Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





¡CÓMO CONOCE BIEN JESUCRISTO NUESTRO CORAZÓN!

Domingo 3 de agosto de 2025, 18° del tiempo ordinario - C

Eclesiastés 1,2 y 2,21-23; Salmo 90 (89); Colosenses 3,1-5 y 9-11; Lucas 12,13-21.

 

El asunto de las herencias da ocasión para tomar conciencia de nuestra inclinación a la avaricia, a poseer y poseer. ¿No es esto algo que traemos los seres humanos muy arraigado en el corazón?

La repartición de las herencias no es el tema central de la palabra que escuchamos en la liturgia de hoy, pero conviene que digamos algunas instrucciones porque es algo que se vive en muchas familias, y hay que hacerles algún llamado, o darles algunos elementos de discernimiento, antes de acoger el mensaje de Jesús, que es el fundamental.

A todos: hay que hacer las cosas bien, con justicia y a tiempo, porque luego se les dejan a los hijos conflictos que en ocasiones terminan muy mal. Aunque, como somos humanos, de todas maneras quedan distanciamientos y rencores permanentes.

La repartición de herencias no es algo aritmético. La equidad no está ahí, en hacer partes iguales. Es necesario considerar los derechos que se ha ganado cada hijo: la que supo estar con papá y mamá, la que los atendió, les dio de comer, los llevó al médico, etc. El hijo que les ayudó a levantar algún cuarto, etc. Hay que ver quienes se distanciaron y ya no se acordaron que tenían papás. Hagan las cosas a tiempo, hagan su testamento.

Nuestro Señor Jesucristo se negó a constituirse en juez en la distribución de herencias. Habría tenido que poner un despacho, con licenciados, investigadores, topógrafos, notarios, etc. ¿Es ése un buen oficio para el Hijo de Dios? Mejor que nos enseñe, como es lo propio de un Maestro en humanidad, en salvación en cosas profundas. Jesucristo es salvación y salud con sus enseñanzas. Trabajemos para hacer llegar su Palabra a todo mundo. Si nos dejamos llevar por su Palabra, seremos salvos. Si nos dejamos llevar por nuestros afanes, estamos perdidos.

Jesucristo sabe, y es algo muy notorio, que el móvil en la repartición de herencias es la avaricia. Y la avaricia es la raíz de todos los males (san Pablo lo dice así: "La raíz de todos los males es el afán de dinero” (1 Timoteo 6,10). Hay que aprender a tomar conciencia de que la mejor herencia que nos han dejado nuestros padres es la fe, la vida de la Iglesia, los valores evangélicos, el amor a la verdad, la honestidad, la generosidad, la compasión, el amor a Dios y al prójimo, etc., etc. Nos dieron escuela, alimento, vestido, nos hicieron mujeres y hombres cabales. Con eso tenemos para salir adelante.

A partir de esta petición que recibe Jesús en medio de la multitud, nos deja una enseñanza que nosotros hemos de acoger y llevar a todos:

Cuídense de la avaricia. Poner el corazón en los bienes pasajeros es un absurdo que Jesús plasma en la parábola del hombre que se hizo rico de repente pero al que Dios le pidió su vida de la noche a la mañana. ¿Qué se puede llevar después de la muerte? Nada. Por eso decimos, como en la primera lectura de hoy: Vanidad de vanidades, todo es pura vanidad. La palabra ‘vano’ es sinónimo de vacío, hueco. En el salmo lo hemos recitado: "Tú haces volver al polvo a los humanos”. Y san Pablo, en la segunda lectura, nos lo insiste: "busquen los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. Pongan todo el corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra”.

Desconfiemos de nuestro corazón, se va detrás de las cosas que no tienen valor. Enseguida de este pasaje evangélico, Jesucristo nos llama a abandonarnos en la providencia de Dios. Los invito a que leamos todo este capítulo 12 de san Lucas, con un corazón de discípulos, porque luego sigue el evangelio del próximo domingo: "No temas, pequeño rebaño, porque a su Padre le ha parecido bien darles a ustedes el Reino. Vendan sus bienes y den limosna. Háganse bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla; porque donde esté su tesoro, allí estará también su corazón” (Lucas 12).

Lo que Jesús nos enseña, él primero lo vive. Dejemos que nuestro corazón aprenda, aunque sea poco a poco.

Su hermano: Carlos Pérez B., Pbro.


 

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