facilidad, para escuchar la Palabra de
labios de Jesús, de simplemente abrir nuestra Biblia, en casa, en la banqueta,
en una banca del parque, en un consultorio, en el camión urbano, etc. Toda
persona que abre la Biblia en los santos evangelios, se encuentra con un Jesús
que nos habla de la Palabra. Formemos a todos nuestros católicos en la escucha
de este formidable Maestro. Comprobamos que en verdad Jesucristo es un maestro
en salida, no es de sacristía. El mar de Galilea es el centro de trabajo de esa
gente que vivía de la pesca, y ahí se hace presente Jesús, no los espera en el
templo.
Jesucristo convoca a la multitud,
siempre es Dios el que atrae, el que llama, y ahora lo vemos llamando a sus
discípulos. La religión cristiana siempre es así: Dios llama, el ser humano
responde. En la Iglesia tememos que infinidad de católicos están en esta fe
porque se han acostumbrado, porque entraron sin saber cómo, porque quizá no son
muy conscientes, pero no porque Alguien nos haya llamado a estar con él, a
seguirlo, a pescar personas para la causa de Dios. Simón Pedro le dice a Jesús:
"confiado en tu palabra”. Es la
condición propia del discípulo: escuchar la palabra del Maestro, vivir de
acuerdo a esa palabra, dejarse llevar por esa palabra, de lo contrario, tu fe
se vuelve estéril, tanto tu apostolado como toda tu vida: "hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada”.
Ser
católico no es tanto un estilo o un modo de ser en esta sociedad. Tomemos
conciencia del llamado que nos hace Jesús para colaborar en su obra de ganar a
todas las personas para la causa de la salvación de Dios, que no es en provecho
de Dios mismo, sino de toda la humanidad. Jesús nos llama a seguirlo, a
colaborar con él, no a meramente ser personas ‘religiosas’.
Si
hacemos un poco de conciencia de la fe que hemos recibido, seguramente también
nosotros nos sentiremos poca cosa, pecadores delante de la santidad de Dios. Y
qué bueno, porque nadie debe sentirse merecedor del llamado de Jesús. Somos
pecadores, Jesucristo nos conoce mejor que nosotros mismos. Por eso hay que
reconocer que su llamado es gratuito, no en base a nuestros méritos. Se
equivocan las gentes que nos critican diciendo que vamos a misa porque nos
creemos muy buenos, al contrario, lo hacemos porque necesitamos la misericordia
de Dios. También él quiere contar con nosotros para salvar a este mundo.
Simón
Pedro se dobla ante Jesús por la pesca milagrosa: "¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!”. Isaías por su parte: "¡Ay de mí!, estoy
perdido, porque soy un hombre de labios impuros, que habito en medio de un
pueblo de labios impuros”. Y san Pablo: "Finalmente, (Cristo) se me apareció también a mí, que soy como un aborto.
Porque yo perseguí a la Iglesia de Dios y por eso soy el último de los
apóstoles e indigno de llamarme apóstol”. La razón de fondo que se da san Pablo, vale
para todos los casos, también para nosotros: "por la gracia de Dios, soy lo que soy, y su gracia no ha sido estéril
en mí”.
Somos
católicos, cristianos, sacerdotes, catequistas, apóstoles laicos, etc., sólo
para la gratuidad de Dios. Podemos presumir la gracia de Dios, pero no a
nosotros mismos.