¿JESUCRISTO, ¿MIRÓN Y CRITICÓN?
Comentario a Marcos 12,38-44, evangelio del domingo 8 de noviembre del 2009.
Pbro. Carlos Pérez Barrera
Jesucristo continúa formando a sus discípulos en el espíritu evangélico. Ha llegado con ellos desde Galilea al templo de Jerusalén, como nos lo platica el evangelista en el capítulo anterior. Ahí en el templo ha entrado en conflicto con los dirigentes y notables religiosos de ese lugar, por lo que podríamos preguntarnos también si Jesús era peleonero o conflictivo.
Ahora lo vemos en las puertas del templo no como un fijón y recortón sino más bien observador y crítico: primero de los escribas y luego de los oferentes en el templo. Jesús está hablando con el pueblo, quien lo escucha con agrado (vean el versículo 37).
Nuestra gente no tiene en buen concepto la observación y la crítica, a pesar de que todos las practicamos, si no abiertamente por lo menos en voz baja. Ya ven cómo les gusta el recorte a los comentaristas de espectáculos. Y les gusta porque es a la gente a la que le gusta estar pendiente de los chismes de sus artistas. Así sucede en nuestros círculos de amistades, en nuestras calles y colonias.
Jesucristo es observador de la vida de la gente, y profundamente crítico. Lo hace para evangelizarnos con los mismos hechos de nuestra vida. En realidad todo el evangelio de Jesús contiene muchos hechos de la vida que nos conducen a mirarnos en un espejo, pero para que nos miremos con la mirada de Dios, que es la luz del evangelio. Así la Palabra de Jesús cae bien aterrizada en nuestras vidas y nos llama a la conversión viéndonos a nosotros mismos. Aprendamos de Jesús a observar a las personas, nuestras costumbres sociales y económicas, también políticas y religiosas. Aprendamos de Jesús a mirar la vida en profundidad, seamos críticos de nosotros mismos, para colocar el evangelio en nuestra vida.
Primeramente, pues, describe la vida y las costumbres, los afanes de los escribas, que eran los maestros del pueblo. Esa mirada profunda de Jesús le sirve al pueblo como una advertencia, para que no se dejen llevar o sorprender por el riesgo del engaño, como sucede hoy día con innumerables líderes religiosos que viven de la gente. Pero también es una advertencia que nos sirve a sus discípulos para que no vayamos a caer en los mismos vicios que los escribas. La Iglesia que Jesucristo quiere es una Iglesia distinta, sencilla, contraria a esas pretensiones de los escribas de amplios ropajes (¿alguna alusión a nuestra liturgia?), que buscan el trato diferenciado de las gentes y los primeros lugares (¿no se ve esto en la política, en la sociedad, en la Iglesia?), y que depredan los bienes de las viudas (algunos miembros del clero se dan un buen nivel de vida a costa de la gente sencilla). En general, todos debemos estar en guardia contra las costumbres, afanes y pretensiones mundanas que tenemos como gente del mundo que somos, y cambiarlas por los afanes de Jesús, quien con toda sencillez, era capaz de sentarse frente a los cofres de las ofrendas para observar a las personas. ¿Se imagina usted a un arzobispo sentado en la banqueta, a las puertas de catedral, viendo cómo la gente da limosna a los que ahí piden?
Así nos lo presenta este evangelista. Me encanta esta imagen de Jesucristo. Yo lo veo sentado en algún escalón, o en el piso, recargado en la pared, porque pienso que ahí no había bancas para los mirones.
Sólo Jesucristo, cuya especialidad no eran las matemáticas sino el evangelio, era capaz de decir que esta pobre viuda había dado más que todos. Porque sólo Jesús alcanzaba a mirar el corazón de las personas. Después de su observación, Jesús nos llama, para cumplir su tarea de Maestro, para formarnos en sus criterios, en su manera de ver las cosas.
En esta vida pobre nosotros reconocemos al mismo Jesucristo, que llegó al templo de Jerusalén no a ofrecer unos dineros que no tenía, sino a sí mismo, por completo, por la salvación de las almas. |