Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


13 de diciembre 2010
Navidad: El reencuentro del hombre consigo mismo
Por DIZÁN VÁZQUEZ
"El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros”, nos dice san Juan en el "prólogo” de su Evangelio. Estas palabras, a fuerza de repetirlas y escucharlas, se pueden haber desdibujado o no despiertan en nosotros el asombro que deberíamos sentir. Lo mismo se puede decir de la Navidad, un evento que en el mejor de los casos hemos reducido a una fiesta de unión y alegría familiar o infantil, si no es que a una alocada pachanga.
Tal vez la luz de la Navidad la podamos percibir mejor en contraste con la oscuridad de la realidad que estamos viviendo. Me refiero a la impresionante desvalorización del ser humano, que tiene su expresión más estridente en los incontables homicidios cometidos por los más temibles criminales, pasando por los robos, asaltos, secuestros, torturas, humillaciones, desprecios contra toda clase de personas.
Pero no se vaya a creer que el panorama de muerte y de desconocimiento de la dignidad humana sólo viene de las organizaciones reconocidas como criminales y de los que matan y roban ocultándose en las sombras exponiéndose a la persecución de la ley. Hay organizaciones políticas y de la sociedad civil, que han logrado que se declaren legales acciones tan inhumanas como el aborto, la eutanasia, y otras que si no implican la muerte directa de personas, sí pertenecen al mismo horizonte de devaluación humana.
Estas conductas provienen de una equivocada visión de lo que es la persona y de su dignidad. En el caso de los criminales, esta conciencia de la dignidad humana simplemente no existe. Se vive en una auténtica demencia, en la que la conciencia está adormecida y su voz apagada. El segundo grupo está formado por personas que "creen” buscar el bien del hombre, pero se basan en una ideología relativista y atea que toma al hombre como la medida suprema de toda valoración ética: "lo bueno es lo que cada quien tome como bueno”, y si hay desacuerdo, pues a votar: "lo verdadero y lo bueno es lo que obtenga más votos”. De ahí una "verdad” que cambia y se acomoda a los tiempos, una ética zigzagueante que hace que lo que ahora es malo mañana sea bueno y pasado mañana… pues ya veremos.
Para el cristiano, en cambio, la fuente de la dignidad del hombre es que este ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza (Cf. Gn 1, 26). Este es uno de los textos más revolucionarios de la historia y uno de los que más hace falta recordar hoy día. El hombre es creatura de Dios, pero es la más grande y noble de todas sus creaturas, digna de todo el respeto y consideración, pues participa de la misma grandeza del Absoluto. De esta dignidad fluyen los derechos del hombre: "La fuente última de los derechos humanos no se encuentra en la mera voluntad de los seres humanos, en la realidad del Estado o en los poderes públicos, sino en el hombre mismo y en Dios, su creador” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 153). Estos derechos son universales, inviolables e irrenunciables. No están sujetos al vaivén de las opiniones o de la voluntad de los gobernantes.
El olvidar este origen, el haber negado el hombre su realidad de criatura de Dios y haber querido ponerse en lugar de Dios (de acuerdo con lo que le insinuó en sus orígenes la serpiente: "Podrán saber –decidir por ustedes mismos- lo que es bueno y lo que es malo, y entonces serán como Dios”, Gn 3, 5) es lo que ha llevado al hombre a arruinar su vida y la de sus descendientes.
Pero el amor de Dios es eterno y su fidelidad dura por siempre (cfr. Sal 117, 2; 118, 1) y "cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer, sometido a la ley de Moisés, para rescatarnos a los que estábamos bajo esa ley y hacernos hijos de Dios” (Gál 4, 4), es decir, devolvernos la dignidad de criaturas hechas a imagen y semejanza del mismo Dios.
Dios envió a su Verbo eterno, que se hizo hombre en el seno de una jovencita a la que previamente había preparado con el máximo de su gracia (Lc 1, 26-33), y así, ese Verbo divino "se vino a vivir entre nosotros” (Jn 1, 14), como uno de nosotros. De esta manera, Jesús nos es propuesto por el Padre como el modelo del hombre nuevo, rehecho de acuerdo con el hombre original que salió puro y hermoso, en estado de gracia, de las manos de Dios.
Todo esto lo expresó de una manera muy concisa y bella el Concilio Vaticano II (GS, 22): "Cristo nuestro Señor, el nuevo Adán… manifiesta plenamente el hombre al propio hombre”, y luego añade: "El que es ‘imagen de Dios invisible’ (Col 1, 15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En Él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios, con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado (cfr. Heb 4, 15)”.
Navidad es un tiempo ideal para tomar conciencia de esta realidad, de recuperar nuestra propia dignidad de personas y de ver a los demás con el aprecio y respeto que exige esa misma dignidad.

 

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