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EL VERDADERO CREYENTE NO ES UN FANÁTICO RELIGIOSO
Viernes 1 de abril del 2011
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
El evangelio que proclamaremos el próximo domingo es fuerte, como varios pasajes del evangelista san Juan. También mi comentario quiero que lo sea. Es todo el capítulo 9º. El mismo nuestro señor Jesucristo lo dice en el versículo 39: "para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos”. Estas palabras encierran cierta dureza que a veces nos cuesta aceptar en Jesucristo porque nos gusta verlo más dulce y bondadoso. Acojamos su denuncia con obediencia, que bastante provecho nos puede brindar especialmente para esta manera de ser Iglesia en la que estamos atrapados y que nos distancia tanto del evangelio.
Al leer este pasaje de la transformación del ciego de nacimiento, una de las conclusiones que sacamos, siguiendo la toma de conciencia de los fariseos de aquel tiempo, es que nos sentimos aludidos por la sentencia del Maestro: también nosotros estamos ciegos. Y la obra de Jesús no es cerrar los ojos de las personas, sino todo lo contrario, abrírselos, como abrir su mente, su corazón, su espíritu. El creyente es una persona abierta; el verdadero creyente es todo lo contrario de un fanático religioso.
En nuestra Iglesia las cosas se hacen precisamente al revés del evangelio: producimos seres cerrados, acríticos, en una palabra, ciegos. Díganlo si no, los acontecimientos recientes: el Vaticano se resiste a crear una comisión para sacar a la luz las complicidades que se dieron en torno a la persona de Marcial Maciel. En la Legión de Cristo nadie se dio cuenta de todas la movidas chuecas que hacía su fundador. Era claro que no se podían dar cuenta, porque como varias instancias e instituciones de nuestra Iglesia, ahí se fabricaban ciegos, personas bien formadas para no ver, para mantenerse con los ojos cerrados. También en nuestra Iglesia diocesana: pocos tuvieron el valor de denunciar las graves anomalías que se daban entre nosotros, en nuestra jerarquía eclesiástica. Ni en el Vaticano veían lo aquí pasaba (porque desde luego que nunca quieren ver lo que les mueve el tapete), ni aquí, laicos y clérigos. Preferíamos permanecer con los ojos cerrados. ¡Cuántas situaciones e instancias eclesiásticas tendríamos que revisar a la luz de este evangelio!
Jesucristo no produce ciegos, al contrario, les abre los ojos a las personas. Esos son los cristianos que él crea y quiere, tan valientes como el que era ciego de nacimiento. El cristiano está calcado en el mismo Jesucristo: que sabe mirar la creación tan bellamente, que es capaz de mirar las maravillas de Dios en cada ser humano, que tiene ojos para ver los acontecimientos y los ve a profundidad, que no cierra la vista ante la realidad, que piensa, que critica, que defiende sus convicciones de fe con valentía, que no se doblega ante los altos dignatarios. |