VENGAN A MÍ LOS FATIGADOS Y AGOBIADOS
Domingo 3 de julio del 2011, 14º ordinario
Comentario a Mateo 11,25-30.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Les decía el domingo pasado que la lectura continuada dominical de este evangelio según san Mateo no era exhaustiva. Terminado el capítulo 10, hoy pasamos al 11, pero no lo leemos todo, sólo el final. Es una lástima, porque es un capítulo con un contenido muy bello. Convendría que ustedes leyeran todo el capítulo en su casa. Se los repaso…
Los primeros versículos son fundamentales para comprender la misión del Hijo de Dios en este mundo. Ahí Jesús nos dice que abramos los ojos y los oídos frente a lo que sucede entre nosotros: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Nueva. Éste es un resumen del Evangelio que conocemos, y es una presentación de la obra de Jesús. No habla de religiosidad, porque no es ése el trabajo principal de Jesucristo, sino de esa novedad que es él entre los más desgraciados de nuestro mundo, cuya gracia es también una Buena Nueva para nosotros.
Enseguida pasa Jesús a hablar a las gentes acerca de Juan Bautista. Se expresa muy bien de él. Nosotros recién hemos celebrado la fiesta de su nacimiento, hace una semana. De él dice Jesús que ningún ser humano es mayor, sólo el más pequeño en el Reino de los cielos. Juan se acredita por sus obras. Es que en verdad que Juan fue un verdadero profeta, que no se detuvo ni ante las multitudes ni ante los mismos que detentaban el poder humano, como Herodes, a quien todo el pueblo le tenía pavor.
Luego pasa Jesús a reprender a las poblaciones que han tenido la dicha de recibir la visita del Hijo de Dios: Corazín, Betsaida, Cafarnaúm. En ellas Jesús realizó muchos milagros, y sin embargo no se convirtieron. Es una fuerte llamada de atención que debemos tomar para nosotros. Los católicos somos católicos cuando nos va bien en nuestra religión, pero no queremos compromisos, ni contrariedades.
Es curioso que, a renglón seguido de esta reprensión tan fuerte y sonora, nuestro Señor pase a un ánimo gozoso y lleno de mansedumbre. Por eso no debemos encerrar a Jesús en una casilla. Cuando encasillamos a Jesús en un modelo reducido de maestro, lo hacemos por lo general a nuestra conveniencia. Como discípulos, tenemos que aceptar la diversidad de actitudes que nos presenta Jesús.
Hoy lo vemos, pues, lleno de gozo. ¿Por qué se alegra tan profundamente nuestro Maestro? Porque "estas cosas" se le han dado a conocer a los pequeños y no a los sabios e inteligentes. Hay que fijar nuestra atención en ambas cosas. Se trata de los misterios del Reino de los cielos (vean Mateo 13,10), de la misma Persona del Hijo de Dios. No sólo se alegra de que se den a conocer a los pequeños, sino de que permanezcan ocultos a los otros. Esta dialéctica evangélica nos cuesta aceptarla de Jesús. Nosotros somos amantes de responder que el Evangelio es parejo para todos, sin distinciones. Pero hoy Jesús nos está presentando la parcialidad propia de Dios, que es además una invitación a la conversión: o se hacen sencillos, pequeños, humildes, o no hay Reino para ustedes.
Los últimos versículos resultan una fuerte dosis de consuelo divino: "vengan a mí, -dice Jesús-, todos los fatigados y agobiados". Pensemos en los pobres, en los indígenas, los hombres y las mujeres del campo, sus niños, los desempleados, los enfermos, los que padecen injusticias. Nosotros tenemos que acercarnos a todos ellos para hacerles llegar al Manso y Humilde de corazón por excelencia: Jesucristo nuestro señor. |