Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
¿QUÉ SOMOS CAPACES DE DEJAR POR JESUCRISTO?
Domingo 24 de julio del 2011, 17º ordinario
Comentario a Mateo 13,44-52.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     Para cultivar nuestra manera de hacer oración: la primera lectura, tomada del primer libro de los reyes, nos ofrece un óptimo ejemplo. Dios le ofreció a Salomón otorgarle lo que le pidiera. ¿Qué pediría cualquiera de nosotros? Seguramente el premio de la lotería, un auto, una casa. Salomón no pidió ninguna de esas cosas. Lo que pidió Salomón fue sabiduría para poder gobernar a un pueblo. Qué diéramos porque nuestros políticos tuvieran esos anhelos. Y cómo quisiéramos que nuestros católicos pidieran en sus oraciones virtudes en vez de cosas: sabiduría, valentía, humildad, espiritualidad, madurez en la fe, la luz del Espíritu. Repasen ustedes en su casa la primera lectura.
 
     De todo lo anterior gozaba nuestro Señor Jesucristo en su vida en este mundo. Su sabiduría para instruir el pueblo más sencillo, para llegar a sus corazones y a toda su vida se evidenciaba en cada una de sus parábolas. La del tesoro y la de la perla son un magnífico ejemplo. Cómo describe con maestría Jesucristo al ser humano en este buscador de tesoros o de perlas finas.
     Así son las cosas y las personas del Reino de los cielos. ¿Qué somos capaces nosotros de dejar por Dios, por nuestra fe, por la Iglesia? El verdadero cristiano es aquel, aquella que ha encontrado en Jesucristo, en su Reino su más grande tesoro. El verdadero creyente es aquel que es capaz de dejar todo con tal de quedarse con esa perla preciosa. ¿No despertamos nosotros los predicadores ese deseo inmenso en cada uno de nuestros destinatarios? ¿Qué nos falta a nosotros o a ellos para llegar a lo más hondo de sus corazones? Porque en esto del cristianismo no se trata de inscribir personas como se hace en un club social. Hay que aceptar que incluso en clubes de fanáticos de algún artista o equipo deportivo hay más pasión en sus miembros que en nosotros, al grado que hacen girar toda su vida en torno a su ídolo.
     ¿Por qué en nuestra Iglesia hay tantos, tantísimos católicos tan fríos, que presumen de ser nada más creyentes y no fanáticos, que son católicos a su manera, de ocasión, de vez en cuando, o a lo más de celebración semanal? Es que no conocen realmente a Jesucristo. Lo que nos falta es tocar sus corazones haciéndoles llegar la persona de Jesucristo.
     En la Sagrada Escritura vemos ejemplos de algunos creyentes admirables:
· Marcos 1,18.- "Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: « Vengan conmigo, y los haré llegar a ser pescadores de hombres. » Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él”.
· Marcos 2,14.- "Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». El se levantó y le siguió”.
· Filipenses 3,7-8.- "Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo”.
· Como estos creyentes de la Escritura, así han venido otros en la historia de la Iglesia: san Francisco, santa Teresa, el beato Antonio Chevrier, etc. No se trata de que sólo unos cuantos lo hagan. Jesús nos está llamando a todos a entusiasmarnos sobremanera por él y por su Reino de manera que hagamos girar toda nuestra vida, todos nuestros anhelos en torno a él. Estos son los verdaderos cristianos.
     En la parábola de la red y los peces, Jesucristo aborda de nueva cuenta el tema del juicio final, como lo hizo ya en la parábola del trigo y la cizaña. En la actualidad, no le gusta a la sociedad hablar de eso, pero es también enseñanza de Jesucristo y debemos acogerla los creyentes. ¿Castigo, premio? Es que en el Reino de los cielos no podemos reproducir lo que vivimos en este mundo: el egoísmo, la violencia, el odio, el materialismo. En el Reino de Jesús, que ya ha comenzado entre nosotros, lo que prevalece es el amor de Dios, la generosidad, la justicia, la paz. Quienes acepten vivir así, entren al Reino, quienes no, no.
 

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