ENSÉÑANOS A ORAR
Comentario a Lucas 11,1-13, evangelio de la Misa del domingo 25 de julio del 2010.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
La mayoría de nuestros católicos no lleva una vida de oración. No es un juicio sobre ellos, es más bien una bien sentida preocupación pastoral. ¡Cómo quisiéramos que todos los católicos se amontonaran en nuestras parroquias, que hicieran hasta una fila larga pidiéndonos que les enseñemos a orar! Es algo tan necesario en nuestra vida cristiana, algo tan provechoso, especialmente en estos tiempos tan difíciles que nos está tocando vivir. Tanteamos que muchos de ellos no saben hacer oración, que en realidad no hacen oración constante, que no viven el espíritu de la oración. Y es algo tan sencillo, como la oración que hoy nos enseña Jesús. La oración no tiene por qué ser complicada, aunque sí se puede progresar muchísimo en ella.
Algunos otros, la minoría de los nuestros, sí rezan: unos a la moda tradicional, recitando las oraciones que nos hemos aprendido desde siempre; otros, a la moda nueva, dejando que las palabras salgan del corazón, a veces en abundancia.
Pues a aquellos primeros y a estos últimos, a todos, nos hace falta que el mismo señor Jesucristo nos enseñe a orar. Los cristianos queremos orar como Jesús oraba, así como los discípulos lo veían en oración.
En el evangelio de hoy nos da una lección, breve pero sustanciosa. Pero si queremos seguir aprendiendo de él, habría que repasar los cuatro evangelios, para que nuestra oración sea como la de él, que es la mejor de las oraciones.
La oración que Jesús nos pone de modelo, la oración al Padre, versión de Lucas que es más breve, dice: "Padre, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, danos hoy nuestro pan…” Mateo nos ofrece la oración del Padre Nuestro, la que nos hemos aprendido. Lucas nos ofrece una versión más breve de la oración al Padre. Por lo que vemos en ambas versiones, no tiene que ser una oración que se repita textualmente, sino un esquema de oración en la que podamos meter nuestra alabanza y nuestra súplica. La oración es una actitud del corazón. En esa palabra "Padre”, se percibe la confianza con la que se relaciona el creyente con Dios, como un hijo con su papá. La oración, por eso, es un estilo de vida, un ambiente en el que la persona se desenvuelve, es vivir en comunión con Dios, y, a fin de cuentas, en comunión con todas sus criaturas.
La primera que sale es la alabanza, antes que la petición. Y la primera petición es su Reino. La versión de Lucas no dice "hágase tu voluntad”, pero al pedir su Reino es lo que hacemos, porque su voluntad, su proyecto, es su Reino. Y luego, el pan es lo que le pide todo hijo a su papá. ¿Cuál pan? No sólo es el pan de cada día, sino el pan de otra sustancia, que es lo que dice en el griego del evangelio de san Lucas.
Al final de este pasaje, Jesucristo nos enseña a pedir el Espíritu Santo. ¿Hay algún don más grande que éste? Es la súplica más atinada que le podamos hacer al Padre. Generalmente le pedimos muchas otras cosas, para nuestra conveniencia, para nuestro interés, muchas veces egoísta. Pero Jesús nos enseña la verdadera petición de nuestra oración. Quien tiene al Espíritu de Dios lo tiene todo.
Vean en la primera lectura la súplica de Abraham. Nuestro padre en la fe no le pide dinero, ni salud, ni bienestar, no pide para sí mismo, le pide por otros, le pide que haga justicia, que no vaya a destruir al justo junto con el malvado. Pidámosle pues al Padre que nos conceda la gracia de su Espíritu Santo. |