JESÚS, ¿QUIÉN ERES?
Domingo 21 de agosto del 2011, 21º ordinario
Comentario a Mateo 16,13-20.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
Jesucristo, después de haber hecho cierto camino con sus discípulos, después de varios milagros y de varias enseñanzas, les pregunta: "¿Quién dice la gente que soy yo?” La identidad de Jesucristo es fundamental para nuestra fe, porque no somos creyentes de una religiosidad sino de una persona. Y la pregunta nos la dirige Jesús personalmente a cada uno de nosotros, "y ustedes, ¿quién dicen que soy?”
Pedro dio su respuesta, que no es idéntica si consultamos los cuatro evangelios. En Mateo leemos: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Así es que, ¿quién es Jesús para cada uno de nosotros? ¿Quién es Jesucristo para cada uno de los católicos? ¿Qué imagen de Jesús le estamos proyectando a nuestra sociedad y a nuestro mundo?
Quisiera poner un cuaderno en las manos de cada uno de nosotros y darnos unos 15 minutos o más para que cada quien conteste la pregunta de quién es Jesús para mí; y quisiera que tuviéramos tiempo para escucharnos todos. Yo les comparto mi respuesta pero cada quien debe ir elaborando la suya.
Jesucristo vino al mundo en el vientre de una muchacha sencilla de Nazaret, un pueblo desconocido en el imperio romano antiguo. Nació en un pesebre. Pasó un tiempo de oración en el desierto, en penitencia y en renuncia a sí mismo. Fue un hombre pobre, un profeta de Dios Padre en los pueblos de la marginada Galilea, anunció la llegada del Reino de Dios con milagros, como manifestación de la misericordia de Dios, lo anunció con parábolas, incluso con conflictos, en conflicto con las autoridades de aquel tiempo, murió crucificado como un delincuente, en medio de otros delincuentes. Resucitó al tercer día y está junto al Padre, el Dios de la vida plena. Todo esto no debemos olvidarlo ni pasarlo por alto nunca, aunque las apariencias de nuestra Iglesia actual manifiesten lo contrario.
Ese galileo marginado es el que le da sentido a nuestras vidas. No somos católicos de nombre, somos cristianos por convicción, porque tenemos clara conciencia de que él nos ha llamado en su seguimiento, para ser colaboradores suyos en la obra de la instauración del reino de la vida de Dios entre todos los seres humanos.
Un auténtico cristiano hace girar toda su existencia, todas sus cosas, todos sus intereses en torno a Jesucristo. Quien tiene a Jesucristo y sus enseñanzas como un mero accesorio en su vida, ya sea personal, comunitaria, social, no puede considerarse verdaderamente cristiano.
Ante tal confesión de fe que hace Simón Pedro, Jesucristo le responde: esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre sino mi Padre del cielo. Confesar a Jesucristo como el Mesías, el Hijo de Dios vivo no es algo que nos venga de la ciencia de los hombres, es una gracia que viene del cielo. Todo lo que podamos decir acerca de Jesucristo, porque lo hemos recibido de los santos evangelios, y lo hemos ratificado en la oración, no es un logro personal, es una gracia de Dios que debemos agradecer. Nos lo había dicho Jesús desde el capítulo 11 de san Mateo: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mateo 11,25-27).
Nos podría ser de mucho provecho hacer un repaso por las confesiones de fe en Jesucristo que hace san Pablo en sus cartas. Les pongo unos ejemplos: "y ya no soy yo el que vive, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2,20). "Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo” (Filipenses 3,8). "Con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo” (2 Corintios 12,9). "Yo, Pablo, el prisionero de Cristo por ustedes los gentiles... A mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo… Por eso doblo mis rodillas ante el Padre… que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, puedan comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que se vayan llenando hasta la total Plenitud de Dios” (Efesios 3).
El llamamiento es iniciativa de Jesucristo, la respuesta libre y apasionada es la del discípulo. Este llamado nos lo hace Jesucristo en la Iglesia y por medio de la Iglesia. Este acento lo vemos en Mateo, que no está en los pasajes paralelos de san Marcos y san Lucas. Aquí en Mateo, después de la respuesta sobre su identidad, Jesucristo nos habla de edificar la iglesia sobre una piedra que él ha escogido, Pedro. No dice Jesús que Pedro sea un ángel o el más bueno de los hombres, porque más adelante le dirá "satanás”. No. El evangelista simplemente nos dice que Jesucristo es el que elige. Y escoge a uno de los suyos para empezar a edificar su iglesia en la cual los demás invitados también entraremos a formar parte en calidad de piedras vivas. Ésa es la Iglesia de Jesucristo: no una construcción de piedras inmóviles, sino una edificación de personas, una comunidad viviente. |