ERASE QUE SE ERA UN RICO, Y UN POBRE A SU PUERTA
Comentario a Lucas 16,19-31, evangelio de la Misa del domingo 26 de septiembre del 2010, 26º ordinario.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Los fariseos, dice san Lucas en el versículo 14 de este capítulo 16, eran amigos del dinero. Cualquier parecido con los clérigos de hoy día, desgraciadamente no es mera coincidencia. Por eso Jesucristo les dirigió esta parábola. Y en esta parábola Jesucristo da la nota que hace la diferencia entre otras religiosidades y el cristianismo. El seguimiento de Jesucristo implica cambiar nuestros criterios a nivel personal y social. En otras palabras, en esto se juega la vida eterna: en el ejercicio de la caridad y no en los actos religiosos.
Nos debe de llamar la atención que del rico no diga nuestro Señor Jesucristo que era un adúltero, que su dinero lo tenía mal habido, que fuera ladrón o cosa parecida. Sin embargo, por el solo hecho de haberse dado a la buena vida haciendo caso omiso del pobre que yacía a sus puertas, sólo por eso Jesucristo lo coloca en el infierno.
De Lázaro tampoco Jesucristo nos da detalles sobre su buena conducta, que fuera muy religioso, que rezara, que no mataba, que no roba; nada de eso, sólo que estaba enfermo y padecía hambre. Jesucristo lo manda al seno de Abraham prácticamente por la pura misericordia de Dios. ¿Qué nos parece? Nos parece muy bien que a todos los sufrientes de hoy día Dios se los lleve gratuitamente a su Reino.
Esta es la tónica del evangelio de nuestro Señor. Ya desde el principio nos lo había declarado solemnemente: "bienaventurados los pobres, los que tienen hambre… ay de los ricos, de los que están satisfechos” (vea Lucas 6,20-26).
No vayamos a pensar, con esta parábola tan drástica, que nuestro Señor tenga intenciones de mandar a algunas gentes al infierno. Estamos seguros de que Jesucristo quiere que todo mundo se salve, que tenga acceso a la vida eterna. Su parábola es más bien una invitación, una fuerte invitación a la conversión. Y justo en este mes de la Biblia nos recuerda que contamos con Moisés y los profetas para convertirnos. No es necesario que se nos aparezca un muerto. "Moisés y los profetas” era la manera de nombrar en aquellos tiempos a la Sagrada Escritura. Ahora contamos no solamente con la ley de Moisés y los duros llamamientos de los profetas, como el de Amós que hemos proclamado en la primera lectura, quien con toda energía nos dice: "¡Ay de ustedes,… los que se reclinan sobre divanes adornados con marfil, se recuestan sobre almohadones para comer los corderos del rebaño y las terneras en engorda. Canturrean al son del arpa,… Se atiborran de vino, se ponen los perfumes más costosos, pero no se preocupan por las desgracias de sus hermanos. Por eso irán al destierro a la cabeza de los cautivos y se acabará la orgía de los disolutos”.
Ahora contamos no solamente con esos llamados sino también con los santos evangelios, con la Palabra del Hijo de Dios, y con los escritos de los apóstoles y los primeros cristianos… y también con la voz de los cristianos de ahora, tanto el magisterio de la Iglesia como nuestros demás hermanos laicos, quienes continuamente nos están recordando cuál es el verdadero evangelio de Jesucristo: abrir nuestro corazón a los demás y dar por ellos hasta la vida. Por cierto que hay que reconocer que nuestra Iglesia ha perdido en estos tiempos su calidad profética, precisamente por haberse embonado tanto con los mecanismos, con el sistema y los poderes de este mundo, y por haberse enredado tanto en sus propios escándalos.
La de Jesucristo es una buena noticia que no nos asusta sino que a todos nos atrae: la vida plena que Dios nos tiene prometida consiste en que todos los seres humanos abramos nuestro corazón al necesitado, al necesitado en todos los sentidos y en todos los aspectos. Cuando aprendamos todos los seres humanos a compartir por igual y como verdaderos hermanos los recursos de este mundo que no pertenece a nadie sino sólo a Dios, entonces viviremos. * ¿Qué es lo que tiene convertido a nuestro mundo en un verdadero infierno? El egoísmo de los hombres, el afán por tener, por disfrutar a su anchas olvidándose de los otros. Pues así mismo debemos reconocer que lo que puede convertir en un verdadero paraíso a este mundo es el compartir con amor y con justicia.
La vida moderna nos ha hecho bastante egoístas. No nos damos cuenta de ello porque nos sentimos obligados a preocuparnos cada quien por sus cosas, su casa, su familia, su trabajo, sus estudios. Con el cuento de que nos vamos a vivir a un fraccionamiento donde los vecinos no nos conocemos, por ello se ha perdido en gran medida el sentido comunitario y el sentido social. Los cristianos estamos llamados a revertir esa mentalidad en que estamos cayendo. Dejémonos impactar por estas enseñanzas de nuestro señor Jesucristo, y llevemos a los demás esta buena noticia ahora que tenemos tiempo y oportunidad para arrepentirnos y enmendar nuestros caminos. |