Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


LOS CATÓLICOS, ¿SOMOS MISIONEROS?
Comentario a Marcos 16,15-20, evangelio del 18 de octubre del 2009, Domingo Mundial de las Misiones.
Pbro. Carlos Pérez Barrera
 
Esta celebración del Domingo Mundial de las Misiones es una toma de conciencia de lo que somos desde nuestro nacimiento como Iglesia, porque para eso nos llamó Jesucristo a la orilla del lago, para hacer de nosotros pescadores de hombres; es una toma de conciencia de lo que somos desde que Jesucristo resucitó y nos envió a predicar el evangelio; desde que recibimos el Espíritu Santo para que nos comunicáramos con el mundo en cada una de sus lenguas. La palabra Misión quiere decir Envío, Encargo, Encomienda. Somos enviados a proclamar el Evangelio de Jesucristo a toda creatura.
 
¿Recuerdan cómo empezó este evangelio según san Marcos? El Hijo de Dios empezó a recorrer Galilea proclamando una buena noticia. Lo podemos ver en Mc 1,15: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en la Buena Nueva”. Y juntamente con esa proclamación, Jesucristo empezó a llamar a personas en su seguimiento: "síganme y los haré llegar a ser pescadores de hombres”.
 
El evangelio de san Marcos, al igual que los otros tres evangelios, nos va platicando, página tras página, que la Buena Noticia de Dios era en realidad una Persona: lo vemos en sus predicaciones, en sus milagros, en su trato salvador con los pobres, los enfermos, los excluidos, y hasta en sus conflictos se muestra como una Buena Noticia.
 
Hoy proclamamos el segundo final de este evangelio. Ahí escuchamos la última voluntad de Jesús antes de subir al cielo: "vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación”. Los discípulos, lo leemos en el v. 20, salieron con prontitud a cumplir este mandato de Jesús. ¿Y nosotros los católicos?
 
Hay que aceptar que la inmensa mayoría de nuestros católicos no cumple en lo más mínimo con ese mandato de Jesús que es para todos. ¿Por qué? Por culpa no de ellos sino de nosotros los encargados de conducir a la Iglesia. Fuimos nosotros los que inventamos esta manera de ser Iglesia estacionada e inmóvil y ahora no sabemos cómo pasar a la otra manera de ser Iglesia misionera y dinámica. El católico, desde que es bautizado, vive en la sensación de que a él o a ella sólo le toca ir a misa de vez en cuando, y también de vez en cuando acercarse a los demás sacramentos, además de tener alguna que otra devoción. Y en cuanto a hacerle llegar el Evangelio de Jesucristo a todo mundo, pues como que eso es cosa de unos cuantos. Pero nuestro Señor Jesucristo no pensó en una Iglesia así cuando nos llamó y cuando nos envió.
 
Después de varios siglos de aletargamiento de nuestros laicos, ahora la jerarquía de la Iglesia quiere despertar en los católicos el entusiasmo por comunicar a otros, a todo el mundo la Buena Nueva de Jesucristo.
 
Los obispos, reunidos en Concilio en 1965, decían: "todos los cristianos, donde quiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra el hombre nuevo de que se revistieron por el bautismo” (Ad G. 11). Esta toma de conciencia que se hizo en el Concilio es la que ha venido cambiando muchas cosas en nuestra Iglesia, desgraciadamente muy despacio.
 
Ahora los obispos de América Latina nos han puesto en un estado de misión permanente, desde que se reunieron en la ciudad de Aparecida, en Brasil, en mayo del 2007. Ellos hablan de los discípulos misioneros de Jesucristo. En nuestra diócesis y en muchas de nuestras parroquias no hemos asumido con fuerza ese llamado de nuestros obispos. Así es que echémosle muchas ganas:
  • Estudiemos la Sagrada Escritura, de manera particular los santos Evangelios, con disciplina, con asiduidad, dedicando tiempo diario a ello, para que conociendo a Jesucristo en el Evangelio, podamos dar testimonio de él.
  • Demos testimonio con nuestra vida de que los mandamientos de Jesús son en verdad salvación para nosotros y para nuestro entorno: el servicio, la caridad que aprendemos de Jesús. No vivamos como hijos de las tinieblas, porque somos hijos de la Luz.
  • Asumamos algún apostolado en nuestra Iglesia, para que seamos católicos activos. Dios nos asiste con su santo Espíritu.
  • Cultivemos las vocaciones misioneras entre nuestros niños y jóvenes, para que, si nosotros no salimos al extranjero a predicar el Evangelio, al menos enviemos a otros, apoyados por los que aquí nos quedamos.
  • Apoyemos económicamente a las misiones, a los misioneros que se encuentran lejos. Su sostenimiento es responsabilidad de los que formamos iglesias ya establecidas.
 

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