LES SERÁ QUITADO EL REINO PARA DÁRSELO A OTROS Domingo 2 de octubre del 2011, 27º ordinario Comentario a Mateo 21,33-43. Carlos Pérez Barrera, Pbro. La figura de la viña es muy recurrida en la Sagrada Escritura: la vemos en Isaías caps. 5 y 27; en Salmo 80; Oseas 10; Jeremías 2, 5, 6 y 12; Mateo 21; Juan 15. Isaías posiblemente cantaba este canto en la plaza, como se hace con nuestros corridos populares. Recordemos que Jesucristo ha llegado a Jerusalén, que ha ejercido una acción más o menos violenta en contra del templo, acción que ha provocado que los sumos sacerdotes y los ancianos se le enfrenten. La intención de Jesucristo no fue expulsar del templo a los vendedores ambulantes o a los voluntarios que hacen actividades pro construcción. La acción de Jesucristo era altamente simbólica: él se lanzaba en contra de toda esa estructura cultual y legal que administraban los sumos sacerdotes. Jesucristo declaraba, como intérprete autorizado de la voluntad del Padre, a toda esa estructura como caduca, estéril, más aún, como una cueva de ladrones, un negocio de los sumos sacerdotes y no como salvación del pueblo. En contraparte, la acción violenta de este galileo, fue considerada por parte de los ancianos y sumos sacerdotes, obviamente como un atentado muy grave contra la religión judía, tan grave que conducirían a Jesús hasta la muerte. En esta parábola Jesucristo plasma en resumen la historia de la salvación. Los dirigentes del pueblo representan a los viñadores que pretenden adueñarse de la viña. Los profetas, enviados por Dios a su pueblo, fueron maltratados y asesinados por los líderes del pueblo. En los tiempos cúspide de esta historia, estos líderes se echarían encima del Hijo de Dios y lo conducirían a la cruz. Con qué maestría sabe Jesucristo colocar un espejo delante de ellos; con qué maestría consigue que ellos mismos pronuncien su propia sentencia de muerte: "Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores que le entreguen los frutos a su tiempo”. La sentencia de Jesús, en cambio, no es la muerte de sus adversarios, sino sólo la advertencia de que les será quitado el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos. Con esta figura de la viña, el profeta Isaías, denuncia, de parte de Dios, la falta de frutos de justicia de su plantación escogida que es su pueblo. Éstas son sus palabras (vean Isaías 5,7-8): "Pues bien, la viña de Yahveh Sebaot es la casa de Israel, y los hombres de Judá son plantación exquisita. Esperaba de ellos justicia, y hay iniquidad; honradez, y hay alaridos. ¡Ay de los que juntan casa con casa y campo a campo anexionan, hasta ocupar todo el sitio y quedarse solos en medio del país!”. Antes de la denuncia, tenemos que fijarnos en todo el amor que pone Dios por su pueblo: "voy a cantar a mi amigo la canción de su amor por su viña”. En verdad que Dios pone todo su cariño en las obras de sus manos, especialmente en su pueblo. Por eso tiene Dios derecho de exigirle a su pueblo, porque lo ama y lo ha llenado de atenciones. En la viña de la parábola podemos reconocer a este universo del cual los seres humanos hemos sido constituidos administradores, no dueños. Podemos reconocer a la Iglesia, instrumento de la salvación de Dios, servidora, no dueña, de ninguna manera. Debemos reconocer a la sociedad, esa inmensa convivencia de seres humanos a la que Dios nos convoca. También debemos reconocer a la familia, y a cada uno de nosotros mismos, personalmente. En todos los niveles somos administradores de las cosas y de las personas, Dios es el dueño. El pecado de los seres humanos es apropiarnos de las cosas de Dios, administrarlas sólo en provecho nuestro, a nuestro antojo. Y el resultado es que en vez de conducirnos a la salvación, las cosas mal administradas se vuelven contra nosotros y nos destruyen. Así está el mundo y la sociedad: contaminamos las aguas, ensuciamos la atmósfera, destruimos bosques, tierras… Y nuestra convivencia social, ni para qué decir que en vez de paz y tranquilidad, estamos sumergidos en un ambiente de grave violencia y muerte. La advertencia de privarnos de su Reino pende aún sobre nosotros. O cambiamos nuestra manera de administrar lo que Dios ha puesto en nuestras manos, o nos será quitado todo, sentencia que está dirigida de manera especial a los dirigentes o jerarquía de la viña selecta que así podríamos considerar a la Iglesia, la cual, por cierto, en la actualidad guarda unas semejanzas muy fuertes con la viña de Isaías: los católicos desevangelizados, desobligados en las tareas de la Iglesia, impotentes ante la economía globalizada, presas del pánico ante la situación de delincuencia y de violencia; y los jerarcas, atrancados en sus propios escándalos, prisioneros muchos de sus ambiciones de poder, preocupados más por el dinero que por la salvación de las gentes.
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