UN REINO QUE NO SE IMPONE POR LA FUERZA
Domingo de Jesucristo Rey, 23 de noviembre de 2025.
Colosenses 1,12-20; Lucas 23,35-43.
Con esta fiesta de Jesucristo Rey concluimos
el año litúrgico. El reino de Dios es la meta de nuestro caminar, el reino de
Dios es la meta de la humanidad toda. El Reino de Dios fue la buena noticia de
Jesús, la buena noticia que él proclamaba desde Galilea, desde los pobres, para
el mundo. El reino de Dios fue el evangelio encarnado en toda su persona: él
mismo vino para ser la buena noticia para el pueblo. El reino no era otra
religión para el pueblo judío, sino el proyecto universal del Padre: un reino
de amor, de gracia, de justicia, de salvación, de paz para esta pobre
humanidad. No sólo el caminar de los seres humanos tiene esta meta, sino todo
el devenir de la maravillosa creación. Dios, paulatina y progresivamente ha ido
fraguando su proyecto que tiene como el momento culminante la encarnación de su
Hijo eterno. La plenitud de este proyecto de salvación es lo que estamos
esperando activamente, viviendo y trabajando en él y por él con la fuerza de su
Espíritu. Ésta es la fiesta de hoy.
Pero, cosa desconcertante para nuestro mundo,
¿qué imagen de Jesucristo nos presenta la Iglesia en este ciclo litúrgico C? Un
rey crucificado. Es preciso detenernos en esto: no nos cabe en nuestra
mentalidad humana ver a un rey así. Los reyes y las reinas visten con
elegancia, gozan de mucho poder en su reinado ("Los que visten
magníficamente y viven con molicie están en los palacios” Lucas 7,25). Nuestro rey es un rey despojado,
¿fracasado? ¿eliminado? ¿Dónde queda pues su reino? ¿dónde queda la esperanza
para este mundo? ¿Ha quedado crucificada como nuestro rey?
Es la manera tan sabia, profundamente sabia,
que ha ideado y llevado a cabo nuestro Padre Dios en su Hijo eterno, por su
Espíritu. Los humanos confiamos en el poder para sacar adelante nuestros
planes, nuestros intereses egoístas, confiamos en el dinero, en la fuerza, en
los honores. Dios, todo lo contrario, Dios confía en el camino de la pobreza,
de la humildad, en la entrega de sí mismo, en la gratuidad más que en el lucro.
Dios confía en el des-poder más que en el poder humano ("la debilidad divina es más
fuerte que la fuerza de los hombres”, 1 Corintios 1,25).
¿Quién tiene la razón? Pues que lo diga nuestra larga historia de fracasos: el
poder, el dinero, el ego, sólo nos han llevado a nuestra destrucción, sólo
miremos a nuestro alrededor. ¿Acaso el capital, las armas, los ejércitos,
nuestra soberbia han sido el camino de nuestra salvación? Podrán pasar siglos y
milenios y seguiremos en las mismas.
Jesucristo
es un rey que no le quita la vida a nadie, como sí lo hacían Herodes y Pilato,
como sí lo hacen los mandatarios de hoy día; Cristo da su vida y comunica la
vida; es un rey que no vino a ser servido sino que se hizo servidor. Qué
denuncia tan fuerte y presentación de sí mismo hace en los evangelios: "Los reyes de
las naciones las dominan como señores absolutos, y los que ejercen el poder
sobre ellas se hacen llamar Bienhechores; pero no así ustedes, sino que el
mayor entre ustedes sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve.
Porque, ¿quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que
está a la mesa? Pues yo estoy en medio de ustedes como el que sirve” (Lucas 22,25); Jesucristo es un rey que no cobra impuestos sino que es todo
gratuidad y no se podía manifestar mejor esto que en la cruz; es un rey que ama
y ama al extremo; es un rey que gobierna sin fuerza y sin ejércitos, sin
violencia, porque es un rey que gobierna convenciendo y cautivando corazones.
La imagen del crucificado que contemplamos
hoy en el evangelio y que tenemos en nuestros hogares y nuestros templos, es
una invitación permanente para que los seres humanos nos abramos a los caminos
de Dios, como lo hizo el malhechor crucificado, el primer ciudadano del reino
de Dios. Las autoridades, los soldados, y hasta uno de los crucificados al lado
de Jesús, lo retaban a que se salvara a sí mismo y a ellos. Lo mismo podrá
decir nuestra humanidad, nuestro (casi parece) código genético. Hace falta, y está al alcance de nuestras
manos, hacer a un lado nuestras inclinaciones y abrirnos al camino que Dios nos
ofrece en su Hijo. Así lo creemos los que celebramos este día a nuestro rey que
terminó su vida terrena clavado en una cruz. ¿Alcanzamos a ver en esa imagen el
reino de la gracia, de la salvación? ¿Alcanzamos a ver ahí la vida? Sí, ahí
cuelga de la cruz la vida eterna. Por eso Dios lo levantó de entre los muertos.
Su hermano: Carlos
Pérez B., Pbro.