LA ESPIRITUALIDAD DE LA
GRATITUD
Domingo 12 de octubre de
2025, 28° del tiempo ordinario - C
2 Reyes 5,14-17; Lucas 17,11-19.
El Evangelio. -
En aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre
Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro
diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían:
"Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.
Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes”.
Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra.
Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz
alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ése era un
samaritano. Entonces dijo Jesús: "¿No eran diez los que quedaron limpios?
¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero,
que volviera para dar gloria a Dios?” Después le dijo al samaritano: "Levántate
y vete. Tu fe te ha salvado”.
Un comentario. -
Diez leprosos fueron curados por Jesucristo y sólo uno regresó para
darle las gracias, postrado a sus pies. Una desafortunada coincidencia, uno de
cada diez católicos, después de recibir tantas gracias y bendiciones durante la
semana, se acuerda de ir a Misa el domingo para darle gracias a Dios.
San Lucas nos dice que le gritaron a lo lejos. Efectivamente, los
leprosos no podían acercarse a la gente sana. La ley de Moisés (ver Levítico
13) se lo prohibía. Le gritaban así: "Jesús, Maestro, ten compasión de
nosotros”. Los leprosos nos recuerdan que Jesús es nuestro Maestro, nuestro
Educador. Entremos cada día en las páginas de los santos evangelios para que él
nos eduque: en la compasión, en el agradecimiento, en la fe, en la inclusión,
como lo hace hoy. Los leprosos apelan a la compasión, la principal virtud de
Jesús.
Jesús los manda a presentarse con los sacerdotes. Dice la Biblia, en el
libro del Levítico, que (como no había servicios de salubridad en aquel tiempo)
los sacerdotes eran los encargados de revisar a los posibles enfermos para
declararlos, o leprosos o sanos. Por eso Jesús los envía con ellos, no para que
ellos los curen, sino para que certifiquen su milagro y así les abran la puerta
de la inclusión en la comunidad de los creyentes, la familia de Dios.
En el camino, no cuando ya habían llegado con los sacerdotes, quedaron
limpios, es decir, puros, porque la impureza era la marca que llevaban en su
exterior y en su interior. La ley de Moisés los obligaba a gritarle a todo el
mundo que eran impuros, contaminados o, lo que es lo mismo, pecadores, y eso
los hacía unos excluidos de la comunidad: "El
afectado por la lepra llevará los vestidos rasgados y desgreñada la cabeza, se
cubrirá hasta el bigote e irá gritando: ¡Soy impuro, soy impuro! Todo el tiempo
que dure la llaga, quedará impuro. Es impuro y habitará solo; fuera del
campamento tendrá su morada” (Levítico 13,45). La purificación de estos
hombres había sido, claramente, obra de Jesús.
Pero, como decimos, sólo uno de ellos regresó para darle las gracias a
Jesús. El evangelista subraya que se trataba de un samaritano, uno que no
practicaba la religiosidad de los judíos. Y el mismo Jesús pone de relieve la
actitud de este hombre, porque no quiere dejar pasar, para nuestro bien y de
todo el mundo, que éste es un valor evangélico invaluable: "¿No eran diez los que
quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de
este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?” Después le dijo al
samaritano: "Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”.
¿Los samaritanos sí tenían fe? Pues según Jesús, sí.
Nuestro Señor aprecia, porque la vive, la virtud del agradecimiento. El
agradecimiento es salvación para nosotros y para todo nuestro mundo. El que da
gracias, y así lo vive en su interior, es una persona que tiene conciencia de
la gratuidad de Otro, Dios nuestro Padre que nos brinda gratuitamente infinidad
de cosas. Ni siquiera tenemos capacidad para contenerlas en nuestra conciencia.
Por lo general, somos muy despistados, vivimos las cosas como si nada. Qué bien
nos haría vivir esta vida detenidamente: detenernos, aunque sea brevemente,
cuando despertamos, Dios nos da la vida, GRATIS; cuando, recién despertados y
levantados, vemos a nuestros seres queridos. Hay que decir "gracias, Padre”.
Cuando nos lavamos o nos bañamos, cuando desayunamos, o comemos en la calle, o
en el trabajo: "gracias, Padre, que me das de comer”. Cuando nos topamos con el
aire, el sol, las plantas, los animalitos, los cerros, la lluvia, el frío o el
calor: "gracias, Padre, todo esto nos lo brindas tú, ¿cuánto te debemos? No
podemos pagarte nada. Gracias por ser gratuito”. Y no se diga cuando hacemos
oración, recibimos algún sacramento, cuando nos damos cuenta que Dios nos ha
llamado a ser iglesia: "gracias, Padre”.
El agradecido también tiene conciencia que los demás son servidores. Con
todos hemos de ser agradecidos con papá y mamá, familia amplia, comunidad
cristiana y civil, campesinos, obreros… todos hacen algo en beneficio de
nosotros.
Podemos asegurar con una firme convicción que, si nos educamos, nos
formamos interiormente en el agradecimiento, todos los seres humanos, estaremos
construyendo un mundo mucho muy diferente al que estamos viviendo. La gente
agradecida es la que reconoce con humildad que Dios nos da todo gratuitamente:
su amor, su perdón, su misericordia, la vida, la salud, todas nuestras
facultades, los cinco maravillosos sentidos, la inteligencia, la razón, la fe,
la espiritualidad, su Santo Espíritu.
Si nuestra humanidad, me refiero a todos los seres humanos en su
conjunto, tenemos tantos y tan graves problemas de violencia, de injusticia, si
sembramos o provocamos dolor por todas partes, es porque somos soberbios,
egoístas, narcisistas. Vivimos como si fuéramos dueños de nosotros mismos, como
si este mundo y sus tantas cosas, lo hubiéramos hecho nosotros. La verdad es
que no somos nada, o somos muy poca cosa, y hasta eso poco, lo hemos recibido
de Dios. "Pues ¿quién es el que te
distingue? ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué
gloriarte cual si no lo hubieras recibido?” (1 Corintios 4,7).
Sería muy provechoso que contempláramos a Jesús en las páginas de los
santos evangelios, para comprobar que él mismo era la acción de gracias en
persona: "Tomó luego pan, y, dadas las
gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por
ustedes; hagan esto en recuerdo mío” (Lucas 22,19) "Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió
entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron”
(Juan 6,11). "En aquel momento, se llenó
de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: Yo te bendigo, Padre, Señor del
cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes,
y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito”
(Lucas 10,21).
Así pues, es necesario educarnos y educar a las nuevas generaciones en
el espíritu del agradecimiento, si queremos construir un mundo nuevo, con la
gracia del Espíritu Santo.
Su hermano: Carlos
Pérez B., Pbro.