EN LA FIESTA DE JESÚS LOS
INVITADOS SON LOS POBRES
Domingo 31 de agosto de 2025,
22° del tiempo ordinario - C
Eclesiástico 3,19-21 y 30-31; Lucas 14,1 y 7-14.
En este mes de la Biblia vayámonos
convenciendo, aunque sea poco a poco, que la escucha de la Palabra es el
fundamento de nuestra fe y de nuestra vida cristiana. Creemos en un Dios que
nos habla. Nuestro Dios no es un ídolo mudo. Si no leemos la Biblia, si no lo
escuchamos en la Biblia, lo estaremos convirtiendo en un ídolo estático que
sólo está para ser adorado, para recibir culto y devociones de sus ‘creyentes’.
No. El Dios verdadero es un Dios que habla, y el verdadero creyente es una
persona que lo escucha y se esfuerza (palabra que escuchamos el domingo
pasado), en poner su vida en sintonía con su Palabra. Cómo le pido a Dios que
todos, empezando por el obispo y los sacerdotes, nos hagamos promotores de esta
gran convicción.
Dos enseñanzas nos da Jesús
en el pasaje evangélico de hoy: cuando somos invitados, y también cuando a
nosotros nos toca invitar.
De nuevo vemos a Jesús, el
que come con publicanos y pecadores (ver Lucas 15,2), en casa de uno de los
jefes de los fariseos. Ya lo habíamos con esta gente en Lucas 7,36. Lo estaban
observando, dice el evangelio. Jesús también es observador. Ellos lo observaban
para tenderle trampas. Él, en cambio, los observaba para evangelizarlos, para
sembrar en ellos y en nosotros los valores de Dios. Nosotros observamos,
contemplamos a Jesús, para aprender a ser como él. Jesús es observador para
ejercer su labor de Maestro. Es necesario observar los comportamientos de las
personas, es necesario observarnos a nosotros mismos. No caigamos en el pecado
de pensar que ser observadores es malo. Si lo fuera, Jesucristo no lo sería. Es
necesario ser observadores de los demás y de nosotros mismos para sacar
enseñanzas.
Los seres humanos estamos
enfrascados en la carrera de ser más. ¿En qué aspectos de nuestra vida buscamos
los mejores lugares, ya sea abiertamente o sutilmente? En la política, en el
trabajo, en el barrio, en nuestro grupo etario, sobre todo cuando somos
jóvenes, en la escuela, en el ambiente de Iglesia. Pensemos en ejemplos: yo me
visto mejor, yo soy más bonito o bonita, yo tengo más dinero (al menos aparento
tenerlo), tengo mejor casa, yo sé hablar mejor, a mí me ponen más atención,
etc., etc. Muchos clérigos estamos metidos en la carrera de ser más, de subir,
algo que denunció con cierta frecuencia el Papa Francisco, que de Dios esté
gozando, el carrerismo eclesiástico.
Jesús, que nos conoce muy
bien por dentro nos deja esta enseñanza contundente. Lo escuchamos, dejamos que
nos enseñe, que nos corrija, que nos forme interior y exteriormente. En este
mes de la Biblia cultivémonos en la escucha obediente de su Palabra. ¿Quién
tiene razón, Jesús o el mundo? Él mismo lo vivió, siendo Hijo eterno de Dios se
hizo pobre, al grado de encarnarse en Nazaret y nacer en un portal de Belén.
Nunca buscó ser alguien humanamente distinguido, poderoso. Bien que nos dice, y
lo repetimos en el aleluya: "aprendan de
mí que soy manso y humilde de corazón”.
Cuando buscamos ser más que
los demás, nos echamos una carga a las espaldas, nos sobrecargamos, nos
angustiamos, nos afanamos por algo que no vale la pena. Jesús nos enseña a ser
humildes y eso nos hace felices, más aún, con eso somos, como él, salvación
para todo el mundo. ¿Por qué este mundo se pierde, se destruye? Por ese afán de
ser más que los demás.
Y
cuando a nosotros nos toca invitar, hemos escuchado bien la enseñanza de Jesús:
no inviten (así lo escuchamos) a tus amigos ricos, a tus parientes, a los que
luego te pueden invitar a ti. Invita a los pobres, a los enfermos, discapacitados,
porque ellos no te pueden invitar. No te preocupes, el final de cuentas, será
Dios Padre el que te invite a su fiesta, a la fiesta de su Hijo. En la fiesta
de Jesús, la fiesta de la vida, los invitados principales son los pobres, los
últimos, los pequeños, los de abajo.
La
fiesta de Jesús la celebramos en la Eucaristía, aquí no caben los orgullosos,
los encerrados en sí mismos. Sólo los humildes se pueden acercar.
Su hermano: Carlos
Pérez B., Pbro.