Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
El catolicismo crítico ilustrado
 
Por Paulo Sergio MENDOZA La ilustración que entró en el siglo XIX a América Latina mantenía un arraigado secularismo y un tinte anticlerical, y, aun hubo un gran número tanto de católicos que la rechazaron como de ilustrados que dejaron el cristianismo, hubo unos cuantos que supieron vivir valientemente como católicos ilustrados. En la segunda mitad del siglo XX la Ilustración latinoamericana había bebido de las fuentes de lo que se ha dado en llamar «Segunda Ilustración»,fundada por personajes como Marx, Freud y Nietzsche como una crítica a la primera, a la de la Revolución Francesa, del idealismo alemán, del enciclopedismo, etcétera. Nunca fueron muchos estos católicos, pero ahora parece haber disminuido su número drásticamente. La visión crítica y utópica con que llevaban sus vidas parece no encontrar aceptación en las actuales sociedades posmodernas. En 1965, año que cristaliza en importantes movimientos lo que más o menos se fraguaba en esta segunda Ilustración, todos los jóvenes estaban convencidos de que sus ideales se cumplirían. Hoy, por el contrario, se piensa que los ideales no pueden alcanzarse, que no vale la pena luchar. El ambiente poco critico y bastante rnanipulable que actualmente predomina resulta un medio nocivo para estos católicos ilustrados, como el mar para los peces de agua dulce.
 
Relación con el mundo y la sociedad
Este tipo de católicos, a partir de un realismo critico, tomaban conciencia de las condiciones en las que se desarrollaba su mundo. Realismo, porque asumían un compromiso con la realidad histórica y concreta, y critico, porque no se quedaban en el mero análisis y registro de datos, sino que se decidían a hacer algo, a denunciar lo que no debería ser y a pronunciarse por lo que pensaban que era lo mejor. Los grandes ideales de la Ilustración —preconizados en la Revolución Francesa— habían terminado desfigurándose y contrariándose: la libertad, entendida como autonomía, y la igualdad, entendida como igualdad de oportunidades, fueron llevadas hacia una dirección deshumanizadora. La necesidad de una auténtica fraternidad y de una justicia permitieron ver que la pretendida libertad había devenido en un hacer lo que se venga en gana y sin responsabilidad alguna. La igualdad había tomado forma ya de injustos totalitarismos que se mantuvieron gradas a un régimen homogeneizador y a la competencia encarnizada provocadora de individualismo y egoísmos que incapacitan al sujeto para preocuparse por los demás.
 
Las complejas formas del neocolonialismo que fueron descubiertas por estas personas les hicieron caer en la cuenta de que Occidente, en lugar de compartir sus grandes bienes culturales con miras a implantar su civilización, se había empecinado más bien en crear dominios y sacar ventajas de las otras partes del globo. De este modo, se llegaba a la conclusión de que el progreso, los avances científicos y tecnológicos, las economías desarrolladas, etcétera, no siempre eran manifestaciones de un avance en la humanidad de Occidente. En cambio, muchas veces eran orientadas en direcciones deshumanizadoras: por ejemplo, el empeño en acumular riquezas para poder vivir independientemente o el perseguir el poder para disponer de los demás no dejan de ser tan inhumanos como la más tosca entrega a una pasión dominante, si con ello se busca el solo beneficio individual. Así, el católico crítico ilustrado comenzó a darse cuenta de que muchas de las situaciones injustas, también llamadas de pecado, eran el resultado de injusticias o de pecados estructurales. La lucha por la justicia De este análisis realista emergía, como necesidad primordial, el pronunciarse para poner remedio, para lograr la justicia deseada y para contribuir en la puesta en marcha de un proceso histórico auténticamente humanizador.
 
El término que se utilizó para designar esta necesidad fue el de «liberación», que además de tener su raíz en la Ilustración, también tenia como fuente primordial a la Biblia, sobre todo al Antiguo Testamento, que veía a Dios como el liberador de su pueblo. He aquí las fuentes de una característica visión utópica que surgía de un examen crítico de la situación real. Fundamentalmente, la liberación era asumida no como una acción para desquitarse de los opresores, sino como un llamado a la conversión de todos para liberarse de las situaciones de pecado y entrar en un camino de justicia y humanización, en donde se incluyeran todas las dimensiones del ser humano —a ser humano «integral», se decía—. La liberación era una especie de lucha por hacer justicia a la auténtica condición de la realidad: la naturaleza, más que un cúmulo de cosas disponibles para el beneficio de unos cuantos, era «creación», era ya el resultado de un acto de salvación por parte de Dios. El hombre estaba en el centro de esta creación, y su historia figuraba como eje de toda la creación que estaba en constante evolución. De esta manera, desde sus orígenes, el hombre tenía una vocación de cielo que en ningún momento le había sido ajena. La liberación, pues, se presenta en términos de un compromiso inalienable con la tierra, con el hombre y su historia, y con el Dios que jamás permaneció extraño a ella.
 
Relación con Dios
Es difícil delimitar en este tipo de católicos las características de su relación con Dios. Esto no por que no la haya habido o porque no se haya visto clara, sino porque su relación con Dios no estaba en un ámbito especial y separado de las demás áreas de sus vidas. Por llamarla así, la relación con Dios era más vivencial que verbal. No se trataba de salir en busca de Dios o de construir entramados argumentos y pruebas que arrojaran como conclusión que Dios estaba con uno y que se interesaba por él. Se trataba más bien de asumir que Dios estaba en uno y de demostrar con la vida, Y por eso, el testimonio de un compromiso irreductible con la tierra y con la historia no se resolvía en un mero afán filantrópico horizontal, sino que provenía, Corno auténtico testimonio, de una visión teológica dirigirse al cielo para buscar una salvación, creyendo que la tierra es incapaz de ella, era condenarse a no encontrar a Dios.
 
Este tipo de cristianos tenia una fuerte y alentadora esperanza en el futuro de las saciedades, de la historia y de la humanidad, y en este sentido mantenían en sus vidas una dimensión utópica. Sabían que quienes eran incapaces de esperar algo de la tierra y de la historia, nada tenían que esperar del Dios cristiano, que se habla encarnado en la historia y se había entregado por la humanidad, Dios anhelaba comunicar su felicidad a los seres humanos, y para ello habia hecho de la historia humana una historia de salvación. El no dudó en ningún momento si esto valía la pena, sino que la invencible fuerza de su amor siempre terminó venciendo: estuvo dispuesto a hacer todo lo posible ya perdonar todo lo necesario. Llegó incluso a volverse humano, más humano que cualquiera en realidad, y manifestar su presencia en y con todos de manera inusitada, rompiendo todos los límites, hasta aguantar las consecuencias de las inevitables imitaciones: sufrimiento de la escasez la lucha por la supervivencia, la incomprensión, la muerte injusta. Se hizo, pues, un Dios con los pobres y desvalidos, con los que de manera más significativa padecen las consecuencias de las imitaciones. Lo que pudiera parecer un privilegio de los «preferidos», no resultó más que la estrategia de su amor. Aún así, fue inevitable que no todos lo comprendieran y surgieran enseguida luchas y rivalidades
 
Relación con la Iglesia
Estos católicos, en la mayoría de los casos, se mantuvieron al interior de la Iglesia y, específicamente, en lo que pudiera llamarse «la base». Por una parte, su Iglesia era la del Vaticano II la que hizo un esfuerzo grande por ver en las comunidades cristianas primitivas y en las enseñanzas de los santos padres un modelo paradigmático para poder llevar con fidelidad el aggiomamento que Juan XXIII había visto como un requerimiento para los cristianos de la época. Por otra par te, su pertenencia a la Iglesia estaba configurada por el testimonio, y, en este sentido, era interpretada como una participación activa en un apostolado, el cual estaba medularmente marcado por la «opción preferencial por los pobres», que, como se insinuó anteriormente, era considerada como una opción de Dios mismo. Esta opción tenía el fondo cristolágico de la encarnación, es decir, de una entrega a la humanidad como resultado de un amor divino, entrega que consistió en darse a los hombres viviendo con ellos. Esta manera de orientar sus vidas llevó a estos católicos no sólo a sostener relaciones horizontales con los pobres —es decir, sin paternalismos y asistencialismos, corno estando en cerrados y protegidos en seguras y antiguas organizaciones— ya verlos como auténticos sujetos productores de cultura y manifestaciones del Cristo vivo, sino incluso, como se dice, a jugársela con ellos para liberarse de los atrasos estructurales. Algunas consecuencias de vivir esta opción de vida estuvieron marcadas por el ya mencionado trasfondo cristológico —cosa que muestra que este trasfondo es no sólo una postura teórica, sino una dimensión de la vida misma—: no pocos de estos católicos hubieron de vivir el calvario y padecer el martirio. Esquila Misional. Julio-agosto 2006
 
 
 

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