MUJER, QUÉ GRANDE ES TU FE
Domingo 14 de agosto del 2011, 20º ordinario
Comentario a Mateo 15,21-28.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Contemplemos la fe de esta mujer:
Venía gritando detrás de Jesús, insistentemente.
Se topó con el silencio de Jesús pero no se desanimó.
Se postró a los pies de Jesús y recibió un desprecio muy grande, para ella y para su pueblo: ¡perros! Así consideraban los judíos a los otros pueblos.
Ella, con toda humildad, recibe el desprecio y sigue insistiendo. Frente a esa persistencia, a Jesús no le queda otra más que reconocer que es grande su fe.
Los judíos no reconocían que los paganos y las mujeres fueran capaces de tener fe. En esto está la novedad de Jesucristo, a eso vino, a revelar la novedad de la humanidad en sí mismo y en cada persona. Su evangelio es hacer ver que los extranjeros y las mujeres tienen una fe mayor que la de los judíos. Ahora esta mujer es un evangelio para todos los pueblos.
En esta mujer están representadas todas las madres de familia, las que más sufren los males de sus hijos, sean enfermedades o problemas sociales o espirituales. "Valiente, querubín”, les llama una canción que se escucha por el 10 de mayo de cada año. Vemos también en ella representados a todos los extranjeros, tanto en lo social como en lo religioso. A los extranjeros no se les quiere. Ya ven como tienen problemas para cruzar nuestro país para llegar al sueño americano. Son maltratados aquí y serán maltratados allá. Y nuestros vecinos, tan cristianos, se enorgullecen de tener leyes antiinmigrantes. También en nuestra Iglesia, hay muchos considerados extranjeros: los hermanos separados, los homosexuales, los ateos, los que piensan distinto, todos aquellos que ya llevan la marca de la incredulidad en su ser. Tenemos que revisar nuestros encasillamientos porque los de dentro podemos resultar menos creyentes.
Coloquémonos cada uno de nosotros en el lugar de la mujer. Yo quisiera hacerle llegar esta imagen a tantísimos católicos que confunden la fe con las devociones. La gente le llama fe a las prácticas devotas, a los actos de piedad. Pero no. Tener fe es querer algo grande, entre más grande, más fe se requiere. La fe se demuestra en el empeño que uno pone en las cosas que quiere conseguir.
Yo tengo la impresión de que los católicos quisiéramos las cosas de la Iglesia muy fáciles, que no nos costara trabajo nada, ningún sacramento, ningún servicio. La ley del menor esfuerzo es la que nos rige, tanto en la iglesia como en la sociedad. ¿No es cierto? Hay gente que quisiera bautizar sin pláticas, sin tener que casarse por la Iglesia, sin sujetarse a un horario: bautíceme y ya. La vida cristiana así la quisieran muchos: no tener que ir a misa cada domingo, no tener que leer la Biblia, no tener que instruirse en la fe para nada.
¿Seríamos cada uno de nosotros capaces de vivir este proceso de la mujer cananea? Imagínense que acuden a la Iglesia a solicitar el bautismo para ustedes mismos, su ingreso a la Iglesia. Y que se topen con el silencio de ella. ¿Se darían media vuelta y se irían muy indignados? Ahora supongan que son capaces de dar el siguiente paso, de superar el silencio como respuesta y recibir un desprecio evangélico. Por ejemplo, nuestro Señor dijo en una ocasión: "No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos” (Mateo 7,6). Esto quiere decir que las cosas sagradas no hay que dárselas a quien no las valora, a quien no las puede recibir como tales. ¿Reaccionaríamos cada uno de nosotros con altanería o con humildad?
La persona de fe es una persona luchadora, no apática. Hay que preguntarse a uno mismo ¿qué tanto estoy dispuesto a poner de mi parte para conseguir la salud, una meta, la gracia de Dios, mi más grande anhelo? A veces quisiera uno que las cosas se me dieran por arte de magia. Pero la magia y la fe son completamente distintas.
Fijémonos en la respuesta de Jesucristo: "que te suceda como deseas”. Así nos responde a cada uno de nosotros. Quien se empeña poco, consigue poco; quien se empeña mucho, consigue mucho.
Pregúntese cada uno de nosotros: ¿Cuáles son tus ilusiones, cuáles son tus sueños, cuáles son tus anhelos más profundos? Eso habría que preguntarle a cada uno de los católicos. Quienes anhelan poco, recibirán poco, quienes anhelan mucho, recibirán mucho.
Habría que hurgar en el corazón de cada uno. Hay quienes sueñan con honores, con poder, con tener un buen puesto de trabajo, una carrera, un lugar en la sociedad, conseguirse un buen novio o novia. ¿Nuestros católicos no anhelan un mundo de justicia, de paz, de igualdad? ¿Y qué tanto luchan por él? Imagínense que Dios nos diga: que se cumpla como deseas.
Nuestro señor Jesucristo, por su parte, dispensó su vida día a día, nada pretendió para sí mismo, vivió en la pobreza, recibió desprecios, tormentos, burlas, entregó su vida en una cruz por el Reino de Dios, por la salvación del mundo. Esta mujer es una verdadera seguidora de Jesús. |