Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


El rostro de Judas
 
¿Quién es el autor?
Lo que voy a contar lo oí de labios de un anciano sacerdote. He tratado de averiguar el origen del cuento o leyenda, o lo que sea, y nadie ha podido decirlo. ¿Habrá por suerte entre los lectores alguno que lo sepa? Hace siglos se le encargó a un célebre pintor, para la Catedral de una ciudad de Sicilia, un fresco cuyo asunto había de tomarse de la vida de Cristo.
 
Trabajó el artista en su obra con diligencia feliz, por espacio de varios años, hasta darla casi por terminada. Faltabanle sólo dos figura más importante, el niño Jesús y Judas Iscariote. Buscó y rebuscó afanosamente sendos modelos para ambos personajes. Paseándose un día por un barrio apartado de la ciudad, tropezó con unos niños que jugaban en la calle. Había entre ellos un muchachuelo de doce años, cuyo rostro hizo dar un vuelco al corazón del pintor. Era aquel semblante el de un serafín. Bajo una capa de mugre y de suciedad, adivinó las facciones ideales que tanto había buscado. Llevóse el artista consigo al niño, y logró que se sentara pacientemente horas y horas, por espacio de varios días, hasta que del pincel movido por fervorosa inspiración, salió angélico y perfecto el rostro del Niño Jesús. Pero transcurrió el tiempo y el pintor no encontró modelo adecuado para el retrato de Judas.
 
Pasó años y años buscando en vano, entristecido y hostigado por el temor de dejar inconclusa su obra maestra. Divulgase por todos los ámbitos del país la noticia y acudieron de acá y de allá, a ofrecerse para modelo, muchos hombres que creían tener aspecto avieso y malvado. Pero en ninguna de aquellas feas y repelentes caras descubrió el artista la expresión que él había entrevisto en la de su soñado Judas, el aire indescriptible de un hombre en cuyo corazón la codicia y el ansia de poder van destilando, hasta hacerlo rebosar en obras infernales, el acibar de la envidia y el veneno del mal. Y sucedió un día que en la taberna en que se hallaba paladeando su diario vaso de buen vino, penetró, tambaleándose un hombre andrajoso y de misero aspecto, que apenas atravesó el umbral, dio de bruces en el suelo a tiempo que pedía con ronca voz ¡vino!..¡vino! alzó el pintor al caído y al verle el rostro se estremeció de pies a cabeza. En aquella cara habían dejado su huella siniestra todos los pecados. Presa de grande agitación, ayudó el pintor al beodo a ponerse de pie. Ven conmigo le dijo, te daré todo el vino que quieras… y comida.. y ropa.. Había encontrado, por fin el modelo para su Judas. Durante días enteros y muchas horas de la noche, trabajó el pintor febrilmente para concluir su obra maestra. Y a medida que avanzaba, iba operándose un cambio en el modelo. Extraña y tensa atención sucedió a su aire habitual de abotagamiento. Clavaba los ojos encamizados en su propia efigie con una especie de creciente horror. Un día, como advirtiese la emoción de su modelo, un pudo el pintor menos de decirle con bondadosa solicitud:

Hijo mío, ¿qué te ocurre?..con qué puedo calmar tu sobresalto. El modelo rompió en sollozos y ocultó el rostro entre sus manos. Al cabo de un rato levantó los ojos implorantes al anciano maestro, y le dijo: ¿No os acordáis de mí?..Yo soy aquél que hace años, os serví de modelo para vuestro Niño Jesús….
 

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