LA ORACIÓN DE JESÚS
Domingo 7de agosto del 2011, 19º ordinario
Comentario a Mateo 14,22-33.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
En el versículo 13 de este mismo capítulo 14, san Mateo nos había dicho que Jesucristo, al recibir la noticia de la muerte de Juan Bautista hizo el intento de retirarse a un lugar solitario, en una barca, pero la gente no se lo permitió porque lo alcanzaron caminando por tierra hasta el lugar donde él y sus discípulos tenían que desembarcar. Pues bien, una vez que terminó sus curaciones y el milagro de los panes, embarca de nuevo a sus discípulos mientras él despide a la gente y se retira, como era su intención desde un principio, a un monte a orar. Ahí pasó Jesucristo toda la noche.
¿Cómo era la oración de Jesús? ¿Por qué tantas horas dedicadas a ella? El evangelista no nos da detalles. Nosotros sólo nos lo podemos imaginar en silencio, quizá sin pronunciar palabras, sólo en la presencia del Padre eterno. De esta oración debemos aprender todos los cristianos. Es la oración que nos hace falta, el silencio, la reflexión, el discernimiento, sentirse acogido por el amor del Padre, para lo cual no hacen falta palabras. Dos cosas tenía Jesucristo que discernir: la muerte de un verdadero profeta, su precursor, y también el milagro de los panes. En relación con la muerte de Juan, él tendría que afrontar, en un momento dado, su propia muerte, también a cargo de los poderosos; la muerte de Juan no había sido accidental. Y en relación con el milagro de los panes, también él mismo tenía que asimilar el éxito entre las multitudes, así como el verdadero significado de ese milagro: lo que tenemos que hacer también nosotros, porque siempre hay el riesgo de entenderlo fuera del plan de salvación de Dios. Así pues, en esta oración verdadera pasó Jesús varias horas a solas. Pensemos nosotros ahora cómo podemos conseguir estar a solas, en oración, en momentos importantes de nuestra vida. La vida cristiana no puede desenvolverse como una rutina inconsciente. El cristiano tiene que detenerse con cierta frecuencia a orar, en silencio prologando, para ser iluminado por Dios, por el Espíritu Santo, por la Palabra de Dios.
El fruto de la oración es quizá lo que quiere acentuar el evangelista con la imagen de Jesús caminando sobre las aguas del mar de Galilea. Contemplemos a Jesús tal como nos lo ofrece Mateo: entero, sólido, firme en su caminata frente al viento y al mar, hasta parece un ser celestial, un ángel, lo que los discípulos llaman un fantasma. Hay veces que se plasma así a las personas orantes. Hay que decir, para no caer en falseamientos, que pareciera que se ven como si flotaran en el aire. Pero la verdad es que la oración es una experiencia espiritual que transforma completamente a las personas. Cómo quisiéramos que los católicos emprendieran ese camino fascinante de la oración profunda: nos veríamos transformados, y transformado todo nuestro entorno, transformaríamos todo nuestro mundo.
Por el lado contrario, contemplemos la imagen de los que no están fortalecidos por la oración, los discípulos: miedosos, tambaleantes, inseguros, faltos de fe. El evangelista no teme presentarnos esta imagen de un Papa tambaleante. En nuestros tiempos la Iglesia se cuidaría mucho de hablar mal de un Papa, así sea de su pasado. En realidad la Iglesia se ve más fortalecida con la transparencia que con las apariencias.
¿Quién es el que los fortalece y les da seguridad en su fe? El Hijo de Dios. En nuestra oración es lo que tenemos que hacer, nutrirnos de la persona de Jesús.
Para ayudarnos a entender mejor esta imagen orante de Jesús, la Iglesia nos ofrece como primera lectura este pasaje de la vida del profeta Elías. A pesar de los signos externos, el profeta supo distinguir bien la presencia de Dios: ni en el viento huracanado, ni en el terremoto, ni en el fuego, sino en la brisa suave. Sólo los que oran pueden sentir el paso de Dios por sus vidas. |