Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     


 
 
DIOS ES DADOR, NO PAGADOR
Domingo 18 de septiembre del 2011, 25º ordinario
Comentario a Mateo 20,1-16.
Carlos Pérez Barrera, Pbro.
 
     ¿Qué nos parece esta parábola de nuestro Señor? La verdad es que nos desconcierta. Yo espero que todos nos dejemos desconcertar en un primer momento, para no sentirnos indiferentes ante la novedad de Jesucristo: Un agricultor sale a contratar jornaleros a distintas horas del día, a todos les promete pagarles lo justo. Imagínense ustedes a los pizcadores de chile al sur de nuestro estado, o de manzana en el noroeste. Al caer la tarde los forma a todos y sus pagadores le dan a cada uno su jornal completo, un denario, que era el salario mínimo por día de aquel tiempo. ¿Qué nos parece? ¿Es justo con los que llegaron temprano, que soportaron todo el día del calor y el cansancio del trabajo? Pues injusto no es, porque les prometió un denario, y un denario recibieron. Que los que llegaron más tarde hayan recibido su salario completo, eso es otra cosa. En todo caso, el propietario no es injusto con los jornaleros sino consigo mismo, porque los últimos no le trabajaron el día completo que les está pagando.
     Podríamos decir que la parábola está muy bonita, siempre y cuando se quede ahí encerrada en los evangelios, pero no estamos dispuestos a ponerla en práctica en nuestras relaciones sociales y económicas. En nuestra mente calculadora, pensamos que hacer las cosas así nos traería consecuencias muy graves, quebrarían nuestras empresas, el país se iría a pique, estaríamos fomentando la flojera; ¡de por sí muchos piensan que los mexicanos somos muy irresponsables!
     Si nosotros no queremos ser así, Dios sí que lo quiere: Dios quiere ser generoso con los pecadores, con los extranjeros, con los que se hacen creyentes desde pequeños como los que lo hacen al final de sus vidas, con los que han pecado mucho y se arrepienten mucho como con los que han pecado poco y tienen poco de qué arrepentirse. Etc. Esto es el evangelio de Jesucristo. Si le seguimos la pista a lo largo de las páginas de los cuatro evangelios, comprobaremos que el Hijo de Dios se da gratuitamente a todas las gentes que se le acercan: hombres, mujeres, niños, justos, pecadores, sanos, enfermos, judíos, extranjeros, etc. Ni nosotros ni ellos estamos correspondiendo debidamente al don de Dios. ¿Quién puede decir que paga con su trabajo o con su vida a la gratuidad de Dios? Jesucristo está poniendo en esta parábola toda su praxis, toda su labor evangelizadora. Jesucristo nos está hablando de cómo es el Dios de Jesucristo.
     El propietario de la viña es Dios. Nosotros, ¿con cuáles jornaleros nos identificamos? Los católicos debemos de identificarnos con los que llegaron a trabajar a primera hora, porque hemos sido bautizados de pequeños, vamos a Misa cada domingo, hemos conocido la Biblia, hicimos la Primera Comunión y estamos confirmados, nos casamos por la Iglesia y nos portamos más o menos bien. ¿Estaremos celosos o enojados con Dios porque es así de generoso con los que han llegado más tarde a la Iglesia, o los que llegarán después, aquellos a los que "les caerá el veinte” después de toda una vida de incredulidad o desidia? De ninguna manera. Los verdaderos cristianos entraremos en el gozo del Padre de los cielos que a cada quien le da su denario completo simplemente porque él es generoso.
     Jesucristo, el Hijo amado, el predilecto, quien nos platica esta parábola, ¿no lo vemos tan brillante, tan fascinante al contarnos que su Padre es tan diferente a nosotros, a nuestras economías y sistemas sociales tan injustos, tan excluyentes?
     A los indígenas, a los campesinos, a los obreros, incluidas sus familias, los tenemos en la más extrema pobreza. En cambio, otros pensamos que por nuestra dedicación al trabajo, nuestro ingenio para hacer centavos, o porque estamos bonitos, somos ricos y buenos, como dijo un futbolista, ya por eso creemos que merecemos lo que tenemos y más, en esta sociedad.
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     No quisiera dejar pasar por alto lo también tan estrujantes que nos resultan las palabras de san Pablo en la segunda lectura de hoy. Son unos versículos del capítulo primero de la carta a los Filipenses: "Cristo será glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi muerte”. Yo le pertenezco por entero a Jesucristo.
     "Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger... Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; mas, por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para ustedes”. A veces algunos católicos o católicas se plantean una cuestión de conciencia: ¿es pecado querer que ya se lo lleve a uno Dios?”, me preguntan. Pues san Pablo no quería otra cosa más que estar con Cristo. Esto es, con mucho, lo mejor.
     "Lo que importa es que lleven una vida digna del Evangelio de Cristo”. Lo que nos debemos de repetir constantemente todos los católicos.
     Busquen este pasaje en su Biblia y léanlo y reléanlo pausadamente con ganas de hacer propio este pensamiento de un verdadero creyente.
 
 

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