LA FUERZA DE LA VIDA
Comentario a 1 Reyes 17,17-24 y Lucas 9,11-17, lecturas de la Misa del domingo 6 de junio del 2010.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
La muerte es la realidad que más nos estruja a los seres humanos, y más todavía la muerte de nuestros seres queridos, la muerte de niños y jóvenes. Este 5 de junio se conmemoró con luto y exigencia de justicia, el primer aniversario de la muerte de 49 niños en Hermosillo. A mí, como pastor de la comunidad, me ha tocado estar cerca y experimentar el dolor de infinidad de madres que, como esta viuda del evangelio, han perdido a uno de sus hijos. Entre lágrimas le preguntamos a Dios ¿por qué? De esta realidad tan dramática nos habla hoy la Palabra de Dios, para iluminarnos, para orientar nuestros pasos por esta vida y por esta historia.
El profeta Elías se topó con ella y tuvo que suplicar tres veces a Dios que le concediera ese favor, de devolverle la vida al hijo de esta mujer viuda que generosamente le daba pan y hospedaje en Sarepta en tiempos de sequía y hambruna.
También nuestro señor Jesucristo enfrentó a esta realidad que nos sacude tan fuertemente. Se trataba de un joven, hijo único también de una viuda. Esta mujer, además del dolor de perder a su ser más querido, se quedaría completamente desprotegida, en aquella cultura y sociedad que marginaba tan drásticamente a las mujeres. Era para ellas difícil salir a trabajar, valerse por sí mismas, siempre dependían de un hombre. La mayor desgracia era quedarse viudas y sin hijos.
Jesucristo, con su gran compasión, se acerca a ella para consolarla: "no llores". Y este consuelo no quedará en meras palabras porque a este hijo "se lo dio a su madre", lo destaca el evangelista. Jesucristo utiliza su autoridad, no para manejar a las personas en provecho propio, sino para dar la vida: "Joven, yo te lo mando, levántate". ¿No debemos aprender esto quienes tenemos algún cargo de autoridad en la Iglesia?
El pueblo y nosotros nos quedamos maravillados por tan milagroso gesto de compasión, más que de poder. ¿La conclusión? La conclusión del pueblo era una confesión de fe: "Dios ha visitado a su pueblo".
El evangelio lo debemos leer con sencillez, como lo hace nuestra gente. Así ya nos deja muy grandes enseñanzas divinas. Pero también debemos ir más allá de toda su simbología. Esta escena evangélica representa algo más que un mero cortejo fúnebre. Los personajes, la muchedumbre, la viuda, el joven. Todo es una imagen de nuestro mundo.
Nuestra Iglesia, la Iglesia que formamos todos los cristianos, siguiendo los pasos de Jesús, debemos estar igualmente comprometidos con su dinámica de la vida en este mundo tan marcado por la muerte. No tenemos poder para levantar a los que ya murieron, pero sí tenemos la fuerza de Dios para cambiarle el rumbo a este mundo. O lo hacemos, o nos quitamos el nombre de cristianos. |