Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
EL DON DEL ESPÍRITU SANTO
Comentario del domingo de Pentecostés, 23 de mayo del 2010.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     Para cerrar con broche de oro este tiempo litúrgico de la pascua, hoy celebramos la venida del Espíritu Santo. Desde el triduo pascual, viernes 2 de abril al domingo 4, venimos celebrando litúrgicamente a Jesucristo que, de la manera más desprendida, entrega su vida en una cruz y resucita al tercer día por la salvación de este mundo pecador. Esta vida preciosa a quien este mundo dio muerte y a quien el Padre le da la vida, nosotros la recibimos como un don, como un regalo divino. ¿Lo hemos vivido así estos días?
     Ahora, al finalizar este tiempo litúrgico de la pascua, igualmente celebramos la venida del Espíritu Santo como un don divino, como el más grande regalo que Dios le pueda dar a este mundo. Ya el Padre (Jesús lo menciona en Lucas 24,49) nos lo había prometido por boca de sus profetas: "Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán sus hijos y sus hijas; sus jóvenes verán visiones y sus ancianos soñarán sueños. Y yo sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu” (Joel 3,1-5 citado en Hechos 2,17-18,).
     ¿Qué nos enseña Jesucristo acerca del Espíritu Santo? Hace dos semanas que escuchábamos en el evangelio ese recordatorio de la promesa del Padre en labios de nuestro Señor: "El Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho” (Juan 14,26). Y más adelante nos dice: "Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad completa” (Juan 16,13). Esta promesa se ha cumplido con la resurrección de Jesucristo, lo escuchamos en el evangelio de hoy: "reciban el Espíritu Santo” (Juan 20,22).
     ¿Para qué nos regala Dios su santo Espíritu? No se nos da como un don particular, como una concesión privada, intimista. Es un don para la salvación del mundo. Dios le concede su santo Espíritu a la Iglesia como conjunto y a cada uno de los cristianos para llevar a cabo él mismo, personalmente su Obra.
     Necesitamos el Espíritu de Dios porque no basta que conozcamos muy bien los santos evangelios, o toda la sagrada Escritura; no es suficiente con que tengamos un firme convencimiento y todas las ganas del mundo de seguir a Jesucristo; por mucha ciencia religiosa que tengamos, por muy buen comportamiento que nos distinga, no seremos verdaderos cristianos si no contamos con la luz y la fuerza del Espíritu Santo.
     Es que nosotros, por muy buenas intenciones y propósitos que nos hagamos, no dejamos de tener un corazón pequeño, una mente reducida, un espíritu apocado. Sólo Dios, por medio de su Santo Espíritu, puede colocar en nuestros corazones el amor y todos los sentimientos de Jesucristo, la luz, la voluntad que lo distinguió a él. Sólo Dios puede llevar a cabo el crecimiento de su Reino en este mundo. Esta obra es de él, y sólo él la puede sacar adelante.
     Así es que, lo primero que tenemos que hacer es pedirlo: con humildad, con constancia, con apertura de corazón, con entera disposición de recibirlo, dispuestos a pagar todos los costos que se requieran para tenerlo. En el estudio de los santos evangelios, estudio espiritual, podemos contemplar el trabajo que realizaba el Espíritu en Jesucristo, cómo lo conducía, como se dejaba él conducir, cómo lo comunicaba a los suyos.
     No pidamos el Espíritu Santo para un lucimiento personal, como se hace hoy día en tantos grupos, para que vean que oro en lenguas o que las interpreto, no pidamos el Espíritu Santo para tener una categoría especial sobre los demás, para dominar y manipular a un grupo, para que los demás hagan lo que yo les digo, sea yo un laico o un ministro ordenado. Al Espíritu Santo Dios no lo concede para que los demás hagan mi voluntad, sino para que yo haga la voluntad de Dios. Y su voluntad es establecer su Reino de justicia, de amor, de paz entre los seres humanos. Sólo donde se respira libertad hay presencia y acción del Espíritu; sólo donde hay escucha, pensamiento, debate, discusión cristiana el Espíritu trabaja.
     Es preciso que, junto con la petición de que se nos conceda el Santo Espíritu, pidamos también su discernimiento, para no dejarnos llevar por cualquier influencia, sino para distinguir que efectivamente es el Espíritu el que nos conduce, nos ilumina, nos fortalece para la obra de Dios. Sólo quienes oran profundamente pueden distinguir la presencia del Espíritu y sentir sus impulsos. Sólo quienes estudian disciplinadamente a Jesucristo, pueden gozar del don del Espíritu. No son las muchas palabras las distinguen una auténtica oración, sino el silencio profundo, el silencio que permite escuchar la voz de Dios y sus santos designios.
     Así es que, después de pedirlo insistentemente, lo que sigue es disponernos a ser dóciles a sus impulsos, dejarnos iluminar por él, dejarnos fortalecer por él, convertirnos en instrumentos dóciles del Reino del Padre. Progresivamente el Padre nos lo irá concediendo, hasta hacer de cada uno de nosotros hombres y mujeres del Espíritu, comunidad eclesial del Espíritu. Podemos contemplar la obra del Espíritu en aquella comunidad cristiana que surgió de aquel primer pentecostés. Hoy leemos en la segunda lectura un trozo pequeño del capítulo 2 del libro de los Hechos. Repase usted los restantes capítulos de este escrito, que en total son 28 para guste y reguste que es el Espíritu el que debe conducir a la Iglesia, porque si la Iglesia se conduce a sí misma, como sucede tantas veces, ésta hará muchas obras, quizá buenas, pero no la Obra de Dios.
 

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