SE PRESENTÓ JESÚS EN MEDIO DE ELLOS
Comentario a las lecturas del domingo 2º de pascua, 11 de abril del 2010.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
¿Por qué los cristianos nos reunimos cada domingo? Hay gente, sobre todo jóvenes, que no quieren asistir a la celebración dominical de la Misa porque se aburren, porque no entienden, porque no tienen nada que recibir ni nada que dar en ella, es como un tiempo perdido para muchos católicos. Y en parte tienen razón, nuestras misas tienen muy poca participación por parte de la gente. No se saben las respuestas de la Misa, no se saben los cantos, no conocen las lecturas bíblicas de la liturgia, el sermón del sacerdote generalmente no tiene relación con sus vidas, y, lo más importante, no se dan cuenta del misterio que se celebra en la Misa.
Tomás, uno de los Doce, representa en este evangelio a todos aquellos católicos que se han quedado al margen de la reunión de la comunidad de discípulos en torno al Resucitado. Son como los desanimados por la muerte o la ausencia de Jesús, los que no sienten su fuerza, su presencia, en definitiva, los que no han entendido el sentido de esa vida tan maravillosa entregada día con día hasta la muerte en la cruz, hasta la resurrección.
Pero para otros, lamentablemente muy pocos, la Misa es el encuentro con Jesucristo resucitado. Escuchamos en algunos versículos del capítulo primero del libro del Apocalipsis el testimonio de Juan, quien estaba desterrado en Patmos. Él tiene una visión que nos quiere contagiar. Contempló al que estaba muerto pero que ahora vive por los siglos de los siglos. Por él había dejado las redes, por él había cambiado radicalmente su vida y el rumbo de su vida. Por él era ahora perseguido, y sufría las consecuencias de haberse adherido a Jesucristo. Pero ese domingo, que puede ser un domingo que dura toda su vida, lo contempla vivo, triunfante sobre la muerte y sobre este mundo de muerte, y sobre el imperio de la muerte que en aquel entonces era el imperio romano. El discípulo amado representa a todo verdadero discípulo de Jesús.
Este entusiasmo que produce la convicción de la resurrección de Jesús, la palpamos en aquella comunidad de los Hechos de los apóstoles, repase usted esta lectura: Hechos 5,12-16.
Y el evangelio nos recalca el encuentro con el resucitado que se verifica cada domingo en la vida de los discípulos. El leccionario (vean su misalito) nos dice: "al anochecer del día de la resurrección”. Pero si seguimos la traducción de la Biblia de Jerusalén entenderemos mejor la fuerza que le quiere dar este evangelio. Dice: "Al atardecer de aquel día, el primero de la semana… se presentó Jesús en medio de ellos”. Véanlo en su Biblia, Juan 20,19. Y en el versículo 26 leemos: "Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas”. El evangelio nos habla pues de dos domingos sucesivos, o de muchos, porque esto acontece siempre, Jesús se hace presente en medio de los suyos.
Ciertamente, hay que decirlo con claridad evangélica, la pretensión no es cambiarnos de día, del sábado de los judíos al domingo de los cristianos, la importancia no está precisamente en el día, sino en el encuentro del Resucitado con su comunidad de discípulos. Decimos que lo importante no es el día porque nos acordamos de las batallas que tuvo nuestro Maestro con la cerrazón de mente de los judíos respecto a la sacralidad del sábado: "El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado”, nos enseña Jesucristo en Marcos 2,27.
Así es que, el domingo se reúne la comunidad para encontrarse con Jesucristo resucitado, no porque el resto de la semana haya estado ausente de nuestras vividas, sino al contrario, para celebrar que él ha estado bien vivito en nuestro vivir, en nuestros afanes, gozos, tristezas, en nuestra espiritualidad, en nuestra misión evangélica hacia el mundo. El domingo la celebramos pero su presencia es de siempre.
Quisiéramos que todos los católicos lo entendiéramos, lo sintiéramos así. No se trata de cumplir con un mandamiento de la Iglesia, se trata de buscar al Resucitado, de continuar escuchando su enseñanza, de alimentarnos de él en ese Pan de la Eucaristía, de hacernos de su fuerza para que él siga siendo salvación viva para este mundo a través de nosotros. |