EL PROCESO DE JUAN PABLO II Y LA TRANSPARENCIA
4 de abril del 2007
Pbro. Carlos Pérez B.
Dicen las noticias que el proceso de beatificación de Juan Pablo II ya cumplió con la fase diocesana y que va a pasar ahora a la Congregación para las causas de los santos. Esta congregación examinará toda la documentación recibida antes de proponerle al Papa actual alguna declaración oficial.
Todos los católicos tenemos alguna opinión que externar en torno al Papa del pasado pontificado. Qué bueno que se escuchara a todas las voces. No tuvimos el honor de tratarlo personalmente, que ahí es donde se conoce mejor a las personas, pero sí sabemos de su manera de conducir la Iglesia. Yo tengo la mía, que coincide con muchas voces alrededor del mundo. Declararlo beato y posteriormente santo no es lo mismo que hacer una evaluación de su pontificado (1978-2005), eso hay que dejarlo bien claro. Sin embargo, esto último es necesario para dimensionar su vida cristiana.
Estamos todos de acuerdo en el impacto que tuvo el Papa en las multitudes de todos los lugares del mundo que visitó. La gente más sencilla se volcaba a la calle, esperaba horas mal pasándose por tan sólo verlo pasar y recibir alguna bendición suya. Fue notoria también su capacidad de trabajo. Aún en las condiciones de enfermedad que todos le conocimos siguió visitando países.
En esas visitas uno hubiera querido que desarrollara su capacidad de escucha, la capacidad de escucha de la Iglesia. Porque llegar a un país, a una cultura y tomar la palabra ciertamente es tarea del pastor, pero también el pastor debe primero abrir su corazón y sus oídos a los clamores del pueblo, y darle voz a quienes no tienen voz, darle resonancia, ser portador de esos gritos para todas las naciones y gobernantes de la tierra, porque también para eso sirve la figura del pastor.
Hay tres renglones en los que me gustaría que la Iglesia manejara con toda transparencia el proceso de beatificación. No estamos ante una película, en la que se trata de exaltar la imagen del héroe de la misma. A mí personalmente no me gusta ver por televisión las películas que se presentan sobre personajes de la Iglesia o leer alguna biografía de los mismos, me parecen un poco embadurnadas de miel. Prefiero las notas y biografías críticas. Me tocó ver un video hace algunos meses en canal de cable que pasaba escenas del Papa en su visita a Nicaragua, así como ofrecía datos sobre momentos no muy agradables que tuvo con algunas personas.
El primer renglón, pues, es el manejo que tuvo el Papa sobre los escándalos en que se vio envuelta la jerarquía, o los clérigos. A mí me queda la impresión de que a toda costa se trató de proteger al clérigo en detrimento de las personas que se vieron agredidas. Faltó calidad pastoral hacia ellas. Les hubiera hecho un grandísimo bien si el Papa en persona, no en general, se hubiera dirigido a ellos para pedirles perdón en nombre de toda la Iglesia. Y para mi gusto, es preferible poner al clérigo en el camino correcto de la conversión que tratar de esconderlo. Ahí está el caso de un protegido suyo, el p. Marcial Maciel. Nosotros tuvimos un caso aquí en Chihuahua que a todos nos dejó colgados. No se me olvidan esas imágenes en las que el denunciante aparecía detrás de las rejas, lo que menos se espera para una persona que denuncia abusos es que sea víctima de otro más.
El segundo renglón es el nombramiento de obispos. Ahí sí que nosotros, sacerdotes y feligreses de Chihuahua, tenemos mucho qué decir. ¿Por qué nos escogió este obispo? ¿Por qué no escuchó las voces que trataban de llegar hasta Roma durante años? ¿Se dio cuenta del grave deterioro que sufre una Iglesia particular por un mal nombramiento? Sea culpa personal de él o de los encargados que él escogió para que le sirvieran en este renglón tan delicado de la Iglesia, ahí están los hechos. A nivel Iglesia Universal falta mucho que anotar en este sentido. Hace 30 ó más años la Iglesia contaba con muy grandes obispos, respetables dentro y fuera de la Iglesia: Helder Cámara, obispo de Olinda y Recife en Brasil; Leónidas Proaño, el obispo de los indios, en Riobamba, Ecuador; Oscar Arnulfo Romero, en San Salvador; Samuel Ruiz en san Cristóbal, Chiapas; Bartolomé Carrasco, en Oaxaca; José Salazar López, en Guadalajara, y seguramente la lista es larga. Eran voces proféticas y figuras evangélicas cuyo relevo parece que quedó en el aire. Aquí en el Estado de Chihuahua yo tengo muy buenos recuerdos y enseñanzas de don José Alberto LLaguno, que fuera obispo de Tarahumara, a quien sus diocesanos llamaban cariñosamente "Pepe”, y tan inserto que vivió en esa prelatura indígena. Guardo mucha admiración hacia don Manuel Talamás, que fuera obispo de Cd. Juárez. A pesar de que lo consideraba muy rígido, yo lo admiraba por su honestidad, su sinceridad, no se dejaba manipular por chismes, siempre confrontaba con la parte contraria, defensor de la Iglesia frente a los políticos, visitador de su diócesis, no sólo creaba parroquias en el papel, sino que con presupuesto diocesano construía templos en las barriadas que cada día aparecían en esa frontera. Y de los tiempos de don Adalberto, ¿quién no se acuerda del entusiasmo con que planeábamos y hacíamos proyectos en ambiente eclesial? No hago esta pregunta para decir que todo tiempo pasado fue mejor. Me pregunto si a la Iglesia se le acabaron los candidatos que suplieran a obispos de esta estatura. ¿O Juan Pablo II pensó que no le convenía a la Iglesia tenerlos?
El tercer renglón es su relación con los teólogos de la liberación, y con sacerdotes y laicos de la pastoral de inserción entre los pobres, de las Comunidades de Base, de los movimientos populares. El Papa vivió espantado por el comunismo, a partir de su experiencia en el bloque de Europa oriental, y parece que no entendió que en América Latina lo que privaba era una injusticia que clamaba hasta el cielo. Muchos sentimos el acoso desde la jerarquía. No fuimos queridos, no se nos animó, no se nos apoyó, se nos vio como enemigos de la Iglesia, cuando era la Iglesia la que adquiría un rostro más bello y coherente con la vida y el mensaje de Jesucristo, la más beneficiada, a ojos de los no creyentes, por esta solidaridad con los marginados. Se apoyó más bien una Iglesia de poder, de relación con la gente del poder político y económico. La evaluación que el Papa hizo de este tipo de pastoral quedó plasmada en el documento "Ecclesia in America”: "El haber descuidado -como lo señalaron los Padres sinodales- la atención pastoral de los ambientes dirigentes de la sociedad, con el consiguiente alejamiento de la Iglesia de no pocos de ellos, se debe, en parte, a un planteamiento del cuidado pastoral de los pobres con un cierto exclusivismo” (# 67).
Ahí están pues estos datos a discusión. Lo que quisiera es que hubiera transparencia, valentía para no cerrar los oídos a las más diversas voces que se escuchan por todo el mundo. No estamos en el terreno de la política como para que tengamos que seguir la norma: todos tenemos que hablar bien de nuestro máximo líder. Por eso son tan bellos los evangelios y toda la Sagrada Escritura: porque sin tapones en la boca nos hablan del primer Papa de la Iglesia, quien negó tres veces a Jesucristo y tuvo otros arrebatos que hasta le ganaron el calificativo de "satanás” por parte del Maestro. Y sin embargo, todos le llamamos San Pedro.
A pesar de todo lo anterior, aún antes de ser beatificado, cuyo anuncio oficial espero, yo creo que Juan Pablo II, como lo creo de tantísima gente tan cristiana que he conocido, ya está gozando de la bienaventuranza del Señor, que eso significa la palabra beato.
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