Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





LA RELIGIOSIDAD DE JESÚS:  SALIR A BUSCAR

Domingo 14 de septiembre de 2025, 24° del tiempo ordinario - C

1 Timoteo 1,12-17; Lucas 15,1-32.

 

En este mes de la Biblia insistamos: nuestra vida cristiana consiste en escuchar a Jesucristo y vivir de acuerdo a su Palabra. Y hoy escuchamos una enseñanza que nos llena de salvación.

La primera escena nos explica el porqué de estas tres parábolas. Es que Jesucristo acogía a los pecadores que se le acercaban para escucharlo. Y se le acercaban porque no veían en él a un escriba o un fariseo que los despreciaba sino, al contrario, Jesús les hablaba de Dios, y transparentaba en sí mismo al Padre misericordioso, un Padre que espera el retorno de los hijos que se le han extraviado. Lo expresa claramente en las tres parábolas que hemos escuchado.

Los escribas y fariseos lo criticaban por eso. Jesucristo los invita también a ellos a entrar en el propósito del Padre que es perdonar y salvar; los invita a entrar en la alegría de este Dios que es tan diferente a la presentación que ellos hacen del mismo Dios. Pero Jesús conoce a su Padre mucho mejor que ellos. Los escribas y fariseos procuraban juntarse solamente con los que consideraban ‘buenos’, y vivían en la convicción de que Dios rechazaba a los pecadores.

Así pues, con estas maravillosas parábolas Jesús da razón de su comportamiento, de su misión. Comienza Jesús su enseñanza con una pregunta que pretende llegar al corazón de sus oyentes, que también somos nosotros: ¿Quién de ustedes si tiene… y se le pierde una? En las tres parábolas hemos de repetir esta pregunta.

Y por ahí hemos de empezar. ¿Quién de nosotros no se alegra cuando encuentra algo que se le ha perdido? Piensen en aquellas ocasiones y en aquellas cosas que han encontrado y que ya pensaban que estaban perdidas: el auto, un celular, la cartera, las tarjetas bancarias, ¡un hijo! Pues Jesús, a partir de nuestra experiencia de alegría por encontrar algo perdido, nos invita a entrar en la alegría de Dios cuando un pecador se convierte, cuando un pecador, así sea el más grave, vuelve, no a la vida que nosotros pensamos que es honesta con criterios humanos, sino que regresa a Dios, nuestro Padre.

Fijémonos en cómo puntualiza nuestro Señor la alegría en cada una de las parábolas: al encontrar a la oveja perdida, lleno de alegría la carga sobre sus hombros, y les dice a sus amigos "alégrense conmigo”, y continúa "habrá más alegría en el cielo”. Lo mismo la mujer que encuentra la moneda que perdió. ¡Qué bonito que Jesús compara a Dios con una mujer que barre toda la casa! A los escribas y fariseos les habrá parecido falta de respeto, pero a nosotros, al contrario, nos parece excelente que nos presente a un Dios doméstico.

Y no se diga la tercera parábola. Qué hermosa manera de presentar a Dios. Espero que todos nos sintamos contagiados por esta imagen de Dios. Una vez que el hijo perdido tomó conciencia de su pecado que hizo su acto de arrepentimiento, y tomó su decisión de volver al Padre, este Padre lo vio de lejos porque ya lo estaba esperando, siempre lo estaba esperando; corrió a su encuentro, lo llenó de abrazos y besos, pidió para él la túnica más rica, anillo y sandalias; y decidió hacer una gran fiesta. De ese tamaño es la alegría de Dios cuando cualquiera de nosotros pecadores se decide a regresar a él.

Pero aquí no queda todo, luego sigue en su invitación a su hijo mayor, el que aparentemente no se le ha perdido para que entre él también en su alegría, en su fiesta, "porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”. Estamos ante un Padre que sabe convencer. No salió para meter a su otro hijo a la fiesta a la fuerza, con violencia, sino con palabras, con razones de fondo. Así es que nadie queda fuera de la gracia de Dios, o eres un pecador abiertamente, o eres uno que se cree más o menos bueno. Todos estamos invitados a entrar en la fiesta de la Comunión con Dios.

Estas parábolas no son meramente narraciones bonitas que nos hablan de un Dios bonito. Son también la invitación a vivirlo en nuestras personas, a hacer una Iglesia así, abierta, dialogante, acogedora, que sale a buscar a las ovejas perdidas, es decir, que no se encierra en el rezo y en el culto, y desde luego que nos habla del mundo que hemos de construir, con la fuerza del Espíritu Santo, el reino de la inclusión.

Su hermano: Carlos Pérez B., Pbro.

 


 

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