Una Diócesis en Evaluación
Desde luego, no es la de Chihuahua. Ojalá lo fuera. Es la de San Cristóbal de Las Casas, cuyo obispo, Mons. Felipe Arizmendi, ha escrito el texto que aquí reproducimos para los lectores de Iglesia en Chihuahua. El conocer las experiencias y aspiraciones de otras diócesis nos ayuda a evaluar mejor nuestra propia diócesis y a ubicarnos como miembros más responsables de ella. Desde luego, hay que tomar de esta evaluación lo que se ajuste a nuestra realidad y sustituir lo que nos sea extraño. Lo que sí admira es la valentía y sinceridad que se ve en ella para encarar la realidad. (La Redacción).
Son seis los cauces fundamentales por donde decidimos caminar en nuestra diócesis; cada uno con su justificación teológica, sus prioridades, sus retos y sus líneas de acción. Se les llama también "horcones”, los que sostienen la casa eclesial.
VER Los participantes en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y de El Caribe asumimos el compromiso de hacer una revisión de nuestras estructuras eclesiales, como parroquias, diócesis, organizaciones, grupos y movimientos, para que se orienten a lograr que los bautizados lleguen a ser verdaderos discípulos y misioneros de Jesús; sólo de esta forma, nuestros pueblos tendrán en El una vida digna y plena. En otras palabras, queremos ponernos en "estado permanente de misión”, de revisión y conversión.
Nuestra diócesis de San Cristóbal de Las Casas, desde hace un año se conectó con los preparativos de esa V Conferencia, conforme al "Documento de Participación”, y ahora decidimos hacer un alto, para iniciar un proceso de evaluación del caminar diocesano, a partir de nuestras opciones fundamentales, del III Sínodo Diocesano y del Plan de Pastoral, para responder a las exigencias de hoy y generar más vida en Cristo. Durante esta semana, estamos en asamblea diocesana con este objetivo. Cuando se publique el "Documento de Aparecida”, esperamos inspirarnos en él, para profundizar nuestra revisión diocesana.
JUZGAR Son seis los cauces fundamentales por donde decidimos caminar en nuestra diócesis; cada uno con su justificación teológica, sus prioridades, sus retos y sus líneas de acción. Se les llama también "horcones”, los que sostienen la casa eclesial.
Iglesia autóctona. Inspirándonos en el Decreto del Concilio Vaticano II sobre la actividad misionera de la Iglesia (Ad gentes) No. 6, anhelamos ser una diócesis que se encarne en las realidades culturales propias del lugar, donde el 75% es población indígena, de cinco etnias distintas. No pretendemos ser una Iglesia autónoma, independiente o separada de la comunión con el Papa y con las demás diócesis, sino una Iglesia cuya liturgia, catequesis, ministerios y organización se adapten a la cultura local, siguiendo en todo las orientaciones y normas de la Santa Sede. No desconocemos los riesgos que esto implica, pues nos movemos en terrenos fronterizos, pero la fidelidad a la pedagogía de la Encarnación del Hijo de Dios nos inspira y alienta.
Iglesia liberadora. Sólo un ciego o un egoísta no ven el dolor de nuestro pueblo. La marginación y la exclusión de los campesinos e indígenas persisten, obligándoles a migrar y abandonar su pueblo, su familia y su cultura. El racismo está muy arraigado. Las divisiones internas en las comunidades agravan la miseria. La falta de servicios básicos, como agua, luz, salud, escuela, carretera, etc., condenan a miles de personas a vivir en condiciones que duelen y avergüenzan. En esta situación, y en cualquier otra parte, el amor preferencial por los pobres no es una opción que se pueda asumir a rechazar según gusto y criterio personal. Esta opción es tan esencial a nuestra fe cristiana, que quien no los ama con un corazón misericordioso, no ha conocido a Jesús, ni será reconocido por El al fin de los tiempos. En este compromiso liberador por los pobres, nos jugamos nuestra identidad cristiana y nuestra suerte final, como dice el Papa Juan Pablo II: El texto de Mt 25,35-36 "no es una simple invitación a la caridad: es una página de cristología, que ilumina el misterio de Cristo. Sobre esta página, la Iglesia comprueba su fidelidad como Esposa de Cristo, no menos que sobre el ámbito de la ortodoxia” (Carta Apostólica Novo Millenio Ineunte, 49). Este es el sentido de la liberación que promovemos.
Iglesia evangelizadora. Es notable el trabajo de casi todas las parroquias por formar a sus catequistas y demás servidores, aunque hace falta una formación más sistemática y completa, tomando en cuenta al Catecismo de la Iglesia Católica. Es urgente promover pequeños grupos o comunidades para estudiar, meditar y orar la Palabra de Dios, y con esta luz analizar la realidad y asumir compromisos sociales. Esta es una manera de formar los discípulos y misioneros de Jesucristo. Las CEBs son un modo ya reconocido y recomendado, que en algunos lugares han dado muy buenos resultados. Nos hace falta mucha más creatividad para buscar a los alejados, y no contentarnos con quienes frecuentan nuestra Iglesia. Necesitamos más ardor misionero en nuestros propios pueblos. Iglesia servidora. El servicio es una actitud fundamental para los creyentes y los pastores. Afortunadamente contamos con muchos servidores, no sólo para los actos cultuales, sino para la promoción humana y la organización comunitaria. Debemos continuar su formación permanente. Nos preocupa que varios diáconos permanentes ya son ancianos, están enfermos, y alguno ha tenido que emigrar, por su pobreza. Contamos con 89 sacerdotes (38 religiosos y 51 diocesanos), más de 200 religiosas y varios seglares de tiempo completo.
Iglesia en comunión. Nuestro mayor anhelo es mantenernos unidos entre nosotros mismos, aceptándonos en nuestras legítimas diferencias. La unidad en la diversidad, es el reto y la riqueza de nuestra diócesis, pues ser una Iglesia en comunión no significa ser, pensar y actuar todos de manera uniforme e idéntica, sino reconocer la diversidad de carismas y de ministerios. Esta comunión es esencial con quien preside la Iglesia, con Pedro y bajo Pedro. Buscamos el diálogo y asumimos la obediencia.
Iglesia bajo la guía del Espíritu Santo. Nuestra espiritualidad, entendida como actuar según el Espíritu, es que Jesucristo sea el cimiento, la fuente y la cumbre de nuestra pastoral. Sin esta relación personal y constante con El, los problemas nos doblegan, las deficiencias propias y de los demás nos desaniman, las tentaciones nos seducen, el camino se tuerce, la pastoral se reduce a una función administrativa, ritual y mercenaria. Se puede llegar hasta desistir de la propia consagración y misión. En cambio, cuando estamos bien cimentados en Cristo, las cruces pesan menos y llegan a ser redentoras. Las fallas de la Iglesia no nos derrumban. Nos ponemos, como Jesús, en las manos del Padre, y seguimos trabajando por el Reino de Dios, que nos exige evangelizar a los pobres. Estamos conscientes de que el Espíritu Santo "es la fuente y fuerza dinámica de la renovación de la Iglesia”. Por ello, para ser una Iglesia convertida y renovada, acudimos al Espíritu de Jesús.
ACTUAR Queremos ser discípulos fieles de Jesús. El es nuestra inspiración y deseamos que sea el centro de nuestra vida personal y eclesial. Al encontrarnos vivencialmente con El, lo contagiaremos en todas partes, empezando por la propia familia y el ambiente donde nos movemos. Nos haremos sus misioneros. Habrá una conversión personal, que se reflejará en la vida nueva para nuestros pueblos, sobre todo en el amor y en la justicia.
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