Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


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¿CÓMO RECIBIMOS LA NOTICIA DEL CAMBIO DE OBISPO?
Martes 29 de septiembre del 2009
Carlos Pérez B., Pbro.
 
"Nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Romanos 5,3-5).
 
Hay mucha gente que ha recibido con mucho gusto la noticia de que finalmente nos cambian al obispo. Y algunos pensarán seguramente que yo estoy brincando de alegría. No es así. Yo quiero vivir estas cosas con optimismo, con esperanza, como debe ser toda nuestra vida cristiana, aunque las cosas que realmente queremos desde el evangelio, aún estén lejos, aunque no nos vayan a tocar a nosotros.
Constancio, el nuevo obispo, fue compañero de clases del seminario por varios años de algunos sacerdotes de la diócesis, juntos estudiamos el período de la Filosofía en Cd. Juárez y el de Teología en Chihuahua. Otros sacerdotes de aquí fueron sus maestros y formadores en el seminario. Esto nos coloca en una situación de confianza. Ya nos conocemos. En comparación con la manera de ser y de conducirse de don José, ciertamente Constancio es muy diferente persona, y eso nos levanta ciertamente el ánimo. Pero estoy de acuerdo con muchos que dicen que no se trata de que nos manden a un obispo a nuestro gusto, a la carta. En mi caso no es eso lo que le pido a la Iglesia. No quiero un obispo que me consienta, prefiero un obispo exigente con los sacerdotes, por el bien de los laicos. Yo quiero seguir siendo claro en mis sueños y exigencias. Porque todos los cristianos tenemos derecho en esta Iglesia nuestra a irla construyendo, a según la escucha que ha tenido cada quien a la Palabra y la docilidad de cada quien a los impulsos del Espíritu.
Mi postura personal es la siguiente:
 
1.- Muchas personas, de las más allegadas a las cosas de la Iglesia, ya querían que don José se fuera. Yo no quería eso. En 1994 no le pedíamos que se fuera, le pedíamos diálogo, le pedíamos hacer conjuntamente la Iglesia diocesana, pero no quiso. En 1997 lo intentamos de nuevo un grupo de 26 sacerdotes. Tampoco hubo nada, sólo engaños y demoras. En 1998 acudimos a la nunciatura apostólica para pedir un visitador, no solicitamos que nos lo quitaran, sino que pedíamos escucha a nuestras demandas, por el bien de la Iglesia, no de nosotros. Roma se hizo sorda, como se acostumbra en tantos problemas que surgen en nuestra Iglesia y no se atienden pastoralmente. En agosto del 2003, cuando él me amenazó con un castigo muy severo, yo no le pedí que se fuera, no, yo le pedí que se convirtiera, insistentemente y en voz alta se lo dije, en su cara y frente a dos testigos, como lo escribí en uno de mis artículos de esta página electrónica en mayo del 2007. Así es que nadie vaya a pensar que estoy feliz porque ya se va. No me hace feliz que una persona no se convierta, y que esta Iglesia nuestra no cambie, como nadie estará feliz porque yo no me convierto. Dios no quiere la muerte del pecador, dice la Palabra de Dios en Ezequiel 33,11, sino que se convierta y viva.
 
2.- Ahora quiero vivir con optimismo y en esperanza cristiana lo que sigue. ¿Qué sigue? Sigue nuestro afán por cambiarle el rostro a esta Iglesia nuestra, por hacerla más evangélica, empezando por nosotros mismos. Yo quiero que nuestra Iglesia, a tono con el evangelio y con los nuevos tiempos, vaya implementando otros caminos, otras maneras para elegir a los obispos, para darle más participación a quienes nos sentimos más corresponsables de ella, clérigos y laicos. ¿Cómo podría ser eso? No lo sé, lo que sí sé es que esta manera actual no es de acuerdo con el evangelio y los tiempos bíblicos de la Iglesia, donde se palpa que había más docilidad a la acción del Espíritu Santo, menos política, más fraternidad. Lea Hechos 15.
 
3.- Todos debemos empujar para que haya más comunicación entre nuestras iglesias particulares y la Iglesia universal. Estos años han sido frustrantes, amargos. Sólo hemos encontrado puertas cerradas, teléfonos descolgados, oídos sordos a nuestros reclamos. Pónganle ustedes que estemos equivocados. Más vale que nos den un buen coscorrón a que ignoren nuestras voces. Roma ya no puede seguir actuando así. Cuántos problemas se ahorraría nuestra Iglesia si se lavara los oídos y escuchara a tiempo.
 
4.- Y, finalmente, la otra Iglesia que muchos queremos, no es solamente en relación con sus obispos, sino en todos sus miembros, una Iglesia más abierta al mundo, más pobre, más evangélica, una Iglesia que escucha realmente la Palabra y se dispone a obedecerla, una Iglesia orante y dócil al Espíritu de Dios, más respetuosa de los derechos humanos, menos autoritaria, una Iglesia de católicos maduros en su fe, transparente en sus cosas, abierta a la crítica interna y externa, etc., etc. O como dice la plegaria eucarística V-b: "Que tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando”.
 
Estos no son meros buenos deseos, trabajamos porque así sea en nuestra parroquia. Que lo diga la gente de las parroquias donde he estado. Ha habido trabajo en equipo, escucha, participación, diálogo… bueno, eso digo yo, falta que lo digan ellos.
 

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