Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


DIOS LOS CREÓ VARÓN Y MUJER
Pbro. Carlos Pérez Barrera
Comentario a Marcos 10,2-12.
 
Los fariseos le hacen a Jesús una pregunta que suena muy dura, porque no se habla del divorcio de nuestra cultura, como lo da a entender la traducción del Leccionario, sino porque los fariseos hablan de repudio, de rechazo: "¿puede el marido repudiar a la mujer?” En la mentalidad de los judíos de aquel tiempo la mujer era como propiedad del marido, no se hacía el matrimonio como una alianza o compromiso de dos personas de igual dignidad y derechos. Así es que la pregunta es en ese sentido, de si puede el marido, solamente él, deshacerse de su mujer.
 
Jesucristo, fiel a su pedagogía, no contesta directamente, sino que devuelve la pregunta a sus interlocutores: "¿qué les mandó Moisés?” Ellos le contestan que Moisés les permitió extender un acta de divorcio. Jesús habla de mandato y ellos hablan de permiso. Era un mandato, porque estaba en relación con el derecho de la mujer. Si una mujer era expulsada del hogar por su marido, ella quedaba desprotegida social y económicamente. Las mujeres difícilmente podían salir a trabajar, por lo que se veían obligadas a conseguirse otro hombre que les diera sostenimiento. Pero eso no lo podían hacer si no contaban con esa acta de repudio con la cual no podían ser acusadas de adulterio.
 
La intención de los fariseos era confrontar a Jesucristo con Moisés, el gran personaje por medio del cual Dios le había dado su ley tan sabia a su pueblo. Y Jesucristo más que diferir con Moisés, lo que hace es superarlo con mucho.
 
La respuesta de Jesús consta de dos momentos. Primero comenta el mandamiento de Moisés: "teniendo en cuenta la dureza de su corazón”. Esto es tan cierto ahora como en aquel tiempo. La dureza de mente y de corazón de nosotros los humanos hace que las cosas que Dios creó no salgan tan bien. Los jóvenes no llevan un noviazgo a fondo sino superficial, no calan en el interior sino en las apariencias de la persona: que el arreglo personal, el vestido, el perfume, el dinero, los bienes materiales, las diversiones. Y no se casan o se juntan en el momento adecuado, cuando están profundamente enamorados, sino cuando la sexualidad los precipita a vivir en pareja, o a seguir como novios en vida sexual. Porque no llegamos al matrimonio bien dispuestos y preparados, es por lo que se dan tantos fracasos. Esto lo tendría que tomar muy en cuenta la Iglesia para darle una salida pastoral a quienes se casaron sacramentalmente y ahora viven con otra pareja.
 
La parte fundamental de la respuesta de Jesús es ésta, los creyentes tenemos que abrir nuestros oídos a la Palabra de Jesús muy por encima de la palabrería de nuestra sociedad: "desde el principio de la creación Él los hizo varón y hembra”. Dios creó al ser humano varón y mujer. Son como dos mitades de un solo ser. Jesucristo habla de una sola carne. Y eso es lo que tienen que hacer nuestros jóvenes, buscar a su correspondiente mitad. Esto que dice Jesús está muy por encima de la mentalidad de los judíos y de nuestra sociedad actual. Esa mitad es la mitad de mi vida. Con esa mitad yo me realizo plenamente. Casarse con esa mente y corazón, y vivir todos los días así. Ese es el sacramento. Un determinado día se celebra pero se vive cada día. Y el matrimonio se acoge como un don de Dios, que es su creador. No como un contrato humano, sino como una gracia.
 
El resto de la respuesta de Jesús es sólo consecuencia de este principio: "lo que Dios unió, no lo separe el hombre… quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio”. Hoy día muchas parejas católicas viven un verdadero drama. Por un lado están honestamente convencidas de que su primer matrimonio no era el verdadero, y este segundo sí. Pero no lo pueden celebrar, en la Iglesia católica no hay salida a esa situación. Otros pasajes de la Biblia sí dan alguna salida, por ejemplo la versión de Mateo 19, paralela a este pasaje. Ahí pone una salvedad a la separación: habla de fornicación, "porneia”, o prostitución. Los biblistas no nos ofrecen algo seguro en cuanto a esta palabra, pero la verdad es que se trata de una situación excepcional. Lo mismo san Pablo, él habla de separación legítima en caso de que uno de los cónyuges se haga creyente y el otro no consienta en vivir con él o ella. Dice san Pablo: "para vivir en paz los llamó el Señor” (1 Corintios 7,15).
Quisiéramos los pastores de almas que nuestra Iglesia, en la escucha atenta de la Palabra del Señor y en el conocimiento de su corazón divino, ofreciera una salida a estos fracasos entre cristianos.
 

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