VAYAN Y HAGAN DISCÍPULOS A TODAS LAS GENTES
Comentario a Mateo 28,16-20, evangelio de la Misa del 24 de octubre del 2010, Domingo Mundial de las Misiones.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Escuchamos en la liturgia de hoy el mandato solemne de nuestro Señor Jesucristo a esta comunidad inicial de sus discípulos, mandato que acogemos en calidad de Iglesia: "Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.
El leccionario traduce "vayan y enseñen”. La Biblia utiliza más adecuadamente: "vayan y hagan discípulos”. El verbo enseñar sí lo pone el evangelista en la siguiente frase de Jesús, "enseñándolas a cumplir”. El verbo griego que nos ofrece san Mateo se podría traducir textualmente como "discipulen”. Este verbo no existe en nuestro castellano por lo que es mejor traducir "hagan discípulos”, que habla más claramente de la intención de nuestro Señor.
Ahí mismo Jesucristo nos indica los dos pasos para hacer un discípulo suyo: bautizar y evangelizar.
El primer paso es pues el bautismo. Es la puerta de entrada a la Iglesia, a esta gran familia a la que Jesucristo nos convoca en absoluta gratuidad. Esta familia que creemos en la salvación de Dios, la Buena Noticia de la Salvación personificada en el Hijo de Dios, salvación integral para este mundo que, con tantos topes en la pared, no encuentra la puerta de la felicidad plena.
El bautismo es sólo la puerta. No hay que quedarse en la puerta, hay que entrar, y lucrar (recibir) cada día los dones de salvación que Dios nos otorga, vivirlos intensamente en el seguimiento de los pasos de Aquel que nos ha llamado; acoger su gracia en la oración, en los sacramentos, en la escucha de su Palabra, en la vida de comunidad fraterna, en el amor o caridad, en el servicio al mundo, en el darse uno mismo como él, por entero y sin medida.
Bueno, en realidad ésta es la tarea que nos encomienda el Maestro que hagamos después (antes y después) del bautismo: el tomar de la mano a cada bautizado y conducirlo de manera creciente, por ese camino fascinante de la fe. No el aburrido camino de la fe desabrida que vive la mayoría (no es juicio, es preocupación pastoral) de los católicos.
Si viviéramos en serio y con intensidad nuestra vida cristiana, y palpáramos la grandeza de los dones de Dios, no nos tendrían que decir que fuéramos a contagiar a otros, lo haríamos espontáneamente, como quien asiste a una buena película y la recomienda por todos lados, como quien vive una gran experiencia y la comunica por doquier. |