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UN PONTIFICADO QUE ME (NOS) DUELE
Lunes 2 de mayo del 2011
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
I. LA BODA REAL.-
Contra lo que muchos pensábamos, que las monarquías ya estaban quedando en los libros de historia, este viernes, en pleno siglo XXI, se dejó ver que infinidad de seres humanos no somos republicanos de vocación. ¿Un millón en las calles de Londres? ¿Dos mil millones por televisión? Eso dicen los medios. Es posible que no estemos tan convencidos del sistema monárquico; es posible que no sean tantos los que crean que haya familias de sangre azul; pero de lo que sí podemos estar seguros es que a muchos, jóvenes y viejos, les gusta soñar con cuentos de hadas. Es una forma de evadirse de esta realidad que nos pesa.
II. LA BEATIFICACIÓN.-
Parece que también a la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II asistió cerca de un millón de personas a la plaza de san Pedro. No contamos con los datos sobre la audiencia por televisión. Ciertamente muchos católicos, que no son meramente televidentes, están entusiasmados por este acontecimiento. Razón tienen. Fue un Papa que tuvo contacto con multitud de creyentes y no creyentes alrededor del mundo. Lo vieron como un santo viviente por la calles.
Otros muchos, quizá no tantos, no podemos participar de ese entusiasmo. El pontificado de Juan Pablo II ha quedado marcado en nuestros corazones, en nuestra sensibilidad profunda por el obispo que nos eligió para nuestra diócesis, y para muchas otras diócesis. La desilusión, el desánimo, la frustración, las vivimos en carne propia, y todavía no se ha querido hacer algo efectivo para restañar heridas. Hay quienes, para justificarlo, afirman que él no elegía personalmente a los obispos. Lo que sí es cierto es que él formó para sí ese equipo de trabajo cercano que se llama curia romana. Nos parece más que imposible que a lo largo de más de 26 años haya permanecido con los ojos cerrados ante las consecuencias de esas elecciones. Nosotros tocamos a la puerta de su oficina mediante la nunciatura apostólica en nuestro país. Si así funcionaba su equipo de trabajo, que no contestaba el timbre de la puerta, ni llamadas telefónicas, pues esa era la curia que él se construyó, y consecuentemente ese era el modelo de Iglesia que se nos impuso: un modelo de Iglesia elitista, verticalista, centralista, autoritario. Tenemos dos mil años de historia como Iglesia, desde que apareció aquel carpintero llamando a seguidores suyos a orillas del mar de Galilea, y desde aquel pentecostés del año 33, y todavía seguimos siendo tratados, y nosotros mismos nos hemos conducido, como una Iglesia de infantes. A nosotros nunca se nos quiso escuchar, nunca se nos puso atención. El mensaje implícito fue que contra las decisiones de Roma no caben disensos, aunque la Iglesia sufra un verdadero deterioro.
Hay otras cosas que me quitan el entusiasmo, como el manejo que se le dio al problema de la pederastia, en concreto al caso Marcial Maciel, pero también está el trato que se le dio a la teología y a la pastoral de la liberación. Nos hostigaron. No valoraron el compromiso con los pobres, renglón en el que la Iglesia sólo aceptaba el asistencialismo, siendo que la labor de nuestro señor Jesucristo era más profunda y más integral. Era toda una opción existencial, y, consecuentemente es nuestra vocación que como Iglesia acogemos del Padre: "Bienaventurados los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Bienaventurados los que tienen hambre ahora, porque serán saciados… ¡Ay de ustedes los ricos!... ¡Ay de ustedes los que ahora están hartos!”. (Vea Lucas 6,20-26).
No me gusta fingir sentimientos y espero que comprendan mi falta de entusiasmo que es el sentimiento de muchos en la Iglesia. |