NO HAY PERDÓN Y RECONCILIACIÓN CON OCULTAMIENTO
Un comentario más a Lucas 7,36 a 8,3, evangelio de la Misa del domingo 13 de junio del 2010.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
En estos últimos años nos ha tocado que nuestra Iglesia, su jerarquía, sea sentada en el banquillo de los acusados. Solidariamente todos en la Iglesia nos sentimos sentados en ese banquillo. No estábamos acostumbrados a eso. Antiguamente la Iglesia era la que dictaba sus normas de conducta, la que levantaba el dedo acusador contra este mundo pecador. En estos años nos han dado una voltereta.
Yo siento que nuestra respuesta, la respuesta de nuestra suprema jerarquía no ha estado a la altura de las enseñanzas de nuestro señor Jesucristo. Tardamos mucho tiempo para aceptar que las denuncias sobre actos de pederastia por parte del clero eran ciertas, si no todas, por lo menos muchas. Y estamos tardando todavía más, en aceptar nuestros errores de gobierno, de autoritarismo, de malas elecciones episcopales, etc. Aceptamos la pederastia porque nos pusieron entre la espada y la pared, porque algunas iglesias han tenido que pagar sumas exorbitantes al comprobarse culpabilidades. Pero como en cuanto a lo otro no hay denuncias penales, pues ahí siguen durmiendo el sueño de los justos.
Aún con la aceptación de nuestra culpa en muchos actos de pederastia, nuestra respuesta sigue siendo muy pobre. El Papa ha pedido perdón a las víctimas, una petición de perdón en general. En algunos casos hasta se ha reunido con algunas personas que fueron agredidas. Algunos obispos han tenido el valor de renunciar. Pero… ¿y las miles que pueda haber en el mundo? ¿Y los casos que sufrimos aquí en Chihuahua? ¿Y no va a dar el Papa más pasos para hacerles justicia a todos ellos?
No sólo hablemos de los agresores directamente. Quedan pendientes también todos los golpes que lanzaron algunos obispos para ocultar a los clérigos transgresores, para sacar adelante las apariencias de nuestra Iglesia.
¿Qué nos enseña nuestro Señor y Maestro? El evangelio nos habla de esta perla preciosa, evangélicamente hablando, que es la escena de esta mujer considerada pecadora pública y ahora arrepentida. Mirémonos a nosotros mismos en esta mujer. Miremos a nuestra Iglesia.
Mirémonos todos aquellos que aducimos el perdón de Dios cuando se ofrece hablar de la Iglesia, pero más bien para seguir ocultando sus pecados.
Esta mujer lloró a lágrima viva a los pies de Jesús. No nos privemos, ni privemos a nadie de este momento maravilloso. Si está en el evangelio, y si esta mujer es un evangelio viviente, debe ser maravilloso lo que ella hizo. Un sacerdote que ha pecado gravemente, ¿por qué ocultarlo? ¿Para salvar el honor de la Iglesia? ¡Qué antievangélicos si lo hacemos por eso! Démonos la oportunidad los sacerdotes de llorar nuestros pecados graves frente a los laicos, frente a la sociedad. Sería un signo de humildad y verdadero arrepentimiento. Démosles la oportunidad a los obispos de llorar de la misma manera sus encubrimientos y los siguientes golpes que lanzaron. No los privemos de ese maravilloso momento dejando las cosas en la apariencia de que aquí no pasó nada, que al cabo que con el tiempo todo se va olvidando.
El amor todo lo puede. Si hay amor en nuestro corazón, lo demás viene de por sí. Porque detrás del perdón, del arrepentimiento, de la reconciliación está el amor: "al que mucho ama, mucho se le perdona”. |