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TRANSPARENCIA, SALUD DE LA IGLESIA
Martes 11 de mayo del 2010
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
En relación con el caso Marcial Maciel, fundador de la congregación religiosa de los legionarios de Cristo, la comisión formada por obispos y prefectos de congregaciones del Vaticano, ha llegado, entre otras, a esta conclusión que abre un buen camino para la reforma de toda la Iglesia, no sólo de este grupo religioso. Dicen ellos en un párrafo de un comunicado algo más amplio:
"La visita apostólica ha podido comprobar que la conducta del padre Marcial Maciel Degollado ha causado consecuencias serias en la vida y en la estructura de la Legión, hasta el punto de que requiere un camino de profunda revisión. Los gravísimos y objetivamente inmorales comportamientos del padre Maciel, confirmados por testimonios incontrovertibles, representan, en algunos casos, auténticos delitos y manifiestan una vida sin escrúpulos ni auténtico sentimiento religioso. Esta vida era desconocida para gran parte de los Legionarios, sobre todo por el sistema de relaciones entretejido por el padre Maciel, quien hábilmente había sabido crearse pretextos, ganarse la confianza, amistad y silencio de los que le rodeaban y reforzar su propio papel de fundador carismático. En ocasiones, un lamentable descrédito y alejamiento de cuantos dudaban de su recto comportamiento, así como la errada convicción de no querer dañar el bien que la Legión estaba realizando, habían creado a su alrededor un mecanismo de defensa que le permitió ser inatacable durante mucho tiempo, haciendo que, por consiguiente, fuera muy difícil conocer su verdadera vida”.
Se destaca en este párrafo el silencio y el mecanismo de defensa que logró construir el fundador en torno a sí. Esta congregación religiosa contaba con la profesión de un voto secreto que los obligaba a no criticar a los superiores. Ésta es precisamente la estructura que permite que nuestra Iglesia en general, no sólo esta congregación, sino diócesis, parroquias y movimientos laicales persistan en una especie de concha que impide que se purifiquen en su interior y se coloquen en un auténtico camino cristiano. El obispo, el superior, el párroco, el dirigente laical se vuelven incuestionables, incriticables por el resto de los miembros de la agrupación, y los convierten en borregos, no ovejas evangélicas dóciles a la voz del Buen Pastor, sino sumisos a una voz humana, limitada y muchas veces equivocada de quien los conduce.
Por eso decimos que la transparencia es salud para nuestra Iglesia y para cada una de sus comunidades. La Iglesia es una fraternidad, todos somos hermanos, lo dice nuestro Maestro (vea Mateo 23,8). Nadie está por encima de los demás, nadie puede apropiarse de un grupo y gozar de impunidad.
"No se callen”, nos insisten tantos pensadores, algunos perseguidos, en nuestra Iglesia. Hans Küng, un teólogo suizo, así lo pide en una carta que dirige a todos los obispos del mundo: "No se callen: en vista de tantas y tan graves irregularidades, el silencio los hace cómplices. Allí donde consideren que determinadas leyes, disposiciones y medidas son contraproducentes, deberían, por el contrario, expresarlo con la mayor franqueza. ¡No envíen a Roma declaraciones de sumisión, sino demandas de reforma!”
"Rompamos el silencio” es el clamor que lanza la sociedad ante la violencia que se ejerce contra la mujer y ante el abuso infantil: "si callas, te haces cómplice”, leemos todavía en algunas bardas de nuestra ciudad.
¿Qué aprendemos de nuestro Señor y de sus primeros seguidores? "Vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz”, le decía Jesucristo a un hombre de las tinieblas, Nicodemo (Juan 3,19). Jesucristo se presenta como la luz en persona. Cuando la Iglesia, un cristiano laico o un consagrado por el sacramento del orden, se vale de la oscuridad para forrarse de impunidad, está cayendo en aquello que denunciaba Jesús: "Todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios” (Juan 3,20-21). |