OPCIÓN RADICAL POR JESUCRISTO
Domingo 7 de septiembre de
2025, 23° del tiempo ordinario - C
Sabiduría 9,13-19; Filemón 9-10 y 12-17; Lucas 14,25-33.
El evangelio. - Lucas 14,25-33.
En aquel tiempo, caminaba con Jesús una gran muchedumbre y él, volviéndose
a sus discípulos, les dijo: "Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su
padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas,
más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me
sigue, no puede ser mi discípulo.
Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone
primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que,
después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que se
enteren comiencen a burlarse de él, diciendo: ‘Este hombre comenzó a construir
y no pudo terminar’.
¿O qué rey que va a combatir a otro rey, no se pone primero a
considerar si será capaz de salir con diez mil soldados al encuentro del que
viene contra él con veinte mil? Porque si no, cuando el otro esté aún lejos, le
enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz.
Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no
puede ser mi discípulo”.
Mi comentario. -
Permítanme
insistir: la escucha de la Palabra de Dios, la lectura de la Biblia, diaria,
especialmente de los santos evangelios, es la parte fundamental de nuestra vida
cristiana. El que no lee la Biblia tiene puesta su fe en un Dios mudo, a fin de
cuentas, un ídolo; el que no lee los santos evangelios, tiene puesta su fe en
un Jesucristo que no habla, que no enseña…
Precisamente
la primera lectura, del libro de la Sabiduría, nos habla de eso: "Los pensamientos
humanos son mezquinos y caducos nuestros proyectos”.
Y
veamos cómo al abrir el evangelio, al entrar al evangelio, nos encontramos con
nuestro Señor Jesucristo, y ahí él nos habla. Y ahora, de nueva cuenta, nos
habla fuerte. Pero él es el Maestro y nosotros sus discípulos. Él tiene derecho
a exigirnos, y nosotros, a dejarnos enseñar y conducir por su Palabra. Todos
los católicos hemos de entrar en el evangelio y escuchar personalmente a Jesús.
El
evangelista nos dice: "caminaba con Jesús
una gran muchedumbre y él, volviéndose a sus discípulos, les dijo”. Ésta es
la versión del leccionario romano, pero en el original griego, leemos que Jesús
simplemente se volteó y les dijo, a toda la multitud. Conviene fijarnos en
esto, porque luego nos quedamos en que sus exigencias son solamente para el
grupo de los apóstoles (interpretando así la palabra ‘discípulos’). Pero la
verdad es que sus exigencias son para todos. Imaginémonos a la multitud de los
católicos de hoy día caminando detrás de Jesús, ignorantes de muchas cosas,
movidos quizás por intereses o conveniencias personales, y que de repente Jesús
se nos volviera de frente para aclararnos las cosas. Permítanme decirlo de esta
manera: "alto, deténganse, fíjense bien detrás de quién vienen caminando, o a
quién andan buscando. ¿Son conscientes de las exigencias y consecuencias que
conlleva el seguirme los pasos? Yo voy a Jerusalén a entregar la vida en una
cruz”. Algo así es lo que leemos en
el evangelio. Jesús nos advierte: no seamos como aquel que se puso a construir
y, por no hacer bien sus cálculos, no pudo terminar; o como aquel rey (valga la
comparación con los tiempos que estamos viviendo) que se quería lanzar a la
guerra contra un ejército superior al suyo.
Nuestro
señor Jesucristo mismo es el que nos está pidiendo tomar conciencia de lo que
queremos, no sea que al ser católicos estemos pensando en otra cosa, en algo
muy diferente a lo que Jesucristo trae en el corazón. Y es la verdad. Por eso
tantos católicos piensan y viven un poco o un mucho ‘alejados de Dios’: de vez
en cuando van a Misa, no leen la Biblia (incluso muchas de las gentes que están
en nuestros grupos y apostolados), no participan en las actividades de la
parroquia o de la diócesis, no viven su fe católica en el mundo, en su trabajo,
en el barrio, en la política, en los movimientos sociales. Muchos de los
nuestros piensan que sólo se trata de ser católicos de nombre. Y lo que estoy
diciendo no lo digo como un reclamo para ellos, sino para nosotros los
sacerdotes y el obispo, que ésa es la religión que les hemos enseñado y
seguimos promoviendo, una religión de eventos ocasionales.
Veamos
las exigencias de Jesús que nos producen escándalo, como los otros pasajes de
este capítulo 14 de san Lucas que hemos leído estos domingos. En el leccionario
romano leemos, escuchamos: "Si alguno
quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus
hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi
discípulo”. Esta es una forma muy suave de referir las palabras de Jesús,
pero propiamente de esta otra manera las recogió san Lucas: "Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su
mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no
puede ser discípulo mío. El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede
ser discípulo mío”. Así hemos de
escucharlo con un corazón obediente, dócil, ciertamente con interrogantes, que
hay que presentarle a Jesús.
El verbo odiar nos produce escándalo, porque, conociendo
a Jesús, lo que esperamos de él es que nos pida amar a todo mundo,
especialmente a nuestros seres más cercanos. Él nos manda amar a Dios por
encima de todo, amar al prójimo, amarnos unos a otros. Él dio la vida por amor
a los seres humanos.
¿Por qué utiliza Jesús el verbo odiar?, nos
preguntamos los creyentes-seguidores de Jesús. Para empezar, a mí me gusta
decir que el verbo ‘preferir’ no es el más adecuado, es demasiado suave y
confuso como para expresar la opción radical por Jesús. Una mujer, por ejemplo,
no aceptaría que su esposo le dijera que ella es la preferida. ¿Entre cuántas?,
le preguntaría la esposa. Así con Jesús. Él no puede ser simplemente el
‘preferido’, porque eso lo igualaría o lo pondría en el mismo nivel que al
resto de nuestras preferencias, quizá y poquito más por Jesús. Ser cristiano no
es eso. El cristiano es aquel, aquella que ha tomado una decisión radical por
Jesús, como en el antiguo testamento se lo expresaba Dios a su pueblo: "Yahveh nuestro Dios es el único Yahveh.
Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu
fuerza… No vayan detrás de otros dioses, de los dioses de los pueblos que los
rodean, porque un Dios celoso es Yahveh tu Dios” (Deuteronomio 6,4.14).
Entendemos mejor esto si empezamos por ‘odiarnos’ a
nosotros mismos como el Hijo de Dios lo hizo en su vida encarnada. Si Jesús se
hubiera amado a sí mismo, amando con preferencia a su Padre eterno, pues
hubiera vivido su vida de una manera ‘tan normal’ como la nuestra. Pero él
terminó sacrificado, su cuerpo tan destruido que podemos decir, a fin de
cuentas, como si se hubiera odiado a sí mismo.
Esto es lo que nos pide Jesús hoy, una decisión
radical por él. Escuchar, obedecer y seguir a Jesús es renunciar a ese
catolicismo tan sin fuerza que tantos estamos viviendo. Para un cristiano,
Jesús es el absoluto: "tú eres mi Señor y mi Maestro, y no quiero escucharte
sino a ti”, decía el beato Antonio Chevrier.
Les recomiendo que lean, en su lectura personal, la
carta completa de san Pablo a Filemón. Es una carta que mueve las entrañas.
Su hermano: Carlos
Pérez B., Pbro.