("Prácticas
para seguir a Nuestro Señor e imitar su humildad… Cuando hayamos hecho todo lo
que debemos hacer diremos en nuestro interior y en voz alta y con sinceridad:
no soy más que un siervo inútil”. (Beato
Antonio Chevrier, El Verdadero Discípulo, p. 402).
LA OBRA ES DE DIOS, NO DE
NOSOROS
Domingo 5 de octubre de 2025,
27° del tiempo ordinario - C
Lucas 17,5-10.
El mandato sobre la corrección fraterna
precede a esta petición de los discípulos. ¿Qué nos enseña Jesús? "Cuídense de
ustedes mismos. Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale.
Y si peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo:
Me arrepiento, le perdonarás”. Convendría que completáramos esta enseñanza con la versión de san
Mateo 18,15 para tener la práctica que nos pide Jesús, con más detalles.
Ciertamente para practicar la corrección fraterna, el arrepentimiento,
el perdonar, el ser perdonado, se requiere de mucha fe. Es posible que por esto
se la hayan pedido los discípulos a Jesús.
Los discípulos nos ponen la muestra de algo que le tenemos que pedir a
Jesús y que generalmente no está en nuestra lista de peticiones. Los católicos
le pedimos al Señor casi más bien por nuestras necesidades más inmediatas: el
pan de cada día, la salud, la seguridad, la solución a algún problema. ¿Le
hemos pedido a Jesús que nos aumente la fe? El que tiene fe, lo tiene todo. El
que no tiene fe, se encuentra muy desamparado.
Pero hemos de preguntarnos, ¿qué clase de fe le pedimos a Jesús? ¿La fe
como nosotros la entendemos y la vivimos? Claro que no. Le hemos de pedir la fe
como él la entiende y la vive. Nuestra fe es mágica. Como que nos gustan las
cosas fáciles; que con una especie de ‘abracadabra’ consigamos lo que
necesitamos. Pero la magia es todo lo contrario a la fe. La fe es una fuerza
enorme, la fuerza de Dios, quien no quiere hacer lo que a nosotros nos toca
sino más bien darnos la fuerza para movernos a hacerlo. La fe nos hace entrar
en los planes de Dios, con obediencia, con docilidad, y en sus tiempos. Y
entrando en los planes de Dios, se tiene todo, porque se tiene a Dios de
nuestro lado.
La comparación que nos pone Jesús hay que entenderla adecuadamente: "Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla
de mostaza, podrían decir a ese árbol frondoso: ‘Arráncate de raíz y plántate
en el mar’, y los obedecería”. Si revisamos los santos
evangelios, veremos que Jesucristo no se dedicaba a trasplantar árboles. La
comparación es solamente eso, una comparación. No quiere decir que usemos
nuestra fe con esa finalidad. Nuestro Señor ciertamente tenía una fuerza
milagrosa que ejercía para curar, para sanar, para salvar. Incluso con los
elementos de la naturaleza, calmaba el viento y el mar; "Tú dominas el mar” (Salmo 89,10); o caminaba sobre el mar, pero
lo hacía para cumplir con las profecías antiguas, hacer lo que es propio de
Dios: "Por el mar iba
tu camino, por las muchas aguas tu sendero, y no se descubrieron tus pisadas” (Salmo 77,20).
Lo que Jesús nos enseña es que no nos hagamos para atrás ante las
adversidades o dificultades, especialmente cuando se trata de construir un
mundo mejor para todos, que eso es el reino que anunciaba e inauguraba Jesús.
Enseguida, nos enseña Jesús a ser, a vivir, a ser siervos en la obra de
Dios. Nos lo dice con unas palabras muy duras que, si se tratara de otro
maestro, hasta nos podríamos ofender. Pero como vienen de nuestro Maestro de
maestros, las asumimos con toda humildad y obediencia. Jesús nos enseña a
decirnos a nosotros mismos cuando hayamos hecho todo lo que nos fue mandado: ‘somos
siervos inútiles, no hemos hecho más de lo que teníamos que hacer’. Así
es, ‘siervos inútiles’ es la expresión que recogió san Lucas y su comunidad. El
leccionario romano y algunas biblias suavizan la frase de Jesús, pero es mejor
asumirla como está en el original, aunque nos parezca fuerte. Porque con esa
fuerza lo hemos de vivir: cuando los sacerdotes y el obispo terminemos cansados
del día por haber celebrado sacramentos, habernos encontrado con la gente,
cuando hayamos servido de varias maneras, debemos pensar que somos siervos
inútiles. Cuando los laicos católicos hayan servido en la parroquia, en las
obras de caridad, en el apostolado, la catequesis, en el servicio social, etc.
y terminen cansados el día, han de decir: ‘somos siervos inútiles, no hemos
hecho más de lo que teníamos que hacer’.
Pensarlo, decirlo, vivirlo así, nos ayudaría a asimilar que la obra es
de Dios, que la luz y la fuerza son del Espíritu Santo, que no es nuestra obra
lo que hacemos, es Dios mismo quien la hace (ver 2 Corintios 4,7). Y así, no
presumiríamos los logros que son de Dios. Ya él nos recompensará como sabe
hacerlo. Esto sí que sería fe.
Su hermano: Carlos
Pérez B., Pbro.