DIVERSAS LECTURAS SOBRE LA MUERTE DE JESUCRISTO
Domingo de resurrección, 24 de abril del 2011
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Se pueden hacer muy diversas lecturas de la muerte de Jesucristo. En la Biblia encontramos varias. Por ejemplo, san Pablo tiene su manera muy propia de leer esa muerte: "Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras”, nos dice en 1 Cor 15,3. También nos dice: "Cristo murió por los pecadores”, Rom 5,6. La carta a los Hebreos lee la muerte de Cristo en clave sacerdotal: "¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!”, Heb 9,14. El evangelista san Juan nos ofrece varias lecturas de la muerte de Jesús en labios de él mismo: "si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto”, Juan 12,24. Incluso interpreta la decisión del sumo sacerdote Caifás de esta manera: "Esto no lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era Sumo Sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación - y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos”, Juan 11,51.
Antes de llegar a estas lecturas, no debemos pasar por alto la primera lectura que nos ofrecen los evangelios sinópticos: a Jesucristo lo mataron las autoridades judías. La obra que Jesucristo traía estorbaba para la estructura religiosa y cultual de la que ellos estaban convencidos. Jesucristo se acercó a los pecadores, a los enfermos, a los pobres, a todos aquellos que los principales juzgaban como excluidos de la gracia de Dios. Sus milagros estaban dirigidos a ellos, a curarlos, a levantarlos, a reintegrarlos con plenos derechos al pueblo de Dios, a la comunidad. El Dios que presentaba Jesucristo era muy distinto al de las autoridades judías. Ese Dios no cuadraba con la religión judía. Jesús hablaba de un Padre que amaba a los pecadores, a los pequeños; un Dios hermano, un Dios con nosotros, un Dios que hace de nosotros su morada, mientras que ellos presentaban el rostro de Dios severo, excluyente, castigador.
Ambas religiosidades, ambas obras, ambos proyectos fueron los que se enfrentaron a la llegada de Jesucristo a Jerusalén. Ellos tenían el poder en sus manos, Jesucristo estaba completamente desposeído. Toda su vida en este mundo la había vivido sin poderes humanos. Y así terminó crucificado.
Ante su muerte en la cruz, porque ésa fue la sentencia de los poderosos, nosotros tenemos una decisión: estamos con Jesucristo. Él es el camino de la salvación, de la vida, de la felicidad para todo este mundo. Hablamos no de un Jesucristo abstracto, imaginario, sino de su praxis evangélica. Su reino, el reino de Dios transita por su Persona. Ésta fue la sentencia del Padre eterno que lo resucitó de entre los muertos. Las autoridades judías le dieron muerte, Dios es el Dios de la vida.
No es suficiente con afirmarlo. Tenemos que entrar en este camino. Creer en Jesucristo es caminar detrás de él, seguir muy de cerca sus pasos. |