Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
QUE SE AMEN UNOS A OTROS...
COMO YO LOS HE AMADO
Comentario a Juan 13,31-35, evangelio del 5º domingo de pascua, 2 de mayo del 2010
Carlos Pérez Barrera, pbro.
 
     En el capítulo 13 san Juan nos habla de la Última Cena de Jesucristo con sus discípulos. Al acabar de lavarles los pies y anunciarles la traición de Judas, él pasa a darles estas instrucciones de una manera muy tierna, casi en un tono melancólico, y no está para menos, porque al día siguiente él va a entregar la vida en la cruz por ellos y por muchos. Les dice "hijos míos”. Antes no les había dado ese trato hasta ahora que se está despidiendo de ellos. Nosotros proclamamos este pasaje y esta despedida de Jesús ya no en vísperas de su muerte, sino en este tiempo pascual, en el que lo contemplamos resucitado y sentado de nueva cuenta a la mesa de la Eucaristía con nosotros.
     ¿Cuál es la última voluntad de este moribundo, de éste que está a punto de morir en la cruz? Que nos amemos unos a otros como él nos ha amado. Este mandamiento nuevo del amor entre nosotros no es el mismo que el mandamiento del amor a Dios y el amor al prójimo que conocemos por los otros evangelios (vea Marcos 12,28 y paralelos). Hay que distinguirlos para ser más fieles en el cumplimiento de las enseñanzas de Jesús. El amor a Dios es sobre todas las cosas y con todas nuestras facultades. El amor al prójimo es como a nosotros mismos. Los católicos, al menos los que deciden tomarse las cosas un poco más en serio, tienen en su corazón sentimientos positivos hacia las personas, las respetan, ayudan ocasionalmente a los más necesitados. Este no es todavía el nivel del amor que nos pide Jesús al prójimo, pero más o menos lo practicamos de una manera light o ligera.
     Pero en este capítulo 13 de san Juan, Jesucristo no se refiere propiamente al amor al prójimo, sino más bien al amor que debe reinar al interior de la comunidad de los discípulos. No quiere decir que uno sea más importante que el otro, sino sólo que son distintos y ambos debemos cumplirlos. El amor es el ambiente o el hábitat de nuestra Iglesia, pero sobre todo, de nuestras comunidades más pequeñas.
     ¿Cómo cumplimos este mandamiento nuevo de Jesús en nuestra Iglesia, en nuestras parroquias, en nuestras pequeñas comunidades de vida cristiana? La verdad es que no tenemos instancias para ponerlo en práctica. La católica es una Iglesia de masas. Vamos a misa los domingos, nos damos el saludo de la paz en un momento de la celebración, pero la verdad es que, fuera de los familiares, si es que nos acompañan, no conocemos a los que están a nuestro lado, o a los que están delante o detrás de nosotros. Nos reunimos muchos en el templo de manera anónima. No compartimos con ellos más que ese momento. El resto de la semana nos dispersamos y todos caemos simplemente en la categoría de prójimos, pero no de hermanos en la fe y en el seguimiento de Jesucristo.
     Nosotros debemos aprender el amor al interior de la comunidad, contemplando aquella primera comunidad discípula y apostólica que Jesucristo formó. De parte de los discípulos ciertamente vemos muchas deficiencias, pero el Maestro era Jesús. Hay que ir a los evangelios para ver cómo los fue formando en esa relación de afecto, de amor del bueno, no del superficial, hasta dar la vida por sus amigos.
     Para poner en práctica de una manera real y tangible este mandamiento del amor entre nosotros, lo primero que tenemos que hacer, después de comenzar a evangelizarnos más profundamente, es integrarnos en pequeñas comunidades de vida cristiana. El sólo mencionar a estas comunidades para muchos católicos es algo desconocido. Pero la verdad es que mientras no vivamos el amor en un círculo pequeño de personas, no podremos presumir de que somos cristianos, o que somos de Cristo, porque nos estará faltando llevar a la vida esta última voluntad del Maestro. En la medida que vayamos haciendo realidad el amor entre nosotros, nos estaremos capacitando para vivir el amor hacia afuera, hacia los demás.
     El amor, nos dice Jesús, es el distintivo del cristiano, en eso nos reconocerá todo mundo, si nos amamos unos a otros. La palabra amor es una palabra muy gastada en nuestro medio, por la propaganda comercial, por los espectáculos, las canciones, las películas, las telenovelas. No entendamos el amor en esa medida que le da el mundo, que generalmente es sólo un sentimiento muy bonito que tiene una fuerte dosis de egoísmo. A ese amor no se está refiriendo nuestro señor Jesucristo. Por eso él añade: "como yo los he amado”. La medida del amor al interior de nuestras comunidades, y desde luego que también del amor al prójimo, es el amor de Jesús. ¿Un poco grande la medida, no? Sí, demasiado grande, porque es el amor del que da la vida por sus amigos, como nos lo enseña en Juan 15,13. Pero qué bueno, porque Jesucristo no quiere que nos quedemos cortos en lo que es lo principal de nuestra vida cristiana, lo principal de nuestro seguimiento de sus pasos.
     Si con toda seriedad y energía la Iglesia se mete a construir con su actividad apostólica, poco a poco pero decisivamente, pequeñas comunidades de vida cristiana entre nuestros católicos que vivan el amor abierto de Jesús, iremos haciendo de este mundo el ideal que nos platica hoy el libro del Apocalipsis al empezar el capítulo 21: "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva… Ésta es la morada de Dios con los hombres; vivirá con ellos como su Dios y ellos serán su pueblo. Dios les enjugará todas sus lágrimas y ya no habrá muerte ni duelo, ni penas ni llantos, porque ya todo lo antiguo terminó. Entonces el que estaba sentado en el trono, dijo: Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas”. ¿Cómo la ven? Este mundo se nos está destruyendo porque no le estamos echando las suficientes ganas a lo que es nuestra tarea. Nos dedicamos los católicos solamente a vivir nuestras vidas, con estrechez de mente y de espíritu, cuando estamos llamados a transformar este mundo en algo completamente nuevo.
 

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