COMO UNO MÁS ENTRE LOS PECADORES
Comentario a Lucas 3,15-16 y 21-22, evangelio del domingo 10 de enero del 2010, fiesta del Bautismo del Señor.
Pbro. Carlos Pérez Barrera
¿Por qué pensaba la gente que quizá Juan sería el Mesías? Por su estatura profética, por la fuerza de su palabra, porque le hablaba tan claramente a la gente, a los publicanos, a los soldados como al mismo Herodes; por la coherencia de su vida: fiel a su misión hasta el martirio. Recordemos cómo les hablaba, cómo los invitaba a la conversión, a enmendar su vida, a compartir sus cosas.
Pero en esa grandeza de estatura, no se dejó llevar por la expectación de la gente, sino que con toda humildad, con toda conciencia de lo que era, cumplió su misión de presentar al Mesías, y diferenció con claridad la distancia que había entre él y Jesús... algo que nos hace tanta falta a los clérigos.
Según san Lucas, como todo el pueblo, Jesús también se bautizó con Juan en las aguas del Jordán, como uno más entre los pecadores. Aunque la verdad es que Jesucristo fue bautizado por el Padre mediante el baño del Espíritu Santo. Y no es que en esa ocasión haya sido bautizado, sino que ya lo estaba, ya tenía la plenitud del Espíritu desde que fue concebido como humano en el seno de María. Su presentación en el Jordán es más bien la explicitación de su condición de Hijo y Enviado del Padre.
Pero, ¿por qué ahí en el Jordán? ¿Por qué con Juan, por qué entre tantos pecadores? ¿Por qué no se inició en su ministerio en el templo de Jerusalén que era el lugar santo y signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo escogido, por qué no con la venia de los sumos sacerdotes?
Porque los caminos de Dios son otros, no los nuestros. Jesús nació en un pesebre de Belén. No nació en la capital del país, no en el centro religioso del pueblo judío sino en la periferia. No nació rico y poderoso, como nos hubiera gustado, sino privado de todo, menos del cuidado personal de sus padres. Este misterio de la Encarnación del Hijo, con los modos propios de Dios, lo hemos celebrado en todo este tiempo de Navidad. Y ahora, al empezar su ministerio de predicación y de milagros, no lo vemos tampoco en el centro del poder político, económico y religioso, sino de nueva cuenta en la periferia, al margen la religión judía, en el Jordán, en medio de los pecadores, de los alejados de las cosas del templo, al amparo de la predicación de un verdadero profeta, que siendo de familia sacerdotal, tampoco desempeñó su ministerio en el templo de Jerusalén.
¿Qué significa todo esto, cuál es pues el camino de Dios? Lo de Jesús es otra onda. El Plan de Salvación para esta humanidad no es una religión oficializada y administrada con criterios humanos, no está Jesús ni nosotros al amparo de una estructura religiosa que se apropie de la salvación. Ése fue el error de los sumos sacerdotes, escribas, fariseos, saduceos, que se apropiaron de Dios y lo quisieron administrar solamente para los catalogados como "buenos”, en vez de ponerse a disposición de Dios.
El cristianismo es cosa de Dios y no de los modos humanos. El bautismo es el comienzo del ministerio de Jesús. De aquí se irá al desierto. Los cuarenta días serán un tiempo largo, no precisamente los cuarenta cronológicamente. Y volverá a Galilea, no a Jerusalén, para desarrollar su praxis o ministerio de evangelización de los pobres, de abrirles los ojos a las gentes, de liberar a los oprimidos, de proclamar el tiempo de la gracia de Dios (vea Lucas 4,18-19).
Los católicos, a pesar de haber abandonado, la mayoría, los otros deberes de su fe, aún conservamos la práctica de bautizar a los pequeños. No pensamos, como muchos de nuestros hermanos separados, que deba ser a una determinada edad. Jesucristo fue circuncidado a los ocho días de nacido, como todos los judíos varones, y fue ofrecido al Señor en el templo de Jerusalén a los cuarenta días.
El bautizado es colocado en el camino de Jesús, en el camino del Espíritu, en la misión que se recibe del Padre. ¿Lo sabemos eso todos los que bautizamos? Jesucristo vivió su bautismo en el Espíritu Santo desde su nacimiento en el pesebre hasta llegar a la cruz. Esto nos obliga a ponerle más seriedad a la práctica bautismal de nuestra Iglesia católica, aunque topemos con las resistencias de la mayoría de los católicos. |