Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
TAMPOCO YO TE CONDENO, NO VUELVAS A PECAR
Comentario a Juan cap. 8, v. 1-11, evangelio del domingo 21 de marzo del 2010, 5º de cuaresma.
Carlos Pérez Barrera, pbro.
 
     Este pasaje evangélico es con mucho una joya preciosa de la vida de nuestro Señor. Creyentes y no creyentes nos dejamos impactar por la sabiduría, la entereza, la agudeza de este Maestro de las gentes. Con unas cuantas palabras, con una sencilla postura de vida, nos obliga a mirarnos a nosotros mismos, nos enseña a mirar a los demás, nos evangeliza profundamente.
     Este pasaje evangélico, se nota claramente, no corresponde al evangelio según san Juan. Queda muy bien, y parece que ese era su lugar, al final del capítulo 21 de san Lucas.
     Jesucristo está en el templo de Jerusalén, enseñando al pueblo. Había llegado ahí para su pascua, para su entrega gloriosa de la vida. En el templo había sostenido varias discusiones con los más notables de la religiosidad judía, gentes que ponían las leyes por encima de las personas, los escribas y los fariseos, gentes que se creían observantes de la ley de Dios y que además eran sumamente severos con los demás. Y el de ahora es un ejemplo muy claro. Es cierto que Moisés ordenaba ajusticiar a los adúlteros. Lo leemos en el libro del Levítico 20,10: "Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, será muerto tanto el adúltero como la adúltera”. Seguramente ustedes se preguntarán como nosotros, ¿por qué nada más hacen comparecer a la mujer, aduciendo la ley de Moisés, si esa misma ley está mandando que se ejecute a ambos? Así pasa tanto en nuestra sociedad, como desgraciadamente en nuestra Iglesia, siempre se carga el peso de la ley sobre la parte más débil, sobre las mujeres, sobre los pobres, sobre los que no se pueden defender.
     Pero Jesús no se pronuncia en contra de ninguno de los dos adúlteros. Le preguntan su opinión sobre esa ley poniendo a la acusada por delante. Jesucristo, en un gesto que sorprende, en vez de contestarles mejor se agacha y se pone a escribir en el suelo. Los biblistas no nos dan alguna pista clara para entender esta acción de Jesucristo. ¿Quería mostrar indiferencia a su pregunta, o pretendía hacerles ver su desacuerdo? No sabemos, pero sí nos dejamos sorprender por esta primera manera de responder a una pregunta incómoda.
     Como le insistían, nos dice el evangelio, Jesús se incorpora y, con unas cuantas palabras, tumba y desarma a los acusadores, y a todos nosotros nos deja impactados: "el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Esta frase se ha universalizado. Se utiliza más allá de la religión, en asuntos sociales, civiles, humanistas. Es que lleva una sabiduría que ciertamente es universal, como todo lo de Jesús, como toda su vida.
     Los acusadores se fueron retirando, escabullendo, traduce el Leccionario, uno por uno. Quizá nadie se había mirado a sí mismo y Jesús había logrado lo que nadie. Finalmente, cuando él y la mujer se quedan solos, Jesús utiliza la palabra condenar, que es la palabra clave en este pasaje: "¿Nadie te ha condenado?... Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no peques más”.
     Jesús está con el pecador, como ha sido toda su vida y su comportamiento, como lo proclamamos el domingo pasado en la parábola del Padre misericordioso. Pero no está a favor del pecado, lo dice con toda claridad: "en adelante no vuelvas a pecar”.
     Acojamos esta enseñanza de nuestro Maestro a todos los niveles de nuestra vida, tanto personal, como social, política y eclesial.
     Jesucristo nos está llamando a no condenar, sin por ello estar a favor del pecado o de la maldad. Pensemos en los sicarios, en los ladrones, en los extorsionadores, en los violadores, etc., no sólo pensemos en los pecadores ordinarios, que seguramente somos la mayoría. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva, nos dice Dios desde la antigüedad (vea Ezequiel 33,11). Dios quiere la salvación de los pecadores, y su salvación comienza por el amor de Dios y pasa por la conversión de ellos.
     Hoy día se han puesto sobre la mesa asuntos muy álgidos como el matrimonio de los homosexuales en la sociedad civil, la despenalización del aborto en algunos lugares, también el abuso de menores por parte de los miembros de clero. Y las acusaciones van en una y otra dirección, nos condenamos unos a otros. No podemos cerrar los ojos a estas cuestiones, pero sí mirar muy atentamente en dónde está nuestra salvación. En el asunto de la homosexualidad no podemos condenar a las personas, sino llamarlas misericordiosamente a la salvación, o ayudarnos unos y otros a discernirla, en dónde se encuentra. No dejarnos ir a la ligera en nuestros juicios u opiniones. Y por otra parte, en lo que nos toca a la Iglesia, hay que mirar sobre todo el bien, la protección de las víctimas. La Iglesia con frecuencia, desde las más altas esferas, siempre ha defendido a los clérigos implicados, lo digo con toda seguridad por los casos que se han dado entre nosotros, en nuestra diócesis, pero también en la Iglesia universal, y en cambio se ha dejado en la desprotección a los menores, a los laicos. No sólo se les ha dejado indefensos, sino hasta han sido hostigados y atacados por la misma autoridad eclesial.
     La palabra "condenar”, es distinta a "llamar a la conversión”. La condenación es una sentencia final, que conlleva la muerte, la exclusión del pecador, sea un pecador ordinario o un pecador eclesiástico. En cambio, el camino de la conversión implica una pedagogía. Esta pedagogía puede ser hasta severa en algunos casos, como yo lo diría de quienes abusan del poder, porque son o somos soberbios en extremo. Pero severa o blanda, la pedagogía siempre lleva la intención de rescatar al pecador.
     Cuaresma es tiempo de misericordia y de conversión.
 

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