Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
HE VISTO AL ESPÍRITU QUEDARSE SOBRE ÉL
Domingo 16 de enero del 2011, 2º ordinario
Comentario a Juan 1,29-34.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     En el comentario del domingo pasado recomendaba leer este relato del encuentro de Jesús y Juan bautista en los cuatro evangelios. Repito la recomendación. Los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) afirman que Jesús fue bautizado por Juan. Y los biblistas nos subrayan que no fue en el momento de ser bautizado cuando bajó el Espíritu sobre él, sino cuando había salido del agua. Porque el bautismo de Juan no daba el Espíritu, era sólo signo de conversión, distinción importante para el mismo Bautista, nota en la que insisten los cuatro evangelistas. Pues bien, esto es precisamente lo que pretende el evangelista Juan al no mencionar que Jesús fue bautizado sino sólo señalado por el Bautista.
     Juan, pues, el evangelista, pone el acento en la manifestación de Jesucristo como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, aquél sobre quien se posa el Espíritu Santo. La imagen del cordero nos remite al antiguo testamento. El pueblo hebreo, pecador empedernido como todos, debía ofrecer un cordero en el templo de Jerusalén. Este cordero no quitaba el pecado o los pecados, pero era el signo plástico de que Dios estaba siempre dispuesto al perdón. Lea Levítico 4,32-35.
     La intención de la Iglesia no es repetir la fiesta del Bautismo de Jesús que celebramos el domingo pasado, sino ofrecernos, antes de dejarnos con alguno de los sinópticos, un pasaje inicial de Juan: el testimonio del Bautista en el ciclo A, el llamado a los primeros discípulos en el ciclo B, y las bodas de Caná en el C. Así es que hoy se nos presenta la oportunidad de abundar en lo que comentábamos el domingo pasado: el don de Dios que se manifiesta y se celebra en el bautismo cristiano. Les hablaba de la vida, el amor, el perdón a ultranza, la fortaleza, la sabiduría, la paz, toda su gracia, no sólo en el momento de nuestro bautismo sino continuamente. Por eso el cristiano tiene que ser fiel a ese don a lo largo de su vida cristiana, en la oración, los sacramentos, en su vida de servicio y de caridad, en la escucha constante de la Palabra.
     Pues bien, el don propio del Bautismo, el que está en la base, es el Espíritu Santo. Con él vienen los demás dones: el amor, el perdón, la paz que Dios quiere derramar en cada ser humano y en toda la humanidad en conjunto. La vida del cristiano (y todo ser humano está convocado a ello) es una vida en el Espíritu, que es mucho más que simplemente vida espiritual. Lean la carta a los romanos capítulo 8. Me encanta el pasaje de Jesús con Nicodemo en el que Cristo insiste en el nacimiento de lo alto, del agua y del Espíritu para poder ver el Reino de Dios. Esto es, para que esta humanidad sea el reinado de Dios, o donde Dios reine, es preciso nacer de nuevo, de lo alto. ¿Qué vemos actualmente? El reino animal, la lucha de cada quien por la subsistencia, la lucha por el poder, la lucha por sí mismo, el pecado que nos domina. (Leamos las palabras de Jesús en Juan 3,1-6).
     No veamos las cosas como las veían los fariseos, o como las seguimos viendo algunos sectores en la Iglesia, una especie de puritanismo, de limpieza ritual. No. Veamos las cosas como Jesús: Dios quiere una nueva humanidad, un hombre-mujer nuevo, seres que verdaderamente puedan considerarse humanos, no bestias egoístas. Para ello hay que nacer de nuevo, del Espíritu. Pero no esperemos con los brazos cruzados que las cosas se hagan mágicamente, hay que trabajar con fe porque el Espíritu haga nacer de nuevo a esta humanidad, en el modelo de Jesucristo.
 

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