JESÚS ENTRA EN JERUSALÉN
Comentario a la liturgia del domingo de ramos, 28 de marzo del 2010.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Desde el capítulo 9, versículo 51, el evangelista san Lucas nos había dicho que era sumamente importante para Jesucristo subir a Jerusalén: "Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén". Ahora celebramos su llegada. Los discípulos no sabemos a ciencia cierta lo que le espera en esa ciudad santa, pero lo acompañamos gozosos, con ramos y aclamaciones. Nuestro Maestro sabe bien lo que implica tocar ese suelo sagrado para los judíos: se estaba metiendo en un callejón sin otra salida que la muerte. Los enemigos del Dios de la vida, los amantes de la muerte en nombre de la religión lo condenarán a morir en la cruz, el destino de los delincuentes. Los cristianos sabemos que Jesucristo es consecuente hasta la muerte con su mensaje del Reino de Dios, que es un Reino de amor, de justicia, de verdad, de fraternidad, mensaje que sus adversarios, en su odio y egoísmo, no podían aceptar de ninguna manera. Pero como Dios es el Dios de la vida, la última palabra será la resurrección.
Jesús entra a la ciudad en un burrito prestado. Seamos conscientes de lo que significa esta imagen. No es la imagen del poder, cosa que no va con él, ni con sus discípulos, ni con su iglesia de hoy. Ya nos lo enseñará cuando se siente a cenar la pascua con nosotros: "Los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar bienhechores; pero no así ustedes, sino que el mayor entre ustedes sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve" (Lucas 22,25). Nuestro Señor es consecuente con su enseñanza, por eso entra montado en un burrito. Los políticos de entonces entraban a las ciudades que conquistaban, montados en bellos y lujosos corceles, acompañados de ejércitos bien armados. Y los gobernantes de hoy llegan a sus gobernados en vehículos muy costosos, con todo un aparato de propaganda, con derroche de recursos. ¡Qué contraste! El Hijo de Dios entra en nuestra sociedad como el más humilde, como un condenado a muerte. ¿Cuándo entenderemos y entenderá este mundo esta imagen de nuestro Redentor? ¿Cuándo entenderemos que ahí está nuestra salvación? |