Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
¿QUÉ DEBO HACER PARA CONSEGUIR LA VIDA ETERNA?
Comentario a Lucas 10,25-37, evangelio de la Misa del domingo 11 de julio del 2010.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     Un especialista en la Ley de Dios, es decir, especialista en Sagrada Escritura, se acerca a Jesús para ponerle una prueba, no un examen para saber si Jesús conocía la Ley de Moisés, sino una trampa para hacerlo caer. Y Jesús va a caer en esa trampa porque va a dar una respuesta muy comprometedora que lo va a conducir a la muerte. Ésta es la pregunta del legista: "¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna?” Es difícil, por no decir imposible, que un judío tan observante como él, acepte, como lo enseña Jesús en otros lugares del Evangelio, que la vida eterna se concede por pura gracia de Dios, no por méritos humanos. Sin embargo, Dios sí nos pide una correspondencia, una parte que a nosotros nos toca. Y a ese nivel lo sitúa Jesús.
     Como es su costumbre, Jesucristo responde con otra pregunta para hacer que su interlocutor se involucre personalmente. Y el especialista en la Ley de Dios contesta acertadamente, que el camino de la vida eterna está en amar a Dios de manera absoluta, y al prójimo como a uno mismo (vean Deuteronomio 6 y Levítico 19). Jesucristo acoge su respuesta como buena. Y eso vale para nosotros: el amor a Dios tiene que ser absoluto, por encima de cualquier criatura, y el amor al prójimo tiene que ser de su tamaño, relativo, como a nosotros mismos. Jesucristo nos pide que no sólo lo sepamos o lo "creamos” en el fondo de nuestro corazón, sino que lo hagamos de manera efectiva.
     El especialista en la Ley de Dios podía haber preguntado por cuál Dios es al que hay que amar. Por el evangelio nos damos cuenta que el Dios que presentaban los magistrados judíos no era el mismo que revelaba el Hijo de Dios. Sin embargo, cosa curiosa, la duda del legista está más bien en saber cuál es su prójimo. Los judíos sólo consideraban prójimos a los mismos judíos. Jesucristo lo va a dejar sorprendido con una parábola que a todos nos conmociona.
     Insistamos: se trata de una parábola construida por Jesús. Los personajes y sus actos él los ha escogido: sacerdote, levita, samaritano. Así es que refleja toda la intencionalidad de nuestro Maestro. No le ha de haber agradado nada al maestro de la Ley esta manera de colocar a los personajes, pero la verdad es que así destaca más claramente el mensaje de Jesús. La vida eterna no está en el templo de Jerusalén, ni en el servicio prestado a él, con todo lo sagrado que lo presente la ley de Moisés. Y en nuestros tiempos de Iglesia, tenemos que reconocer que la vida eterna está en vivir, no en hacerlo una vez en la vida, sino vivir toda la vida como Jesucristo presenta al samaritano (quien es un hereje, cismático, hermano separado, o como se le quiera catalogar). El amor a los necesitados, - podría ser la conclusión de este pasaje evangélico -, está por encima de todos los actos de culto que le podamos ofrecer a Dios, o todas las confesiones de fe por muy ortodoxas que sean.
     ¿Suena fuerte, no? Pero así es. Y no es éste un lugar aislado en las enseñanzas de nuestro Señor, sino el común denominador. Recordemos el juicio final en Mateo 25: "vengan benditos de mi Padre, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer”. O más adelante, en este mismo evangelio según san Lucas, la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro (Lucas 16,19-31). Jesucristo sabe mejor que nadie cómo se puede tener acceso a la vida eterna.
     Después de escuchar esta enseñanza evangélica en que vemos a Jesucristo tan inmenso, muy categóricamente podemos hacer la confesión de san Pablo en la segunda lectura: "Cristo es la imagen de Dios invisible, el primogénito de toda la creación… Dios quiso que en Cristo habitara toda plenitud y por él quiso reconciliar consigo todas las cosas, del cielo y de la tierra, y darles la paz por medio de su sangre, derramada en la cruz”.
 

Copyright © 2024 www.iglesiaenchihuahua.org by xnet.com.mx
Mapa del Sitio | acceso |