Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





¿QUÉ CLASE DE CRISTIANOS Y MUNDO QUIERE JESÚS?

Domingo 17 de agosto de 2025, 20° del tiempo ordinario - C

Lucas 12,49-53.

 

Primero, permítanme insistir en que la vida cristiana consiste en escuchar atentamente a Jesucristo para poner nuestra vida en sintonía con su Palabra, la que escuchamos en los santos evangelios, desde luego que discernida para tiempos y circunstancias actuales. No es correcto que nos hagamos un modelo propio de vida cristiana independientemente de su Palabra. Hoy, particularmente, tenemos que poner en práctica este principio porque escuchamos palabras de Jesús que nos desconciertan.

Jesucristo nos dice hoy: "He venido a traer fuego a la tierra ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo ¡y cómo me angustio mientras llega! ¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra? De ningún modo. No he venido a traer la paz, sino la división”.

Ante estas palabras, que tenemos que tomar en serio, hemos de tratar de entenderlas a profundidad: ¿qué es lo que nos quiere decir nuestro Señor Jesucristo? Siempre hemos vivido convencidos que sí vino a traer la paz, ¿cómo es que ahora, en este pasaje, nos dice que no?

Sí, en otros lugares de los evangelios vemos que sí ha venido a traer la paz a la tierra, a esta humanidad. En su nacimiento, san Lucas nos dice que los ángeles del cielo cantaban ahí en Belén: "Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace” (Lucas 2,14). Por eso en navidad todos cantamos ‘noche de paz, noche de amor’. Ya antes, Zacarías, el padre de Juan Bautista, decía en su cántico: "por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite una Luz de la altura, a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lucas 1,78). Al enviar a sus apóstoles a misión, les instruyó que llevaran la paz a las casas a donde llegaran: "En la casa en que entren, digan primero: Paz a esta casa. Y si hubiere allí un hijo de paz, su paz reposará sobre él; si no, se volverá a ustedes” (Lucas 10,5). En su entrada a Jerusalén, la gente cantaba: "Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas” (Lucas 19,38). El mismo Jesús, nos dice san Lucas, traía en el corazón el deseo de paz para Jerusalén, la ciudad santa, y se lamenta que no hayan estado a la altura de la paz: "Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: ¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos” (Lucas 19,41).

¿Entonces? ¿Vino o no vino a traer la paz a este mundo? Sabemos que sí, que Jesucristo sí ha venido a traernos la paz de Dios a este mundo. Pero una primera cosa que hemos de entender es que nuestro Maestro no quiere cristianos apaciguados, mustios, inmóviles, con cara de muy católicos, encerrados en su religiosidad pero no militantes por el Reino. Él no fue así. Él vino a prenderle fuego a este mundo, y quiere que ya esté ardiendo.

Por otro lado, hemos de decir que Jesucristo sí vino a traer la paz, pero este mundo se resiste a la paz de Dios. Todos los seres humanos deseamos la paz, nadie quiere sufrir la guerra, la violencia, la muerte, los pleitos, los conflictos. ¿Quién es feliz en estas situaciones? Nadie, todos sufrimos las consecuencias. Pero no entramos en razón. Así se lamentó Jesús ante Jerusalén cuando llegó a esta ciudad a entregar la vida. El que nos traía la paz fue muerto violentamente. Y fue muerto no por el crimen organizado, o porque los romanos lo hayan querido ejecutar. No. Jesucristo sufrió el rechazo, la tortura, la muerte a manos nada menos que de la clase más religiosa de su pueblo, los sumos sacerdotes, los escribas, el sanedrín.

Y no sólo Jesús sufrió la muerte por violencia, sino también muchos de sus discípulos y discípulas padecieron el martirio. La historia de nuestra querida Iglesia está llena de mártires. Los cristianos hemos regado este suelo con la sangre gloriosa de los testigos del Resucitado. Aún hoy día, cuántos cristianos continúan padeciendo la muerte por los enemigos de la verdadera paz de Dios. Así lo dice Jesús en el pasaje evangélico de hoy: "De aquí en adelante, de cinco que haya en una familia, estarán divididos tres contra dos y dos contra tres”.

Hay que decir que este mundo nuestro habla de paz pero se trata de una paz falsa, superficial, engañosa, convenenciera. Es la paz de los que detentan el poder, el capital; la paz del miedo, la paz de los ejércitos, la paz de las bombas atómicas. Es la paz a fuerza, la paz exteriorista. Esa paz no vino a traer Jesús: "Les dejo la paz, mi paz les doy; no se la doy como la da el mundo” (Juan 14,27). Sólo la paz de Dios es verdadera, profunda, enraizada en los corazones, la paz del Espíritu. Alimentémonos de esta paz, vivamos esta paz, llevemos esta paz, ‘Shalom’, a todo el mundo. "Felices los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5,9).

Su hermano: Carlos Pérez B., Pbro.


 

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